38: Cuando salí con los niños

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—¿Así que te irás?

Kageyama me miró y asintió.

—Bien, hazlo —tomé aire—. Haz lo que quieras, se nota que esto no te importa.

—No es eso...

—¿¡Entonces qué es!? —alcé mis cejas y él suspiró.

—Es mi trabajo...

Negué.

Creo que ya no puedo más con ésto.

Quedamos en silencio, mirándonos. Ya ni siquiera sé qué espero de Kageyama ni qué él espera de mí. Nada de esto tiene sentido, estoy cansado, triste y quiero respirar.

Necesito respirar. Quiero salir.

—Saldré con los niños.

—Está bien. ¿Hablaremos cuando volvamos?

—No lo sé —dije mientras caminaba al pasillo—. Quizá ni siquiera vuelvo.

Antes de entrar al cuarto de los niños, tomó un gran sorbo de aire y limpio mis lágrimas. Intentó calmarme y lucir feliz y bonito para no preocuparlos.

Abro la puerta y simplemente no los encuentro.

Fruncí el ceño.

—¿Akiro? —pregunté—. ¿Haru?

—¿Ya se puede salir?

Miré confundido al lugar de donde venía la voz de uno de los niños.

Era de adentro del armario de la pared.

Atontado, caminé y lo abrí para encontrarme al par de gemelos sentados adentro, abrazando sus muñecos con rostros preocupados. Akiro abrazaba a Haru y este tenía su rostro escondido en su cuello.

—¿Ya dejaron de pelear, papi?

Mi corazón se rompió.

Me olvidé de Kageyama, me olvidé de absolutamente todo. Solo pude pensar en lo mal que actuamos, en... en como discutimos sin preocuparnos por los niños. Deberíamos habernos ido, deberíamos haberlos dejado en la casa de la vecina, cielos, deberíamos haberlos puesto a ellos antes que a nosotros.

Apreté mis labios y asentí, abriendo mis brazos y atrapándolos en un abrazo. En ese momento, mi cuerpo, mi corazón y especialmente mi alma dolieron al sentir a los niños aferrarse a mí, quizá asustados y confundidos, sin saber realmente qué es lo que estaba pasando.

Quise llorar. Mi garganta se hizo un nudo y mis ojos se humedecieron, pero no podía hacerlo. Tenía que mantenerme fuerte y tranquilo frente a ellos, quizá después, cuando esté solo o con alguien que me reconforte, podré desahogarme pero ahora los niños son más importantes. Solo ellos importan.

—Lo lamento, pequeños... —murmuré apretando mis labios y acariciando sus cabellos—. Realmente lo siento...

Así que después les digo que se arreglen, que saldremos a dar una vuelta por el parque para levantar su ánimo. Obviamente eso lo hace, porque en menos de cinco minutos ya están listos.

Kageyama ya se ha ido, por cierto.

Pero no quiero pensar en él.

Mordí mi labio inferior y salí de casa tomando la mano de los gemelos.

El parque que queda cerca siempre está lleno de niños, lo que ayudará a Haru y a Akiro a distraerse. Agradezco que sean extrovertidos y no tengan vergüenza, porque, al llegar, al ver tantos niños, se sueltan de mí y corren a hacer amigos. Y yo, en parte lo agradezco, porque solo quiero sentarme y verlos reír un rato.

Sé que eso mejorará mi ánimo.

Akiro corre de un lado para el otro, persiguiendo a un niño de cabellos oscuros. Luego veo a Haru hablando con una niña en los columpios, los dos lucen felices y tranquilos. Me alegra ver que mis niños han vuelto a tener su ánimo al cien como siempre. Algo que he aprendido siendo padre es que ver a tus hijos tristes es lo peor del mundo. Prefiero yo sufrir lo peor del universo a que mis niños la pasen mal un rato.

Odio la idea de verlos llorar de la tristeza. No me gusta que se preocupen por cosas como su padre y yo cuando son tan pequeños, solo quiero verlos tan sonrientes y felices como siempre.

Muerdo mi labio inferior y termino abrazando mis piernas, sentado en una banca debajo de un árbol. No sé cuánto tiempo pasa para que me dé cuenta que estoy llorando. Solo lo sé porque una gota ha caído sobre mi muñeca y no está lloviendo. Mis mejillas arden y se sienten húmedas... Solo pasa un segundo para que suelte un sollozo.

Me siento otra vez el Shoyo de diecisiete años. Aquel que fue herido y que odió a Kageyama por primera vez.

Me pregunto qué pensaría mi yo de hace años viéndome ahora. Probablemente no podría creerse que veo a mis hijos jugar mientras que lloro porque me casé con alguien que no confía en mí. Seguro que yo mismo me preguntaría si me casé con Kageyama y me imagino mi cara de terror y desilución al decirme que sí. Cielos, ¿qué he hecho?

¿Por qué me casé con él?

Crónicas de unos Padres Inexpertos | Kagehina Donde viven las historias. Descúbrelo ahora