Anthraxymbol

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Antes de la cena, oyendo la algarabía de los alumnos en los pisos de abajo, Hermione y Snape se encontraron como por casualidad en un punto del sexto piso.

Alcanzaron un recodo en la vuelta de una galería sin vitrales, y Severus le mostró el Mapa del Merodeador, que estrujó en una mano y al tirarlo al suelo, le prendió fuego.

La tensión de horas estalló. Ella abrazó a Severus con posesividad, cubriéndole la boca con sus labios.

Abrazándose frenéticamente, sus bocas se precipitaron encontrándose en humedad, con movimientos ávidos, separándose y volviendo a chocar entre jadeos, buscándose en diferentes ángulos, en un deseo tan grande que los entorpecía, buscando el sitio correcto para las caricias con desesperación.

Hermione lo rodeó con las piernas, que Snape frotó con lujuria, ella apretando su pubis contra la rígida erección de él.

Severus se estremecía por la piel sedosa de Hermione, por su boca, por la calidez enloquecedora de su sexo, por no haberla tenido por completo, por al aroma de la castaña y por el tono de sus gemidos, que tenía en la memoria.

Sus manos recorrían sus cuerpos y las entrepiernas, la resistencia del tirante de las pantaletas de Hermione en la muñeca, la humedad del clítoris sonrosado... La rigidez del abultamiento en el pantalón de él. Y Severus percatándose que ella buscaba encenderlo más en estos encuentros, sin que él encontrara fuerza o deseo para negarse.

Aun así él notaba las reacciones de ella, la verdad de sus deseos de tocarlo y besarlo, la codicia por acariciarlo, su colocarse en un punto que Hermione no siempre podía manejar al hundirse en sus propios deseos.

Se apretaron mutuamente, respirando rápidos, moviendo sus bocas unidas, sintiendo cómo sus labios se ensanchaban y la calidez de sus respiraciones se mezclaba, presión y roce donde sus cuerpos se tocaban, entre sus piernas, hasta que se tensaron más y después compartieron estremecimientos, gemidos y besos, donde respiraban otro aroma, en la piel de sus rostros.

Tuvieron el aviso al mismo tiempo... Se apretaron mutuamente, respirando rápidos, moviendo sus bocas unidas, acariciándose, sintiendo cómo sus labios se ensanchaban y la calidez de sus respiraciones se mezclaba, hasta que llegaron igual, estremeciéndose, compartiendo susurros y gemidos en el un clímax, donde respiraron otro aroma en la piel de sus rostros y el calor de sus cuerpos aumentó.

Él se recostó en una banca de piedra, en la oscuridad del recodo, con ella sobre él, y ambos recobraron la respiración.

Y al tener sus rostros que ardían cerca uno del otro, en Knockturn, en una calleja contigüa a la sórdida y ruidosa Casa de las Apuestas, las agentes Fitzyork y Kirkwitch hacían preguntas furiosas con hechizos y golpes a los traficantes, y las noticias corrían:

Bartemius Crouch con aire circunspecto entró en domingo a las oficinas de El Profeta.

Los aurores apostados disimuladamente afuera desde que Snape salió del Wizengamot, pasaron del desconcierto a la preocupación.

Fitzyork cuidaba desde la habitación mal amueblada de un edificio enfrente, y cuando otro auror fue por la calle corriendo a las oficinas del diario, ella exclamó:

-¡No, idiota...!

Una explosión hizo saltar las ventanas y puerta de El Profeta en desorden de cristales y fuego que lanzó atrás al agente, dejándolo herido por múltiples esquirlas.

Brenda e Isis corrieron al lugar humeante, a donde se acercaban vecinos asustados y una enfermera que iba hacia el agente caído en el suelo.

Entraron a las oficinas, vacías de personal, pero destrozadas en su mobiliario y con fuego en varios sitios.

Onyx PassionDonde viven las historias. Descúbrelo ahora