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Salimos para ir con Caspian y Edmund cuando Lucy terminó de cambiarse. Fuimos a la sala principal, los Pevensie sonrieron conmovidos al ver que todo estaba decorado con figuras de Aslan y pinturas referentes a la edad dorada.

—Estaba en su cámara del tesoro, espero que no los moleste —dijo Calinda cuando Lucy tocó un escudo qué tenía tallado el rostro de Aslan.

—Claro que no.

Edmund apreció las pinturas que lo mostraban a él y sus hermanos en su antigua vida, sus ojos reflejaron nostalgia al ver retratos de nosotros.

—¡Mi poción curativa y mi daga! —exclamó Lucy, acercándose a Caspian para tomar sus pertenencias—. ¿Puedo?

—Claro, son tuyos.

—La espada de Peter —Ed se acercó a la vitrina donde colgaba el arma.

—Así es, la cuidé como prometí —Caspian sacó la espada de la vitrina, extendiéndosela a Ed—. Ten, sostenla si quieres.

—No, no, es tuya. Peter te la obsequió.

Noté cierto descontento, supongo que en el fondo sí deseaba llevarla.

—Aunque sí guardé esto para ti —fue a otra repisa, y le arrojó a Edmund su dichosa linterna.

—Gracias.

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—Desde que se fueron los gigantes del norte se rindieron incondicionalmente, luego derrotamos al ejército de Calormen en el gran desierto. —explicó Caspian, señalando el mapa—. Hay paz a lo largo y ancho de Narnia.

—¿Paz? —preguntó Ed.

—En sólo tres años —respondió con orgullo.

—¿Y también encontraste una reina en estos tres años? —rodé los ojos con diversión al escuchar a Lucy, lo cotilla no se le quitaría nunca.

—No —sonrió melancólico—. Nadie se compara con tu hermana.

Una risilla se me escapó. Caspian no la había superado en tres años, mientras que en Inglaterra apenas pasó uno y Susan ya tenía citas.

—A ver —Ed trató de tomar mi mano por debajo de la mesa, pero la aparté con lentitud—, si no hay batallas que pelear y nadie está en problemas, ¿que nos trajo aquí?

—Adeena y yo estamos de acuerdo en que es en relación con la búsqueda de algunos lords. —respondió Calinda.

—¿Búsqueda?

—Cuando mi tío usurpó mi trono, atacó a los amigos de mi padre y sus más leales súbditos —Caspian giró hacia los retratos—. Los siete señores de telmar. Huyeron a las Islas solitarias —señaló el mapa—. Nadie sabe qué les pasó.

—¿Crees que les sucedió algo? —preguntó Ed.

—Si es así, es mi deber averiguarlo.

—¿Y qué hay al este de las islas solitarias? —cuestionó mi amiga.

—Aguas desconocidas. Cosas que nadie imagina —respondió Drinian como si estuviera narrando alguna leyenda—. Cuentos de serpientes marinas, y peor.

Edmund nos dio una mirada divertida a Lucy y a mí, el capitán hablaba muy convencido, pero no podías tomarlo enserio.

—¿Dijo serpientes? —se burló.

—Está bien, capitán —finalizó Caspian—. No más cuentos por ahora.

—Ahora que todos estamos al corriente, ¿Por qué no vamos afuera? Hay muy buen clima. —Calinda vio a su hermano para intentar hacerlo entender, por suerte, captó enseguida.

Las Crónicas De Narnia: 𝔼𝕝 ℍ𝕒𝕕𝕒 𝔾𝕦𝕖𝕣𝕣𝕖𝕣𝕒 [Edmund Pevensie]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora