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New Hampshire, en la actualidad.

Volvió a atizarle, pero esta vez con el puño cerrado. Aquel maldito trasto no quería funcionar y, por más que programaba un nuevo destino, el mapa de Portland se negaba a desaparecer de la pantalla del navegador. Optó por apagarlo, antes de que el deseo irrefrenable de arrancarlo de cuajo le hiciera destrozar el salpicadero. Se inclinó sobre la guantera y rebuscó en el interior. Sacó un par de mapas perfectamente doblados y les echó un vistazo. Debía de estar en algún punto al suroeste de las Montañas Blancas. ¿Pero dónde? Al cabo de un minuto los lanzó al asiento de atrás con un bufido. Era incapaz de orientarse por aquellas carreteras.

El cielo se fue oscureciendo a través de los árboles que cubrían la carretera, y una fina lluvia comenzó a salpicar el parabrisas. Se quitó las gafas de sol, aquella luz apagada y grisácea ya no le molestaba en los ojos.

El golpeteo del agua contra el cristal cobró intensidad, ahogando el murmullo de la música. Apagó el iPod del coche y disminuyó la velocidad para poder contemplar aquel paisaje boscoso que tanto le gustaba; tan parecido a su hogar a la vez que tan diferente. Todo el terreno que alcanzaban sus ojos era verde, de ese verde que solo la primavera trae consigo. Bajó un poco la ventanilla e inspiró. Su olfato captó decenas de notas aromáticas: la tierra mojada, el olor dulzón del arce, la
madera podrida de un viejo roble, el aroma balsámico del pino y del abeto.

Esas sensaciones estaban mejorando su humor, y lo ayudaban a sentirse más seguro sobre la decisión que había tomado unos días antes.

Era el momento de abandonar aquella búsqueda sin resultado que lo estaba consumiendo hasta un punto que solo él
conocía. Debía retomar su vida, encontrar nuevos propósitos que lo alejaran de aquel sendero de autodestrucción que recorría desde hacía demasiado tiempo, y para conseguirlo necesitaba estar cerca de la única persona en quien confiaba:
Hyungsik, su mejor amigo, por no decir el único. Lo echaba de menos. Él nunca lo miraría como al bicho raro que realmente era. Ni esperaría el milagro que todos aguardaban bajo un augurio que solo era el reflejo de la desesperación.

Hyungsik nunca esperaría de él nada a cambio.

Una imagen le hizo abandonar sus pensamientos. A través de la cortina de lluvia, pudo distinguir la figura de una
persona que caminaba sobre el asfalto embarrado.

«Vaya día para salir de paseo», pensó con desdén.

Miró a través de la ventanilla y vio a un hombre muy joven calado hasta los huesos, con el pelo semi-largo y castaño pegado a la nuca. La camiseta y los pantalones que llevaba se le habían adherido al cuerpo como una segunda piel. Pasó de largo y continuó observándole por el espejo retrovisor.
De pronto, el chico dio un traspié y comenzó a tambalearse de un lado a otro intentando mantener el equilibrio, pero el barro acumulado en el arcén era muy resbaladizo, y terminó por caer sobre la hierba mojada, resbalando por la pendiente de la cuneta.

Pisó el freno y mantuvo la mirada fija en el espejo. Vio cómo el chico intentaba levantarse y volvía a caer al tiempo que
se sujetaba la pierna con ambas manos. Lo intentó una vez más, con la misma suerte, y al final se quedó sentado sobre la hierba.

«No es asunto mío», pensó a la vez que pisaba el embrague para cambiar de marcha y seguir adelante.

Aceleró, tratando de dominar el impulso de mirar hacia atrás. Un hormigueo bastante molesto le recorrió el estómago, si aquello no era su conciencia, se le parecía bastante; y conforme se alejaba, el cosquilleo se transformó en una sensación angustiosa
que lo desconcertó. Hacía mucho tiempo que la preocupación por los humanos había desaparecido de su catálogo de sentimientos. O quizá no.

Donde el cielo cae... [MINSUNG] SKZ •ADAPTACIÓN•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora