30: Cuando me quedé con los niños

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—¿Qué haremos hoy, papá?

Akiro, quien ya dejó de llorar, me pregunta curioso. Mientras tanto, Haru llora a su lado, acariciando su brazo con un puchero en los labios mientras mira por la ventana.

—No lo sé. ¿Qué quieren hacer?

—¡Vóley!

—Bien, estamos cerca del gimnasio y no tengo que trabajar.

—No trajimos la ropa...

—En el baúl hay de repuesto.

Akiro me miró sorprendido y yo solo sonreí.

En el viaje al gimnasio, dejo que los niños se entretengan con la radio y mientras conduzco, pienso qué está haciendo Hinata.

Sinceramente, nunca he sentido tantos celos. Si bien sé que tuve problemas con él en el pasado por eso, con el pasar de los años aprendí que, a pesar de todo, terminamos durmiendo juntos en la misma cama y nos levantamos y despertamos a nuestros hijos. Preocuparme no debería, sé que Hinata me ama tanto como yo a él, pero el malestar y los nervios siempre van a hacerme pasar un mal rato.

Atsumu es increíble. Y puede que no sea de mi completo agrado, pero no voy a negar que es un tipo genial. Apuesto y coqueto, divertido y bueno para las palabras. Físicamente, tiene todos los puntos positivos en el tipo de hombre que le gusta a Shoyo y ¿cómo no tener miedo?

Debo confiar en él, ya-lo-sé. Estamos casados desde hace años, ya-lo-sé. Pero, ¿pueden juzgarme? ¿Pueden molestarse a pesar de saber lo mismo que yo? ¿Puedo sentirme inseguro cuando se trata de Atsumu? Sí, y me culpo por eso. Simplemente no debería pero aquí estoy, preocupado por qué puede pasar entre ellos.

Me pregunto si Hinata, en algún momento de su vida, ha pensado en Atsumu como algo más. Como si fuera yo. Eso mismo me hace apretar el volante con fuerza.

—Papi —La voz de Akiro me devuelve al mundo—. Ya pasamos el gimnasio.

—Ah, sí. Lo siento.

Quizá el deporte me distraiga un poco hasta las cuatro de la tarde. Bajo del auto con los niños y ellos, tomando un bolso con ropa de repuesto (Les sorprendería saber las escapadas que tenemos con Hinata durante la noche hacia una cancha de vóley y por eso mismo el bolso está ahí) y corren hacia adentro del edificio. Yo, mientras cierro el auto, vuelvo a preguntarme qué está haciendo.

¿Estarán hablando? Si es así, ¿de qué?

¿Estarán jugando? ¿Atsumu estará armándole para rematar?

¿Y si están viendo una película? Compartiendo un tazón de palomitas y quizá sus manos rozándose justo ahora...

Suspiro.

Adiós, malos pensamientos.

—¡Papi, apúrate!

—¡Ya voy, ya voy!

Quince minutos después, estamos en medio de la cancha. Entramos en calor lentamente, los niños copian mis movimientos y es cuando me doy cuenta que, extraña y terroríficamente, son parecidos a mí. No sé si es porque tomaron la tendencia de peinarse como yo de jóven (Bueno, solo Akiro. Haru anda con el cabello desordenado) ya que encontraron fotos nuestras en el armario o porque, de por sí, sus facciones son un poco parecidas a las mías. Ni hablar de sus ojos, que con el tiempo, se han oscurecido y tienen un tono como los míos.

Tienen camisetas azules y rodilleras negras. Literalmente están vestidos igual que yo.

—¿Hagamos pases?

—¡Enséñame a armar, papi!

Asentí.

Así que me paso la tarde intentando explicarles cómo sostener bien una pelota. Akiro y Haru se quejan todo el tiempo, diciendo que es difícil y que odian los armadores. La mayor parte de ese tiempo yo me quejo y los amenazo con que, si vuelven a decir eso, les quitaré sus juguetes.

Es broma, claramente.

Creo.

—¡Papi, cuidado!

Pero todos mis pensamientos se ven interrumpidos cuando Akiro me grita. Soy muy lento para darme cuenta que una pelota viene hacia mí.

Y simplemente golpea mi cara.

Tontamente caí sentado al suelo.

Y los niños gritaron asustados.

—¡Papi Sho nos va a matar por matarte! —gritó Akiro.

—¡Papi, papi, perdón! —Y ese fue Haru.

Sobre mis piernas, se sentaron los dos y tomaron mi rostro. Yo sostenía mi nariz porque cada vez que me pegan un pelotazo, termina sangrando.

—¿Cómo hicieron que fuera tan alta? —pregunté adolorido.

Akiro acarició mi mejilla derecha, yo solo tenía los ojos cerrados.

—No lo sé, solo la golpeé con mis brazos.

Seguro que fue con las muñecas.

—Supongo fue una buena recepción —acoté suspirando.

Abrí mis ojos, todavía apretando el puente de mi nariz. Akiro y Haru me miraban curiosos y preocupados.

—Papi, no te mueras, por favor.

—No lo haré, tranquilo... —murmuré.

—¿Entonces podemos seguir jugando?

—Sí, supongo.

Akiro y Haru se miraron y luego me abrazaron.

Yo sonreí de lado.

—¡Pensé que ibas a morir, papi!

—No, tranquilos. Solo fue un pelotazo...

Asintieron y se alejaron, pero nunca se levantaron.

La mirada confundida de Akiro me hizo preocupar.

—¿Papi...?

—¿Sí?

—Tienes sangre en la nariz.

Ah, mierda...

Crónicas de unos Padres Inexpertos | Kagehina Donde viven las historias. Descúbrelo ahora