Terciopelo Sorpresa

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En el aula donde siseaba el fuego de las marmitas, Hermione lanzaba miradas ocasionales a Snape, sentado en el lugar de Slughorn.

Severus, con un brazo en el descanso de la silla y la otra mano en su mentón, tenía porte de profesor. Llegaban al escritorio, consultaban, respondía sin abrir los libros y al levantarse daba indicaciones . Mientras los estudiantes atendían sus marmitas, seguían las fórmulas, Severus caminaba entre ellos con las manos a la espalda. Corregía breve y continuaba.

Él confirmó de un vistazo que Venus trabajaba bien, aunque ella se puso nerviosa y por poco vuelca instrumentos al suelo.

El Adjunto llegó con Hermione.

-¿Todo bien? –preguntó, con voz ronca, en doble sentido.

-Muy bien, ¿y tú? –susurró ella, cálida, viendo la fórmula en el pergamino.

Severus también fingió leer la receta.

-Estaré mejor si te beso otra vez –murmuró, e insinuó acercársele más.

Ella sonrió, encogiendo los hombros, mirando a un lado como cohibida, como si lo hubieran oído.

-¡Estamos en el sitio menos indicado...!

-Es verdad –afirmó él-. En el colegio hemos de ser buenos amigos.

Hermione lo miró a los ojos, con suave vehemencia:

-¡Pero yo no soy tu amiga...!

Se había besado en Rosier Manor, en el salón principal, hablando hasta la madrugada.

Ambos conservaban el sabor de los besos.

-Cierto –Severus contempló los labios rojos de la castaña–. No eres mi amiga.

Severus le acarició un dedo, discretamente, siguiendo en su revisión con otros alumnos.

El Adjunto tenía, como los de la salida de anoche, castigo pendiente. No le preocupaba la magnitud. Por lo demás, el profesor de pociones no cambiaba su actitud afable hacia él pese a sus recriminaciones por retrasos. Y tampoco esta mañana cambió, pues confió la clase a Snape, pese a que debió ser informado de la infracción de anoche.

Ya se enteraría Hermione de cómo procedió Malfoy con sus alumnos, aunque seguramente fue divirtiéndose de lo lindo. Con ella, el Prefecto Lupin hizo intento de amonestarla.

Esa mañana antes la primera clase, Lupin la llamó y sin poder verla a los ojos, dijo:

-Granger... Tu actitud... Es, es perjudicial a nuestra Casa... Muy deshonrosa...

-Remus.

-Debería... bien, debería darte...

-Remus.

Él la atendió exhalando largo, titubeante. Hermione le preguntó:

-¿No te da vergüenza a ti?

Lupin tenía su habitual aspecto de abrumado, de estar en duda, sin carácter para resolverla. Ni negro, ni blanco. Su mirada varada en el gris.

-Hablas de honor, pero tus actos no tienen nada qué ver con el honor –le dijo Hermione, casi afectuosamente–. Los Merodeadores presumen de la valentía Gryffindor, y son cuatro que atacan a uno.

-Yo soy el Prefecto, Granger... –se armó de entereza, pero como si no supiera qué añadir.

Hermione quiso hacerle un favor. Quizás él podría entender. Los otros no tenían remedio.

-Entonces sé Prefecto y no títere de Potter y de Black. Sé Gryffindor, Remus Lupin, no alguien sin carácter al que se arrastra –respondió Hermione–. Decide, porque dudas, sufres, pero eres tan culpable como ellos. ¿Lo ves? Si no eres tus palabras no eres nadie. Por eso no eres nadie para hacerme ver nada sobre mis actos.

Onyx PassionDonde viven las historias. Descúbrelo ahora