32: Cuando después discutimos

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Observé a Hinata.

Él tenía la mirada perdida en la ventana. Su cabello estaba desordenado y todavía respiraba agitado.

En parte, me sentía bien.

Por otra parte también me sentía un hijo de puta.

—Ya podemos hablar, si quieres.

Dije conduciendo.

Él me mira cansado, sus labios todavía están hinchados y sus pupilas dilatadas. Incluso sus mejillas brillan de color rojo, aunque no sé si es por la vergüenza o porque todavía está excitado.

—Fue increíble lo que pasó —soltó sincero y yo asentí—. Pero no lo volveremos a hacer.

—¿Por qué? —fruncí mi ceño—. Lo disfrutaste.

—Sí, puede ser. ¿Pero sabes qué más? Este es nuestro auto, Kageyama. Los niños se suben aquí, con eso es suficiente para no volver a hacerlo.

—¿Estás enojado?

—¡Sí! —exclamó y yo suspiré—. No puede ser que te haya seguido el juego aún sabiendo que esto, lo que hicimos hace menos de diez minutos, fue porque tú tienes un problema para controlar tus celos.

Lo miré confundido y molesto.

—Ojos al frente, Kageyama. Estás conduciendo.

Y bufó.

—No tengo un problema para controlar mis celos —dije después de unos segundos de silencio. Él me miró incrédulo.

—Literalmente acabamos de tener sexo porque te enfermó el hecho de que haya pasado toda una tarde con Atsumu.

—¿Y me culpas? —pregunté indignado—. Nunca me dijiste que saldrías con él.

—¿Y debería?

—¡Supongo que sí!

—¡Solo acepta que te cae mal Atsumu!

—Oh, lo hace. Tranquilo que lo acepto —solté irónico.

—Entonces ahora quiero que admitas que literalmente tuviste sexo conmigo por celos.

—¡No!

Hinata se cruzó de brazos.

—Eres un idiota.

—Oh, no, no. ¡Tú eres el idiota! —exclamé señalándolo mientras mi otra mano tomaba el volante—. ¿Qué te costaba decirme que saldrías con él?

—Ya lo sé, estuve mal. Ese fue mi error y lo admito, pero tú también tienes que hacerlo.

—¿Admitir?

—¡Sí! —siguió mirando la ventana—. ¡Admite que eres un celoso!

—¡No estoy celoso, solo estoy molesto porque nunca me dijiste nada!

—¡Admite que te la pasaste toda la tarde pensando qué hacía con él! —alzó la voz mucho más que yo. Bufé—. No confías en mí, ¡admítelo!

—¡Claro que confío en ti!

—¡No se nota! —exclamó—. ¿Cuánto apostamos a que no disfrutaste tu día con los niños porque estabas carcomiéndote la cabeza pensando qué podría estar haciendo con Atsumu? —decidí no responder—. ¿A cuánto a que pensaste que en un punto te engañé con él?

—No.

—Seguro crees que lo elegiría a él antes a que ti.

No respondí.

Hinata, con eso, se conformó.

Soltó un bufido y volvió a dejar caer su espalda contra el asiento, perdiendo, por tercera vez en el día, la mirada en la ventana.

—Eres un idiota, Kageyama —murmuró.

Silencio. Otra vez sepulcral silencio.

Ninguno de los dos habla y la radio está apagada. Cualquier movimiento que haga será para que Hinata lo critique. Puedo notar lo molesto que está conmigo.

Suspiré pero decidí quedarme callado.

Al llegar a casa, estacioné el auto y Hinata desabrochó su cinturón.

—Y para que sepas —dijo abriendo la puerta. Yo lo observé—. Mi tarde con Atsumu fue increíble. Hablamos y jugamos al voley. En ningún momento te engañé, ¿y sabes por qué? Porque sé que te amo, imbécil.

Y dio un portazo.

Yo suspiré frustrándome.

Soy el mejor para causar peleas, por el amor de Dios. Me odio.

Así que no cruzo palabras ni miradas con Hinata en lo que resta de la tarde. Lavé el auto solo y en silencio, limpié todo sin él y cada vez me sentía peor. Soy un gran idiota.

Tengo que esperar a la noche para poder volver a hablar con él. Todo pasa en la cocina: él corta vegetales mientras yo cocino carne. Y puedo decir que el silencio me está matando a pesar de ser alguien normalmente callado.

Hinata está a mi lado pero lo siento demasiado lejos.

Tenemos que hablar.

—Oye.

Me ignora y sigue cortando con fuerza la pobre lechuga.

A ese paso, va a terminar lastimándose.

—Hinata —lo llamé pero siguió.

Chasqueé la lengua.

—¡Shoyo!

—¿Qué quieres? —respondió molesto y dio un último corte sin ver, lo que hizo que, como dije antes, se lastimara—. ¡Ah, mierda!

Suspiré y tomé su mano, abriendo el grifo y dejando que el agua cayera sobre esta, llevándose consigo la sangre.

—¿Ves lo que pasa cuando actúas molesto?

—Tengo mis razones para estar molesto —murmuró sin mirarme.

Yo decidí no responderle. Solo me agaché a abrir un cajón y saqué un poco se gasas y cinta. Solemos tener esto aquí porque usualmente nos cortamos mucho por ser tan distraídos.

—Lo siento —dije cerrando el agua.

Hinata me ignoró.

—Confío en ti pero... no lo sé, odio el hecho de verte con Atsumu —expliqué poniendo la gasa sobre la herida.

—¿En serio pensaste que podría engañarte con él?

Preguntó sin mirarme. Yo me quedé quieto en mi lugar.

—Kageyama, estamos juntos desde hace más de una década... ¿por qué todavía piensas en cosas como esas? —suspiró, alzando la mirada. Yo me encontré con sus ojos y me sentí débil.

—No... no lo sé.

—Se supone que tenemos que confiar el uno en el otro.

—Lo lamento —murmuré.

Hinata negó.

—Solo... no vuelvas a pensar esas cosas, por favor —yo suspiré—. Tienes que entender que te amo y... que te amaré siempre, cielos.

Crónicas de unos Padres Inexpertos | Kagehina Donde viven las historias. Descúbrelo ahora