54: Cuando terminó la semana

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Quinto día. Increíble.

—¡Papi, mírame, mírame!

Busqué con mi vista a Akiro.

Un pequeño casco y rodilleras. Una camiseta azul con el nombre Katsuo en negro y unos pantalones deportivos. Por último, él sobre una bicicleta con una sonrisa de oreja a oreja.

—Te veo, cariño... te veo.

Haru no tarda en llegar a su lado. A diferencia de Akiro, él tiene una camiseta turquesa, el nombre Kenji en blanco y unos pantalones grises. El casco, las rodilleras y la sonrisa obviamente no faltan.

—¡Hola, papis!

—¡Hola! —exclamé alzando mi mano y sonriéndoles.

Kageyama solo agitó su mano.

—¡Amaya, apúrate!

—¡Estoy yendo, esperen...!

Hoy no solo somos nosotros cuatro.

También Amaya y Naoki están aquí.

Creo que nunca los describí así que hablaré de ellos antes de seguir... Amaya es un sol en todos sus sentidos. Cabellera castaña bastante clara, ojos que por poco son agua y tez clara. Naoki es el hijo de Kiyoomi con una mujer, no sé cómo es exactamente la historia, me enteré la semana pasada, pero el tema es que es idéntico a Sakusa, solo que tiene el carácter de Atsumu.

En especial su sonrisa.

—¿Y por qué estamos cuidando a los Miya? —pregunté.

Kageyama me miró fugazmente. Estamos sentados en el césped, bajo un árbol mientras los cuatro tontos andan en bici felizmente.

—Porque los dos tienen que trabajar y no pueden quedarse solos en casa. Osamu tampoco podía cuidarlos.

—Vaya, ¿cómo es que pasaste de odiarlos a cuidar a sus hijos?

—No los odiaba —puso los ojos en blanco—. El problema era con Atsumu y nos arreglamos. Le hice un favor porque es lo mínimo que puedo hacer después de que arruiné todo.

—Qué maduro de tu parte, Tobio-san —dije divertido, empujándolo suavemente.

Kageyama rodó los ojos con una sonrisa.

—Ya para.

—No desde que me dijiste que esa chica está enamorada de ti —volví a juntar mi hombro con el de él—. Bueno, ya lo sabía pero estaba esperando que me lo confirmaras.

—¿Por qué todos lo sabían menos yo?

—Porque eres tonto —sonreí de lado, tocando la punta de su nariz—. Y lento, para todo.

Él hizo un puchero.

—Digo, tuve que decirte que me gustabas porque tú no te dabas cuenta.

—¡No me dabas indicios! —exclamó indignado.

—¡Claro que sí! Te miraba y...

—¿Y qué? —alzó una ceja y yo mordí mi labio inferior—. Exacto. Solo me mirabas y yo no te miraba porque te evitaba. Esta pelea —se señaló a sí mismo con una sonrisa victoriosa—. La gano yo.

Golpeé su hombro.

—Cállate.

Kageyama rió y yo miré a los niños.

Akiro le señalaba a Naoki su rueda, parecía exclamar algo y el pelinegro miraba confundido a donde señalaba. Por otro lado, Haru estaba atándole los cordones a Amaya.

Decidí mirar a Kageyama.

Sentí mi cuerpo temblar al encontrarme con su mirada.

—¿Qué tanto me miras? —murmuré avergonzado, devolviendo la vista a los menores.

—Me gusta verte —se encogió de hombros—. Oh, y también porque debo decirte algo.

—¿Qué? —lo miré.

—El domingo, quisiera que salgamos.

Es el último día.

—Está bien. ¿Llevamos a los niños?

—No. Kuroo los cuidará. Le hubiese pedido ayuda a Miwa pero sigue sufriendo con Hana.

Solté una risa.

—Bien. ¿A dónde iremos?

—Es una sorpresa.

Intento manejar mi ansiedad hasta el domingo.

Y cuando llega ese día, me tiembla todo.

—¿A dónde vamos, Kageyama?

—Te dije que era una sorpresa —dijo mirando al frente. Yo bufé—. Ya deja de preguntar tanto, insoportable.

—¡Oye, el insoportable eres tú por haberme puesto esto en los ojos!

Señalé mi cara... creo.

Tengo una venda en los ojos. Solo sé que estamos en el auto hace treinta minutos.

—Falta poco... se más paciente, por favor.

En el camino molesto a Kageyama para que me diga a dónde nos dirigimos pero él logra quedarse callado, desviando el tema de conversación. Por suerte, el auto se detiene.

Kageyama abre mi puerta y me toma de las manos para ayudarme a bajar.

—¿Ya me puedes sacar esta estupidez?

Soltó una risa.

—Solo espera un poco más...

Sigo caminando, sintiéndome cada vez más nervioso. El toque de Kageyama en mis manos me roba el aliento y el no saber qué está pasando o en dónde estoy me pone peor.

Pero Kageyama se detiene.

Yo siento un lío de nervios en mi estómago.

—Bien, ¿listo?

—Sí, sí...

Las manos de él ahora rozan mi cabello y orejas. Solo pasan segundos para que la venda caiga sobre mis ojos...

Y ante ellos pueda encontrar, otra vez, un invernadero.

Crónicas de unos Padres Inexpertos | Kagehina Donde viven las historias. Descúbrelo ahora