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Desperté exaltada al sentir unas suaves sacudidas, era Edmund despertándome de las pesadillas.

—Tranquila, estabas soñando —me susurró a la vez que besó mi frente y la punta de mi nariz. Respiré profundo para tratar de concentrarme en su toque.

Si bien, Lucy me había dado de su poción para curar mis heridas, hubo cosas que ni siquiera su brebaje fantástico podría sanar dentro de mi.

Solo el luto por la <<muerte>> de mi familia había sido capaz de quitarme el habla, eso solo hasta hace unos días, pasar por las manos del verdugo de alguna forma me hizo volver a aquel silencio.

Los sanadores creyeron que era por alguna lesión física, pero Edmund y Lucy sabían los antecedentes sobre mi ausencia del habla.

Edmund me acompañaba y apoyaba en todo lo que podía, pero él al haber sido prisionero en el pasado, sabía de sobra que esto no se iba a borrar de la noche a la mañana. A la par, cumplió su rol como sumo juez, me informó que tenía derecho a atestiguar y otras cosas más sobre el proceso legal. Rechacé todo lo relacionado con el caso, no quería saber nada, solo deseaba olvidarlo para siempre.

—¿Quieres que te lea? —preguntó, a la vez que encendía una vela que destilaba olor a lavanda.

Negué con la cabeza, Ed debía levantarse temprano para ir a dictar los juicios. Para no quitarle tiempo de sueño, me acomodé sobre la cama y conté las pecas en su rostro para distraerme. Él no despegó su vista de mi mientras contaba, y su sonrisa ni siquiera se borró cuando cayó dormido.

Escondí mi rostro en su cuello para poder dormir, su calor e incluso su olor tenían un efecto calmante en mi. Más no lo tenía para las pesadillas, ya que de nuevo me atormentaron:

Mis pies resbalan por la sangre que me rodea. No. No es solo sangre. Son las jóvenes que he visto en sueños, sus cuerpos inertes empapados de sangre y sus ojos carecientes de vida.

Trato de hacer menyat, pero mis alas son arrancadas de mi cuerpo. Los cuerpos inertes parecen volver a la vida, se arrastran para buscar mis alas y me las traen devuelta. Cuando me acerco a tomarlas, la mano de una de ellas rosa con la mía, es un toque fuera de lo común, ya que sus dedos se sienten como una ligera brisa, una qué me trae los mismos datos de veces anteriores.

Bree, 15, jubón verde y blanco.

Ulicia, 17, brazalete de cobre.

Sienna, 16, anillo con iniciales NR.

Coco, 14, diadema azul

Aldith, 17, collar con dije de flor.

Maya, 16 , calzado rosa.

Elizabeth, 19, peineta blanca.

Aparezco en una sucia y arruinada casa, palidezco al ver que el verdugo también está aquí. Él no parece notarme, entra a la habitación como si nada y saca una caja de debajo de su cama, veo que la abre y saca de su bolsillo un collar con el dije de una rosa. El objeto es de un color rojo muy intenso, pero él lo limpia con un trapo y deja ver que el accesorio es plateado. Arrugo la nariz al verlo oler el collar y el paño con perversidad. Finalmente, pone el collar en la caja y vuelve a deslizar ésta debajo de la cama.

Sale de la habitación y vuelve a entrar en menos de un segundo, aunque esta vez lleva más barba y una ropa distinta. Repite todo el proceso anterior, pero esta vez con una peineta color blanco y violeta. Sale y entra de nuevo. Ahora son unos zapatos color rosa. Luego un brazalete. Después un anillo. Un jubón. Y por último una diadema azul.

Cuando abrí los ojos, podría jurar haber visto a las jóvenes paradas frente a mi cama, pero solo duró un segundo.

El sol había salido y Edmund ya se había ido. Me levanté rápido. Desorientada y sin saber que hacer, mis pies se dirigieron al baño para mojarme la cara y despertar por completo.

Las Crónicas De Narnia: 𝔼𝕝 ℍ𝕒𝕕𝕒 𝔾𝕦𝕖𝕣𝕣𝕖𝕣𝕒 [Edmund Pevensie]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora