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Edmund

Manteníamos nuestras posiciones mientras atravesamos el jardín. Apresure el paso al ver un destello en el piso.

—Caspian, la daga de Lucy.

Al tomar el arma, una lluvia de lanzas nos atacó. Apenas logré alzar la espada cuando la tripulación y yo caímos, atontados por golpes propinados de la nada.

—¡No se muevas o morirán! —amenazó una voz proveniente de la nada. Excelente, seres invisibles, esto no podría ser peor.

Inspeccioné el perímetro con discreción, no había señal alguna de Ad o Lucy, habría tomado eso como buena señal, ya que sus estrategias de ataque eran más sigilosas y discretas, pero después de las islas, me ponía inquieto no tenerlas a la vista.

—¿Qué criaturas son ustedes? —cuestionó Caspian, mirando a todos lados.

—Criaturas muy grandes, muy... ¡Ah!

Una flecha quedó suspendida en el aire y un hilo de sangre pareció brotar de la nada.

—¡Muero, jefe! ¡Una flecha le ha dado a mi mano!

—¡Tienen a un invisible! —gritó otro—. ¡Debe ser obra del opresor!

—¡Es el primer aviso! —amenacé, sabiendo que las flechas provenían de mi novia.

—¿Ya van a hablar? ¿O quieren esperar a la siguiente flecha? —siguió Caspian.

—Entonces, entonces —repetía una de las criaturas— ¡L-los desgarraremos con nuestras garras!

Encarné una ceja al ver que poco a poco los seres volvían a ser visibles, eran algún tipo de enanos horribles que tenían una pierna en el tronco del cuerpo y para hacerle juego, un único y enorme pie. Las criaturas estaban armadas con unos mediocres bastones qué no te dejarían más que un moretón. Patéticos.

—¿Y que, van a aplastarnos con esas panzas? —pregunté, sarcástico.

—¡Sí! No, ¿panzas? ¿Cómo qué panzas?

Mi cuerpo se destenso un poco al ver a mi reina y a Reepicheep acercándose. Le mostré la daga de Lucy y, al apenas verla, vi como su rostro se oscurecía.

—¿Nos darán un pisotón? —Caspian rio al ver como los enanos perdían la compostura.

—¿Qué le hicieron a mi hermana, enano tramposo? —mi espada se posó sobre la garganta del que parecía ser el líder.

—Te hizo una pregunta—. Ad se colocó detrás de él para jalarlo por el pelo y dejar su garganta expuesta.

—Dígale, jefe —pidieron los demás— Sí, dígale.

—Está en la mansión.

—¿Qué mansión?

Y como si fuera magia, una enorme mansión comenzaba a tornarse visible frente a nosotros.

—Oh, esa mansión.

—¡Oigan, ya estoy harto de que siempre me abandonen! —Eustace salió de los arbustos mientras sacudía las hojas de su ropa, sus quejas quedaron a medias al ver a los peculiares enanos.

Me reprendí por dentro, no podía estar dejándolo atrás o sin supervisión.

—Miren, es el cerdito —exclamó uno de ellos.

—El cerdito regresó.

—Este lugar se vuelve más raro a cada segundo —por suerte no se desplomó como la última vez.

—¡El opresor! ¡Corran, es el opresor! —coloqué a Adeena detrás de mi al ver la reacción de los enanos. Toda alerta se fue cuando vi a Lucy caminar sana y salva hacia nosotros, el hombre con capa que venía junto a ella no parecía ninguna amenaza.

Las Crónicas De Narnia: 𝔼𝕝 ℍ𝕒𝕕𝕒 𝔾𝕦𝕖𝕣𝕣𝕖𝕣𝕒 [Edmund Pevensie]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora