29: Cuando se vacunaron

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—¡Akiro!

—¡Aléjate de mí!

Visitas al médico. Una tortura clave para los niños.

—¡Ven aquí!

Chequeo más vacunas.

Vamos a llegar tarde porque el niño no quiere cambiarse y está corriendo por toda la casa huyendo de Kageyama, quien intenta agarrarlo.

Mientras tanto, Haru desayuna tranquilamente.

—¡No quiero ir! —lloriquea metiéndose abajo de la mesa.

—¡Sabes que tienes que hacerlo! —grité agachándome para agarrarlo pero él ya no estaba ahí abajo.

—¡No quiero vacunarme!

—¡Ni que fuera tan doloroso! —Kageyama corrió hacia él pero Akiro es rápido y se escapó para la cocina.

—¡No quiero!

Quedamos divididos en las dos entradas de la cocina. Akiro estaba acorralado.

—Eres grande. Deja de chillar.

—¡Pero!

—¡Akiro Kageyama, ya ponte esa camiseta! —exclamé y él lloriqueó.

Pero lo hizo.

Así que diez minutos después estamos en el auto y Akiro solloza bajito en los asientos de atrás. Haru solo mira por la ventana abrazando su peluche.

—Papi —murmuró Akiro.

Pero el que tiene por gemelo es un dramático.

—¿Qué pasa? —preguntamos a la vez.

—¿Y si no vamos?

Kageyama suspira.

—Akiro, solo es una vacuna.

—¡Pero me va a doler mucho! —exclamó con la voz rota. Por el espejo retrovisor noté sus ojos enrojecidos de tanto llorar.

—Es solo un segundo y ya —dije haciendo un gesto para restarle importancia.

—Y lo mejor es que cuando terminan, te dan un dulce.

—No quiero dulces... —murmuró.

Al llegar al vacunatorio, notamos que a Akiro se le pasaron las lágrimas. Sin embargo ahora es Haru quien entra en pánico, porque toma mi mano y la aprieta con fuerza, clavando sus uñas en mi palma.

—Papi, no quiero ir —murmuró.

Diría que es como tener a Akiro pero literalmente lo es.

¡Chistes malos de gemelos!

—Solo será un segundo —dije con una sonrisa tranquila—. Y luego te darán un dulce, ¿qué mejor que eso?

—Espero que el dulce sea rico...

Tuvimos que esperar solo cinco minutos para que la enfermera nos llamara. Era pelirroja y sus ojos no se despegaban de mí, parecía, inútilmente, intentar coquetear conmigo y como Kageyama se dio cuenta de esto, tomó mi cintura y me atrajo a él.

Nunca había actuado así antes.

Wow...

Cálmate, Shoyo.

—Entonces, ¿quién será el primero?

Solo basta un pequeño empujón de mi parte para que Akiro de un paso adelante.

—Y-yo...

—Muy bien, siéntate aquí.

Akiro hace caso y termina sentándose sobre una camilla. La enfermera, con una sonrisa dulce, levanta la manga de su camiseta y moja un algodón en, lo que supongo que es, algodón.

—Es muy lindo, ¿es tu hijo?

Kageyama parpadeó atontado al ver que le preguntaba a él.

—A-ah, sí... Es nuestro hijo.

La sonrisa divertida y quizá un poco coqueta por parte de la enfermera se fue a la mierda cuando se encontró con la mía.

—Oh, pues es muy lindo... Felicidades.

—Gracias —Akiro respondió mirándola desconfiado.

—Muy bien, quiero que respires hondo y sueltes todo el aire cuando yo te pinche, ¿si?

Akiro asintió temeroso e hizo caso, inflando su pecho. La enfermera rápidamente clavó la aguja y le pidió que soltara el aire. Noté como Akiro clavaba sus uñas en sus piernas.

—Listo.

Y solo bastó eso para que rompiera en llanto.

Pasó lo mismo con Haru. La enfermera solamente se rió con dulzura y les entregó caramelos. El par de gemelos salió del vacunatorio lloriqueando pero con paletas en sus bocas.

—Odio esto, papi —dijo Akiro tirando de la mano de Kageyama.

—¡Oh!

La atención de los tres cayó sobre mí.

Olvidé de lo de esta tarde.

—¿Qué pasó? —preguntó mi marido frunciendo el ceño.

—Nada, me acordé que esta tarde salía con Atsumu.

Oh, no.

Su mirada me dice todo.

Aquí vamos otra vez.

Supongo que ya saben cómo se sienten los celos.

Él ya debe estar así.

Akiro bufó.

—¿Por qué Tío 'Tsumu?

—Sí, eso. ¿Salir con él?

Los miré y rodé los ojos.

—No sean así.

—No estamos siendo nada. ¿Por qué no nos dijiste?

—Lo olvidé, lo siento. ¿Estás enojado?

Negó.

—¿Podrás con los niños esta tarde?

—Sí, no te preocupes —murmuró mientras mis manos tomaban sus mejillas y clavaba un beso en sus labios—. Cuídate.

—Sí, lo sé.

Dejé besos en los niños y volví hacía él.

—¿Vienes por mí?

—¿A qué hora?

—A las cuatro.

—Bien.

—Gracias, te amo.

Dejé muchos besos sobre sus labios y comencé a alejarme rápidamente.

Siento que esto traerá problemas.

Crónicas de unos Padres Inexpertos | Kagehina Donde viven las historias. Descúbrelo ahora