Capítulo 10. Te ayudaré, si te quedas conmigo.

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Cuando llegaron los dos al Hospital Metropolitano, se bajaron los dos juntos, pero Sebastián se había fijado en todo el tiempo, como ella actuaba sobre todo la tristeza en su rostro, mientras caminaban él se fijó en los pasos lentos de la mujer, como si ella estuviera luchando por dentro con todos sus demonios sola, él iba un paso atrás de ella, cuando notó lo que iba a pasar, se asustó mucho —Sofía te vas a... –antes de terminar la frase, Sebastián tuvo que colocarle la mano al frente del rostro para que no se golpeara con la puerta de vidrio —¡Te vas a golpear! –Sebastián la miraba con mucha ternura, como si fuera la mujer más importante para él, sobre todo había un poco de burla en su rostro, esa mujer era muy torpe.

—Qué vergüenza contigo, siempre ando haciendo cosas tan torpes, de verdad lo siento –se disculpaba ella con un rostro rojo de la vergüenza al hacer un papel tan lamentable.

—¿Eres así siempre o solo ahora? –preguntó él, mientras se fascinaba con esa mujer tan dulce, su rostro sexy y tan seductor esbozó una sonrisa llena de amor hacia ella —Se ve dulce siendo tan torpe –se decía él mientras la seguía mirando.

Con los cachetes colorados ella dijo rápidamente —Claro que no, es solo que recordar cosas de mi pasado me hacen sentirme fuera de base.

—Entonces, te acompañaré para que no te vuelvas hacer daño –Sebastián se sorprendía con cada palabra que salía de su boca —¿Qué estoy diciendo? ¿En serio esto salió de mi boca? — se dijo Sebastián mientras caminaba al lado de ella con las manos en los bolsillos del pantalón.

—¡Gracias! –Sofía por otra parte se sentía realmente avergonzada con las acciones de ella misma, su corazón estaba agitado y latiendo con mayor fuerza en cada momento, sobre todo al sentir el tacto caliente de la mano de él en su frente.

Subieron por el ascensor con destino al piso número setenta, cuando entraron solo habían tres personas, el ascensor paró en el piso número cuarenta y cinco, donde subieron un total de diez más, como el espacio se estaba haciendo más apretado, Sebastián colocó a Sofía en la parte de atrás en una esquina, él dándole la espalda a los demás y ella presionada con su gran y duro cuerpo, el deseo por esa mujer se estaba intensificando más y más, sobre todo por el aroma tan natural y enloquecedor de ella, por ende, Sebastián la agarró por la cintura y la jaló a su cuerpo, sintiendo como sus fosas nasales se embriagaban con ese magnífico aroma, como si fuera una droga de la cual él no quería abandonar, por su parte, Sofía estaba borracha del aroma masculino tan particular de él, su aliento de menta la tenía nerviosa, ella alzó la vista solo para toparse con dos brillantes ojos lleno de un deseo que estaba contenido, los dulces cachetes de ella se pusieron colorados por la impresión y la vergüenza de estar apretada con un hombre como él.

Sebastián con una sonrisa pícara dijo —Es para que no te apachurre las personas.

—¡Bien! –eran la única frase que le pudo salir a ella, porque todavía no salía de la impresión, ya que la tenía muy nerviosa, ella podía sentir como las manos grandes de Sebastián todavía seguían en su cintura, podía sentir como hacía movimientos suaves, subía más a su espalda y luego bajaba otra vez a su cintura, luego colocó un dedo, un poco más abajo justo llegando a sus exquisitas nalgas, justo en el centro de ellas, haciendo que Sofía sufriera un pequeño temblor por ese extraño cosquilleo, él se dio cuenta de por cada movimiento que él hacía, ella se estremecía; una de las manos de ella estaba aferrada a la esquina de su suéter apretando entre sus dedos, mientras que su otra mano estaba colocada en su pecho, ella tuvo que inclinar la frente a su pecho ancho, para esconder la emoción de ser tocada por este hombre, mientras ella decía —Este hombre me está torturando— Pero por alguna extraña razón ella deseaba que siguiera tocándola, que siguiera haciendo esos movimientos tan seductores; la otra mano de Sebastián agarró su hombro, luego paso sus suaves pero a la vez ásperos dedos por su clavícula, ella se estremeció agarrando con más fuerza la esquina de su suéter —Se... Señor Dominic –su voz estaba ronca de la excitación y con temblores.

Jefe Cruel y su DamiselaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora