XII⚔️

307 25 0
                                    

Seguíamos en Beruna, supervisando que ya no hubiera amenaza alguna de parte de los Telmarinos.

Edmund y yo permanecimos juntos, podía sentir las caricias que dejaba sobre mis plumosas alas que aún me negaba a ver.

–Mi reina, puedes mirar, están justo aquí.

Giré la cabeza con extrema lentitud y un jadeo salió de mi boca cuando vi que realmente estaban ahí, tan grandes y espléndidas como las recordaba.

Me abracé a mi novio para ocultar mi rostro, ya que las lágrimas caían cuál cataratas sobre mi cara, mi mente estaba debatida entre la felicidad de este momento y los recuerdos de aquel infierno.

–Jamás las volverás a perder,– me susurró Ed al oído –eso te lo aseguro.

Yo sólo asentí, los sollozos se me escaparían si siquera abría la boca.

–¿Vas a querer que te tire al agua, verdad?– preguntó después de un rato, yo seguía colgada de su pecho.

Volví a asentir.

–Bien,– suspiró fastidiado –pero me tendrás que recompensar por obligarme a hacer esto, no me gusta.

Me separé con la mirada gacha, y caminamos al río de manera casual, hasta que llegamos a la orilla, en donde me empujó como si se tratara de una broma.

Esto era algo que generalmente hacía para disimular las lágrimas de mi cara, además que podía culpar a la salades del agua por dejarme los ojos rojos, así nadie (más que Edmund) sabría sobre mi llanto.

Salí a la superficie, y fingí molestia mientras me acercaba a Ed.

–Te he dicho que odio mojarme las alas, niño.

–¿Qué no tenías reflejos super desarrollados?– se burló, siguiendome el juego –Me decepcionas un poco.

–Blah, blah– llegué junto él, y lo volví a abrazar –Gracias, amor– susurré.

–Reclamo mi recompensa, y te advierto que no te la dejaré fácil.

–¿Besitos hasta que te duermas? Uy qué castigo.

–Ya pondré mis exigencias.

~~~

Vaya descubrimientos que estaba haciendo hoy.

Resulta que el telamrino que me ayudó a escapar —que ahora sé se llama Jerry— era hermano de un hada llamada Carl; Jerry no tenía ojos o piel brillante, ni ningún otro aspecto característico, lo cual me confundía.

Esto me llevó a otro tema: resulta que las hadas oscuras no se extinguieron, por lo menos no en su totalidad. Las que no lucharon en décadas anteriores, se dedicaron a vivir entre los telmarinos, mezclandose con ellos y viviendo así por los siglos.

La descendencia era curiosa, algunos nacían como humanos normales, y la otra mitad como hadas oscuras completas —a las cuales tenían encerradas en sus hogares hasta que controlaran el meyat, aunque hubo casos en donde los descubrían, ya sea por descuido o por un mismo delatador en la familia—.

Un ejemplo es el caso de Jerry y Carl, su madre era humana y su padre un hada. Puede que al mezclarse la sangre sólo quedara algún tipo de cromosoma o gen decisivo, aunque esto último era teoría mía.

–Y aún así, sigues siendo el fenómeno de nuestra especie.– me dijo Larry de forma burlona, haciendo que Ginny y los niños rieran.

No eramos amigos, pero por lo menos no quedaba resentimiento entre nosotros, el haber tenido en común querer y procurar la seguridad de los pequeños había disuelto todo tipo de tensión entre los tres.

Las haditas habian recuperado todos sus rasgos distinguidos, incluso parece que Aslan se las devolvió con mucho esmero, puesto que todas habían aprendido a volar en menos de un día (y eso que no les enseñaron con el método que usaron conmigo).

–¿Vas a venir con nosotros?– me preguntó una hadita llamada Michelle.

–No, aún debo cuidar de aquellos cuatro,– respondí, señalando con la cabeza a los Pevensie –y tal vez ahora deba de sumar a Caspian.

–¿También a la hermana, no?– preguntó Ginny.

Mire a Calinda, quien se encontraba charlando con su hermano. La chica no me había ni mirado desde lo sucedido la última vez, yo estaba molesta con ella por intentar sobrepasarse, pero decidí no decirle nada.

–Dudo eso,– respondí –presiento que se convertirá en alguien importante de la armada.

Calinda no sería coronada ya que  era la hermana menor, pero dudaba que fuera a aceptar quedarse sin hacer nada.

–Mi vida– escuché detrás mío –Ya es hora de irnos.

Me despedí, y enganché mi brazo con el de Edmund, fuimos a paso lento hasta llegar a los establos, en donde ya se encontraban el resto de los Pevensie.

–Aww se vistieron a juego– se burló Peter al ver que mi atuendo era del mismo color que Edmund –¿También usarán pijamas del mismo color?

Le mostré el dedo medio, y el rubio me miró falsamente ofendido. Ya me iba a ir, pero Edmund me hizo una seña para que me subiera el caballo.

–Yo iré caminando.

–Ya aceptaste ser reina,– me recordó Susan –te toca ir a caballo.

Me hize la despistada.

–Yo no recuerdo eso, así que me iré caminando, igual que el resto.

Iba a darle a Ed un beso de despedida, pero las bullas de Lucy y Peter me interrumpieron, mi novio rodó los ojos, y preferimos ir un momento a un lugar privado para poder despedirnos bien.

Llegamos hasta una especie de armario, y mi novio cerró la puerta detrás de él.

Me puse de puntillas, y me colgué de su cuello, estos últimos años Edmund se había vuelto un poco más alto que yo, me sacaba por lo menos media cabeza.

Mi corazón se aceleró cuando tomó mi cintura y me pegó a su cuerpo, sin dejar un solo centímetro de separación. Sonreí, y finalmente cortamos la distancia, yo no podía borrar la estúpida sonrisa de mi cara, y eso ocasionaba que nos separaramos por unos segundos. Pero en esos intervalos, Edmund iba dejando pequeños besos en el resto de mi rostro, haciendo que mi corazón latiera aún más frenético.

–Ven conmigo, mi vida. Iremos en el mismo caballo.– pidió, mientras dejaba pequeños besos en mi mejilla.

Se separó y me dio esa mirada con la que yo era poco capaz decirle que no, y las caricias que dejaba en mi espalda baja tampoco me ayudaban a concentrarme.

–No me harás cambiar de opinión, querido rey.– traté de sonar juguetona, pero mi voz delataba mi nerviosismo –Voy caminando y no hay discusión.

–Yo tuve que arrojarte al agua, y te dije que pondría mis exigencias,– apretó mis caderas, haciendo que mis piernas se volvieran gelatina –una de esas es que vayas conmigo.

–Entonces no habrá besos en la noche.– amenacé.

Edmund se mofó –Como si te pudieras resistir.

Se inclinó para volver a besarme, y yo estuve a punto de ceder a su petición, pero para mi buena o mala suerte, Peter nos interrumpió... otra vez.

–¡Se nos hace tarde!– gritó desde afuera.

Edmund gruñó, y lanzó una mirada enfadada a la puerta de donde provenía la voz de su hermano.

–Un día de estos voy a colgar a Peter.

–Yo igual,– respondí –pero por ahora vámonos.

Salimos, y antes de que pudiera decirme algo, salí como rayo del establo, ignorando los llamados de Ed.

Las Crónicas De Narnia: 𝔼𝕝 ℍ𝕒𝕕𝕒 𝔾𝕦𝕖𝕣𝕣𝕖𝕣𝕒 [Edmund Pevensie]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora