Falsos Profetas

123 10 0
                                    

El Clan se reunió con sus quince integrantes ese sábado en el salón de música del Castillo Fleamont, por indicación de Severus, pues decidió plantearles abandonar Hogwarts.

No obstante, antes que lograra decir, apareció Bellatrix Lestrange, en el centro del grupo que se diseminaba entre los muros verdes de un salón que conservaba el clavicordio y sillas, en un piso tapizado de fragmentos de recubrimiento del techo.

Bellatrix no había pisado Azkabán, ni estaba consumida por el fanatismo. Ni el peso de prisión, ni pensamientos destructivos le había dejado huella, por lo que su presencia irradiaba un marcado atractivo.

Bellatrix era una mujer cuyos ojos destacaban por su fuerza en un rostro pálido, atrayente por sugerir que tenía intrincados pensamientos. De pie, mostraba un porte altivo, pero mesurado, ejerciendo un plácido reinado... Su apostura resaltaba en el salón deteriorado, con los atributos de la belleza femenina en plenitud. Las miradas de la mayoría de los chicos iban de sus facciones armónicas, a su cabello frondoso y brillante, a las curvas de su cuerpo en traje negro.

Bellatrix Lestrange daba la impresión de portar un mensaje de importancia suprema...

-Nosotros buscamos un Mundo Nuevo –afirmó.

Las palabras, el tono, llamaban a ponerle atención.

-Un Mundo con renovada Belleza y Verdad, que supere la prisión donde nacimos.

Caminó en círculo, encarando a cada uno como si quisiera dejarle luz en su existencia.

-No todos están preparados para conocer la Verdad -afirmó-, pero algo es cierto, chicos: ¡Hay una guerra que decide nuestra supervivencia! ¡Es una guerra sagrada que busca la justicia! ¡No hay odio, pero no podemos ser iguales entre desiguales! ¡Y quienes somos leales a un Señor, confiamos!

Severus observó a los chicos, a su pesar tocados por algunas palabras. Él mismo sentía ecos en su ánimo, también cuando Bellatrix les tendió la mano.

-Vengan con nosotros, chicos. Únanse a las tropas del Señor. Su lugar no esa esta ruina. Su sitio es al lado del Señor. A nosotros pertenecen. Solo denos una muestra de su interés, una, ¡y pronto tendrán el privilegio de llevar la Marca! -se arremangó y mostró el tatuaje de Sierpe y Calavera-. ¡Piénsenlo, nos daría gran pesar no tratarlos como hermanos! Díganos su respuesta mañana a esta hora, en este salón. ¡Y sean parte de nuestro cercano e imparable triunfo!

Desapareció en un torbellino.

-¿Podemos pensarlo? –aventuró Rosier, rompiendo tímidamente el silencio.

-Hablemos de eso –dio pie Severus.

Se hizo una discusión donde esta vez Rosier no opinó en claro, siendo evidente que el resto del Clan se negaba a unirse a los mortífagos. Era una cuestión Slytherin. Los rebeldes a la autoridad no iban a aceptar a la mayor autoridad que podía existir. Otros como Severus, podían aceptarla por las promesas: El Poder, la Verdad, La Belleza, la lucha por una causa y un giro interior: La atracción por las Tinieblas.

No deseaban serlo, pero sus actos, de manera involuntaria y natural, gravitaban al lado de los mortífagos. Así que aun sin querer, aun sin saber, un día podrían descubrir que no se dieron cuenta del momento en que cambiaron su manera de pensar.

Severus iba para allá. Su comodidad en las Artes Oscuras, su talento natural en ellas e inclinaciones tenebrosas de su carácter que no habían brotado, lo hacían el candidato idóneo.

O lo habrían hecho, de no haber conocido a Hermione Granger.

Serpentine Scamander, con mala mirada de soslayo, soltó:

Onyx PassionDonde viven las historias. Descúbrelo ahora