Regreso a Camelot

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La noche siguiente, Hermione le envió una lechuza con un mensaje:

Veámonos. ¿En el Aula de Transformaciones? H.

Los últimos sucesos les habían dado experiencia en romper las reglas, sumado al terror que Filch había cobrado a Snape. El celador evitaba incluso delatarlo con McGonagall si llegaba a verlo deambulando fuera de horarios, temor que incluía a las reacciones de Hermione aunque ella no había dado señales de amenazarlo. Era muy probable que de noche, Filch no saliera de su cuarto y que los profesores hicieran lo mismo para evitarse cualquier fricción con Slytherin en pleno. Total, aquel no era su trabajo.

Por otra parte, Hermione y Snape aprendieron a manejarse desapercibidos en el castillo durante la madrugada.

Para hablar, o como ahora, al encontrarse dentro del aula, entre sus tres hileras de bancas, cerca del escritorio de McGonagall y sus velas apagadas para sin decir nada, besarse con fuerza, entre jadeos susurrantes... Snape la sujetó de la cintura delgada, breve, que lo enardecía tanto como el dulce licor de la saliva de ella en su cálida boca, al moverse una contra otro, apretadamente... Severus la hizo contra él, y Hermione no lo abrazó, sino que se dejó hacer un poco hacia atrás siguiendo el vaivén del beso de él.

Eso enardecía más a Severus, que deseaba tener a Hermione, por entero. En este beso donde él llevaba la cara de un lado a otro y ello lo seguía, perdida de la boca de él, respondiendo, era placentero, pero lo incitaba más.

Snape la besó en una mejilla, entregándose al perfume natural de la piel aterciopelada... Y puso los labios en la sien de ella, con una nueva forma, imperiosa en la voz y clavándole un poco los dedos en la espalda. Ella recibió sus palabras con una sonrisa que lo avivó más:

-¡Te deseo, Hermione! –susurró Severus– ¡Necesito tenerte, toda, completa! ¡Sin nada que nos separe, tenerte unida a mí!

Un nuevo beso, que Hermione recibió del mismo modo dejándose llevar, haciendo sentir su sonrisa en la boca de Severus; ella le puso las manos en el tórax, apartándolo con suavidad, divertida, alejándose entre los escritorios.

Severus la recorrió con la vista, de arriba abajo, sin perderse nada.

Unos metros más allá, en medio de los pupitres de madera, la castaña de nuevo lo miró de frente, con esa sonrisa íntima, de travesura.

-¿Sientes esa necesidad? ¿Tal vez como yo?

-Si es una necesidad parecida, deberías sentir que te quema.

Fue hacia ella, pero Hermione, riendo, corrió en corto y se puso del otro lado de la última hilera.

-Ah... -Severus alzó una ceja- Huyes de mí...

Aceleró un poco, pero ella corrió nuevamente y se detuvo, fuera de su alcance.

-¿Huirás toda la noche? –preguntó él, estimulado.

Ella subió los dos peldaños hacia el escritorio de McGonagall y en un costado, entrecerró los ojos, con reproche de aterciopelado dolor:

-El deseo... No lo sé. Yo sé cómo deseo. No sé si además de desearlo tú, sabes lo que significa.

Severus fue hacia ella, que lo recibió poniéndole las manos en los brazos, haciéndose atrás conforme él la posaba sobre el escritorio, la atraía hacia él, colocándose entre las piernas de la castaña y le elevaba las piernas, apoyándose en ella, en el encuentro de sus sexos, él inquieto por la barrera de la blanca ropa interior de ella.

Hermione extendió los brazos paralelos de su cara, dando su boca acalorada a Severus, que aspiraba la respiración de la castaña, que bajo la luz de las ventanas superiores del gran aula, admiró los ojos cerrados de ella, sus largas pestañas, su piel y algunas de sus pecas, por las que se perdía, así como irremediablemente se sabía perdiéndose cada vez más por ella.

Onyx PassionDonde viven las historias. Descúbrelo ahora