Capítulo 4. Creando un pacto de amor.

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Magnum e Isabel se miraron fijamente por menos de un segundo y fue ahí cuando ambo sintieron que sus vidas estaban entrelazadas por el destino, por ese hilo rojo invisible que los estaba uniendo, sin darse cuenta de ese magnífico sentimiento que nacía en el corazón de ambos, Isabel sentía como sus mejillas quemaban y eso solo significaba que ella estaba totalmente ruborizada como un tomate.

Tras seguir lloviendo, llegaron a unas bodegas tipo casa abandonadas, ambos se iban a refugiar ahí, salieron del automóvil corriendo con la intensidad de la lluvia y con el poder de la ráfaga de disparos que los azotaban a ambos al correr, Isabel sentía que cada sonido de esas pistolas hacía que su cuerpo temblara más, luego podía percatarse que en todo momento Magnum era su tipo de muro, como ese escudo protector evitando que las balas la lastimaran a ella.

Tras correr por un par de minutos, los dos entraron a una bodega oscura, Isabel caminó tratando de buscar algo para calentarse, ya que estaban empapados por la lluvia, mientras caminaba y tanteaba sobre los muebles con la poca iluminación, ella encontró unas cobijas, estaba feliz de poder encontrar algo para calentarse.

—Magnum, encontré cobijas –dijo con una voz llena de placer, pero al no recibir una respuesta se dio media vuelta sintiendo que algo andaba raro y es cuando se dio cuenta de la anomalías de Magnum, él estaba recostado en la pared, su cuerpo estaba deslizándose hacia el piso para sentarse. Ella se acercó a él solo para fijarse que el hombro de él estaba sangrando al igual que su antigua herida, la cuál ella curó, ella entró en un modo de preocupación al punto de entrarle un escalofrío en todo el cuerpo, ella no quería que nada malo le pasara a ese maravilloso hombre, ella corrió a buscar en esa habitación algún tipo de botiquín, con esa búsqueda solo encontró un par de hilos, tijeras y gasas, nada más que eso. Era tanto el temor que sentía al no tener nada con que ayudar a ese hombre, que por segundo pensó en sus padres y en ese deseo de poder verlos —Como daría por estar con ustedes ahora papá y mamá –dijo ella con la voz entrecortada y las lágrimas rebosando sus dulces mejillas.

La voz suave de Magnum sonó en ese momento —Isabel –le llamó él con el mayor esfuerzo posible —Siéntate conmigo –ella se acercó a él obedientemente, Magnum tomó las manos pequeñas y delicadas de esa encantadora mujer, él deseaba que nada de eso hubiera pasado, deseaba con todo su corazón que ella no llorara más, las manos grandes y cálidas de Magnum hicieron gran efecto en Isabel para que no sintiera tanto temor, la voz de ese guapo hombre sonó —Isabel mírame –en su voz se podía sentir la pesadez y el dolor.

Isabel alzó la mirada para encontrarse con esos maravillosos ojos azules, tan profundos como el inmenso océano. Ella se acercó a él pensando en la interrogante de su mente —¿Habrá un mañana para nosotros dos? — en eso recordó su bolso, se levantó y buscó su cartera, cuando estaba buscando su móvil se dio cuenta de que el aparato estaba apagado —Excelente momento para que esto se apagara –dijo mirando su móvil en sus manos, porque la verdad estaba nerviosa, asustada y frustrada.

Pero la voz de Magnum volvió a decirle en una tonalidad suave —¡Isabel! Ven conmigo.

Ella volvió a mirarlo y regresó a su lado, observando que estaba más pálido, sus nervios estaban a flor de piel pensando que ese hombre se iba a morir aquí.

—Magnum no te duermas, te ayudaré para que no sigas sangrando, por favor no te duermas, te lo suplico –le gritaba ella frenéticamente.

Magnum sentía como le pesaban más los ojos, aunque siempre había sido un hombre fuerte pero en ese preciso segundo estaba sintiendo la debilidad solo al pensar en la seguridad de ella, él sabía con claridad que le dispararon dos veces más, con la voz algo pesada le dijo en tono jocoso —Sigue hablándome pero más bajito que tus gritos terminarán matándome primero –con una sonrisa —Isabel, la verdad es que me encanta escuchar tú voz, es muy dulce y fuerte, pero sobre todo dulce –una sonora risa es lo que escuchó ella de él, para luego seguir diciéndole —Sabes pequeña, eres más tonta de lo que pensé, pensé que te irías, pero no, tú estás aquí pensando en mí, dime Isabel ¿Por qué eres tan dulce y linda mi pequeña cerdita?

El Hombre del Dragón, un amor extrañoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora