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A la mañana siguiente Adeena siguió con su entrenamiento, está vez acompañó a Susan para practicar su puntería.

De todo el entrenamiento que había tomado esta era la parte que más le gustaba y se le facilitaba, Adeena pensó en que tal vez iría más tarde a fabricar algunas dagas extra.

La pelinegra se giro al escuchar trotar a los caballos.

-¡A ver Ed! La espada hacía arriba, como Oreius nos enseño-.

-En guardia-.

-Ahora bloquea-.

Eran los hermanos simulando un combate, durante los días de entrenamiento los chicos y las chicas habían demostrado una gran capacidad y destresa con sus respectivas armas en tan poco tiempo.

Adeena volvió su vista hacía la diana para seguir practicando, pero el grito del castor la detuvo.

-¡Peter! ¡Edmund!-

–Tranquilo chico– Le dijo Edmund a su caballo cuando este se alzó.

–Mi nombre es Philip– respondió indignado.

–Oh, lo siento–

–¡La bruja demanda una audiencia con Aslan! ¡Se dirige hacía acá!–

La respiración de Adeena se agitó, pero intento disimularlo lo más posible para que los demás no notarán su nerviosismo, su corazón latía con fuerza y creyó que en cualquier momento este se saldría de su pecho.

Los Pevensie y su amiga corrieron hacía el campamento, cuando llegaron se detuvieron en seco al ver a la reina y su ejército caminando hacia la tienda de Aslan.

–¡Jadis la reina de Narnia!– grito el enano – ¡Emperatriz de las Islas Solitarias!–.

La bruja ya hacía sentada en una litera que era cargada por minotauros.

Al contrario de lo que Adeena había sentido hace unos pocos minutos, ahora sentía una especie de quemazón de enojo por todo su cuerpo al ver a la bruja blanca. Por unos segundos pensó en sacar su daga y darle a la reina justo en la cabeza, lo único que quería era terminar con todo esto, pero tuvo que contenerse para no comenzar un conflicto que no podría detener.

Los minotauros bajaron la litera y la reina camino hacia Aslan, no sin antes dar una mirada a Edmund.

–Hay un traidor en tus tropas, Aslan– todos susurraron cosas ente si, mientras Edmund avergonzado sólo atinó a bajar la mirada.

–Su ofensa no te ha hecho ningún daño– respondió el gran león.

–¿Olvidaste las leyes sobre las cuales Narnia se forjó?–.

–¡No recites la gran magia ante mí, bruja! Estuve ahí cuando fue escrita–

–Entonces sabes ya que todo traidor por ley es mío... Su sangre es de mí propiedad–.

–Intenta llevártelo– dijo Peter a la vez que alzaba su espada y daba un paso hacia enfrente, Adeena y algunos otros lo imitaron sacando sus espadas.

–¿Y crees que lograrías por la fuerza negarme mi derecho... niño rey?– respondió con burla.

Adeena tomo al rubio por el brazo y lo hizo volver hacia atrás, quedando ella entre Peter y Edmund .

–Aslan sabe que si no recibo la sangre que la ley demanda toda Narnia va a ser devastada y perecerá en fuego y agua– Ed entrelazó su mano con la de Adeena en un intento de calmarse y sentirse protegido, su amiga le dio un apretón a su mano para hacerle saber que no estaba solo.

Las Crónicas De Narnia: 𝔼𝕝 ℍ𝕒𝕕𝕒 𝔾𝕦𝕖𝕣𝕣𝕖𝕣𝕒 [Edmund Pevensie]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora