52: Cuando lloramos juntos

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—No te vayas esta noche... quédate.

Kageyama, que estaba ya saliendo de casa, se dio vuelta y me miró sorprendido. Su mirada se sintió apenada, me miró triste y yo solo quise llorar otra vez.

—Pero-

—Por favor —murmuré, abrazándome a mí mismo—. Es solo una noche más... ¿qué más da?

La casa sin Kageyama es distinta. Todo se siente diferente, especialmente nuestro cuarto: el lado izquierdo de la cama vacío y ya no quiero eso. Solo quiero —necesito— el calor del cuerpo de Kageyama una vez más. Solo una.

Se siente incómodo. Nos observamos desde laa puntas de las camas; lucimos tristes y cansados. Por mi parte, puedo decir que mi cabeza ya no da más. Mi corazón, por otro lado, se rindió hace tiempo.

Cuando las luces se apagan, nos metemos abajo de las sábanas. El simple roce de nuestras piernas me hace querer llorar; me siento débil e indefenso, cualquier cosa que él me diga me romperá en mil pedazos. Tengo miedo de todo, estoy asustado y angustiado, estresado y frustrado. No sé qué hacer, no sé cómo seguir.

El ambiente es pesado. Mis ojos se pierden en el techo y mi corazón palpita por primera vez en quién sabe cuánto. Me doy cuenta que Kageyama está igual que yo, incluso la posición.

Tomó aire con fuerza y cierro mis ojos. No quiero hablar, no hay palabras para soltar más que lamentos que no quiero que Kageyama escuche, así que intentó concentrarme en dormir pero es imposible.

Unos fríos dedos rozan los míos y yo siento mi alma volver a mi cuerpo. Kageyama se da vuelta y me observa, yo solo giro mi rostro, dejando que una lágrima deslice por mi sien y mis labios formen una mueca conforme los dedos de Kageyama se encuentran con los míos. Son finos y helados, trazan formas imaginarias en mi piel y yo tiemblo ante esto.

Puedo encontrarme con sus ojos en medio del silencio. La luna los ilumina; lucen hermosos. Oscuros y brillantes, resaltando en su rostro perfecto. Quiero besar cada parte de este pero temo romperlo o lastimarlo. Mi estómago florece con las mariposas y mis nervios se apropian de mi piel, haciéndome soltar un sollozo bajo cuando nuestras manos terminan entrelazándose y el anillo de oro se encuentra con mi dedo anular.

Después de tanto, él me toca otra vez. El toque es cálido, iniciando, poco a poco, un incendio adentro de mí. Siento que vuelvo a la vida, que mis pulmones se vuelven a inflar y que mi corazón, lleno de costuras, intenta latir nuevamente. Y así dejo que sus ojos recorran mi rostro con una mirada apacible; las orbes se mueven observando mi piel con detenimiento y su pulgar acaricia mi dorso. Cielos, esto sí que duele.

—No llores... —murmura con una sonrisa triste—. No llores, por favor...

—Es que no puedo más... —digo en un hilo, apretando el agarre. Kageyama lentamente limpia mis lágrimas—. No puedo más...

—Como lo siento...

Mi labio inferior tiembla y mi vista se nubla pero todavía puedo ver el rostro de Kageyama a pesar de que esté nublado. El toque sobre mi mano no es falso y me hace querer vivir una vez más, así que sollozando y de vez en cuando tragándome el lloriqueo, me tiro sobre Kageyama, abrazándolo con fuerza. Él se aferra a mi cintura, apoyándose con un codo en el colchón para corresponderme.

Sollozo en su hombro y él hace lo mismo, apretándome aún más. Yo respiro hondo, aspirando su aroma que tanto he extrañado. Él, por otro lado, acaricia mi cabello y me acerca más como si fuese posible, como si no quisiera que nos alejáramos. Y claro que no, no queremos hacerlo nunca más.

Ahogo mis sollozos en su hombro, sintiéndome un niño pequeño siendo consolado. Kageyama baja su mano y acaricia mi espalda, acostándose suavemente y dejando que yo termine casi sobre su pecho.

—¿Papi...?

Muerdo mi labio inferior cuando la puerta se entre abre. Akiro y Haru están ahí, observándonos mientras abrazan sus peluches. Kageyama lentamente enciende la lámpara de su buró y los observa, escondiendo mi rostro en su pecho.

—Ey, hola...

—¿Podemos pasar?

Kageyama me dedica una mirada y yo asiento, limpiando mis lágrimas. Los niños van primero, ya lo saben.

—Sí, vengan...

Haru y Akiro, con pasos cortitos, caminan rápidamente hacia la cama y se suben. Solo pasan segundos para que gateen hasta nosotros y se acomoden en el otro costado de Kageyama, abrazándolo también.

—Tengo dos preguntas —dice Akiro cruzando sus piernitas y observándonos. Yo limpio mis ojos, dejando que Kageyama acaricie mi espalda suavemente—. Número uno; ¿por qué lloras, Papi Sho?

—Porque estoy cansado —murmuré con una sonrisa forzada.

—¿Porque trabajas mucho?

—Síp.

—¡La segunda pregunta, Akiro tonto!

—Ah, sí, sí. ¡Segunda pregunta! —alza un dedo y Kageyama ríe suavemente—. ¿Papá Tobi volvió a casa?

Sentí mi corazón detenerse por un segundo. Kageyama me miró y yo hice lo mismo.

—Sí —respondí con el mismo tono bajo—. Papá Tobi volvió a casa.

Crónicas de unos Padres Inexpertos | Kagehina Donde viven las historias. Descúbrelo ahora