Capítulo 58

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Ahora

Aitana

—¿Ya se durmió?— pregunto al verlo entrar.

—Ya. Con el gato y el perro ese que, madre santa ¿Seguir cediendo para que más animales capten la atención de mi mujer y mi hija? Las estoy perdiendo, y por animales.

—Okay, ya veremos qué harás cuando tenga pareja.

—Ah no, de eso nada. Hasta los treinta y cinco no lo tiene permitido.

—Sí como no—rio

—Disculpa—se tira en la cama—¿En qué estábamos?

—Oh, nada, ibas a sacar mis bragas, yo tu pijama y...

Se sienta entre medio de mis piernas y lo hace.

—Señora Downey, le pediré humildemente que guarde silencio, ya que hay una menor, durmiendo.

Saca sus calzoncillos y la imagen que me da es todo lo que necesito para quererlo dentro de mí.

Me quita el vestido del pijama y vuelve a besarme apretando mis senos. Muerde mi labio inferior y un sin fin de sensaciones recorren mi cuerpo a la vez que me embiste con fuerza logrando que mi cuerpo se mueva a tal punto de sentir que la cama también lo hace.

Se separa de mí para bajar su lengua por mi esternon, mi abdomen, para acabar en ese lugar que tocó la primera vez. Ese lugar que por más morboso que suene, fue de manera indirecta que me llevó a él. Por más que digamos que no nos gusta recordar el pasado, o que el pasado no nos define o....

Da igual, porque sin mi pasado, sin mis errores, sin Jackson, por más que me pese, debo agradecerle porque yo no estaría aquí. Con Joey. Con Aislin. Siendo feliz.

Saca su miembro y lo suplanta por su lengua.

No sé qué quiere este hombre. Levanta mis pies hasta que mis talones se apoyen en sus hombros y yo me aferro a las sábanas ante aquella satisfacción.

—Doctor, mejor párele—digo entre jadeos— estamos haciendo mucho ruido.

Saca su lengua de mi interior.

—Uno, la cama lo está haciendo—lleva sus manos por detrás de mi espalda hasta sentarme y que nuestros torsos queden sumamente pegados—. Y dos, te recuerdo que estamos jugando al cuarto oscuro.

Acomoda su verga en mi entrada y empuja hasta que vuelve a hundirse en mi. Yo escondo mi cara en su clavícula a la vez que muerdo mis labios, acallando el grito cuando sale y entra de mi interior.

Toma una de sus manos. Se separa de mí para darme vuelta, quedando boca abajo. Me acerca su mano y yo la chupo. Empieza a masajear en mi recto y yo me calmo si no quiero que duela. Aunque el lubricante lo facilita todo, sin tensión se disfruta más.
Vuelve a metérmela y su lengua traza una línea desde mi nuca, hasta  la parte baja de mi espalda, en tanto sus manos aprietan mis pechos.

—Mañana no vas a caminar, pequeña, te lo prometo—me susurra en mi oído y acto seguido muerde el lóbulo de mi oreja.

Ahogo un grito porque en cualquier momento me corro.

—Basta—le digo—, para.

Él sale de mí y yo me doy vuelta.

—Todo está bien—aclaró ante su cara de preocupación—lo que pasa es que no me estoy llevando nada.

Ambos sonreímos ampliamente.

—Cómo negarme ante aquel pedido.

Se pone de rodillas y yo me siento acercándome hasta su miembro. Abro mi boca chupándola, en lo que él sujeta mi cabeza haciendo los movimiento, y yo cierro los ojos ante el placer.

Sus testículos se agrandan, su pene se levanta y endurece más de lo que creía, y ambos cuerpos se tensan. Él gruñe y el orgasmo llega dandole paso a terminar.

Él se separa de mí y se agacha hasta que quedamos en la misma altura. Toma mis mejillas y pregunta lo obvio:

—Pequeña, dime qué está vez no has sido como la morbosa que eres—intenta recuperar el aire.

—¿Todavía te sorprende?

Definitivamente no me veo haciendo esto con otro hombre.

Nuestras respiraciones están agitadas y se recuesta a mi lado. Me empuja hacia él y yo apoyo mi oído en su corazón. En lo que  acaricia mi cabello.

Cuado ya regularizamos nuestra respiración, habla:

—¿Que te pidió Aislin?

—¿Cuándo?

—En lo que venían hasta acá.

—Que le cuente por milésima vez como te salvé.

—Al parecer le encanta esa historia. Al menos la versión que le dimos.

—Te lo preguntó a ti también, ¿No es así?

—Supongo que es de las que quieren saber los dos puntos de vista.

—¿Sabes? También me preguntó cuánto tiene de frecuencia cardíaca una persona, en términos generales

Ríe ligeramente.

—¿Y tú qué respondiste?

—De sesenta a cien latidos por minuto. Pero le dije que cuando estoy contigo—subo mi cabeza para mirarlo y él la baja haciendo lo mismo—yo tengo cien—lo beso—. Cien latidos.

Cien momentos ✅  [ Libro 2 De La Biologia Cien]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora