Capítulo 11. ¡Rescátame!

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Cuando Maximiliano le había quitado la ropa de forma grotesca, ella entró en pánico y sólo sabía repetir una y otra vez —¡Rescátame! ¡Rescátame! –como un gran grito mental porque en realidad el miedo la estaba dominando, Maximiliano siguió tocándola con deseo y lujuria, sin perder ningún momento con ella y su cuerpo.

Isabel pensaba mientras su voz no podía salir —Estoy tan avergonzada y asustada que ya no sé qué más puedo hacer, me resisto lo más posible pero mi fuerza no es tan grande como la de él.

—¡Ay! Isabel qué delicioso hueles, ese olor es tan rico y familiar, deseo tú cuerpo como no tienes idea, te trataré suave y con mucho amor, para que recuerdes el resto de tú vida este día tan especial conmigo –decía Maximiliano mientras su mano estaba frotando con poder los pezones ya erectos de Isabel —Tranquila, sé que esto te va a encantar, mira que deliciosos labios rojos tienes, eres tan natural y hermosa que ya casi no puedo aguantar más para penetrarte pero seré suave mi bella Isabel, me estoy conteniendo ahora mismo.

Todo lo que él le decía parecía una pesadilla para la pobre mujer indefensa que peleaba sin fuerza de voluntad en su cuerpo, sus fuerzas se agotaban, solo podía gritar lo más alto posible para que alguien la escuchara y de esta forma lograra ayudarla —No, no, Maximiliano... No lo hagas, déjame ir por favor, si de verdad sientes algo por mí, no lo hagas, te lo suplico por favor, no quiero ser violada por ti, no me haga esto, te lo suplico...

—¡Plaf!

El fuerte sonido del golpe directo que le dio Maximiliano en el rostro a Isabel se escuchó como un gran eco en esas cuatro paredes, la furia de Maximiliano era inmedible en ese preciso segundo, sus palabras fuertes salieron a relucir —Cállate puta.

Fue tan fuerte la bofetada que le dio Maximiliano que ella giró el pequeño y delicado rostro de forma brusca, la fuerza que usó él fue tanta que ella podía sentir un zumbido en sus oídos, además de sentir el ardor en su mejilla, un sabor a óxido era lo que brotaba de sus labios, una hilera llamativa de sangre que era mezclada con sus lágrimas.

—Te odio Maximiliano Clements, te odio.

—¡Plaf!

Otra ronda de bofetada llena de furia fue lo que recibió ella —Cállate maldita sea, te dije que te calles.

Mientras tanto, a toda velocidad por las concurridas calles de Chile iba manejando Darío en compañía de Magnum, todo por llegar a rescatar a Isabel.

—Mueve Darío, maneja más rápido –pidió a gritos Magnum.

—Sí, voy lo más rápido posible, por favor mantente tranquilo que ya estamos por llegar –miró a su mejor amigo de reojo y preguntó —¿Está seguro de que ella está aquí?

—Sí, esa es su casa, no tengo duda que él estará ahí con ella –su mente empieza a divagar en las atroces consecuencias de no llegar a tiempo —¿Qué le estará haciendo a Isabel? No podemos demorarnos, ella debe estar muy asustada ahora mismo y yo no estoy con ella para protegerla.

En la villa de los Clements.

—Maximiliano eres un monstruo ¿Por qué haces esto? Yo jamás te he hecho nada, déjame tranquila por favor, no quiero esto –forcejeaba con fuerza Isabel, ya que, por una loca razón, esas fuertes bofetadas que le dio Maximiliano hicieron que ella lograra recuperar la cordura del momento.

—¿Por qué lo hago? –sonó la voz fea de Maximiliano —Bueno, es muy sencillo, me enamoré de ti y tú ¿Qué haces? Te vas a los brazos de ese desgraciado de Magnum, dime ¿Por qué? ¿Por qué él sí y yo no? Acaso sabes que fue él quién mató a tú hermano, dime ¿Ya lo perdonaste?

Los ojos avellanos de Isabel se abrieron con incredulidad ante las palabras de Maximiliano —Mientes, mientes... Él sería incapaz de hacer algo así ¿Cómo puedes ensuciar la memoria de mi hermano? –le preguntó ella encarando con furia a Maximiliano.

El Hombre del Dragón, un amor extrañoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora