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—Me siento incómodo presentándome aquí sin avisar —dijo Jisung frente a la puerta de los Hwang.

—Llamé a Sana mientras te cambiabas de ropa, y se emocionó muchísimo cuando le dije que vendrías —admitió Jeongin.

—No he debido dejar que me convencieras —masculló con un hilo de voz.

Estaba muy nervioso. Nunca había tenido problemas para conocer gente, de hecho, trataba con gente desconocida continuamente, por la casa de huéspedes. Pero aquella familia lo hacía sentirse extraño, había algo diferente en ellos que no conseguía explicar.

—¿Ya te he dicho lo mucho que significa para mí que estés aquí? —preguntó Jeongin con gesto inocente.

—Como un millón de veces en los últimos quince minutos.

—¡Vamos, Sung! Tú eres lo más importante para mí. —Se colocó frente a él y cogió sus manos—. Quiero que te conozcan, y seguro que lo pasas bien, son muy simpáticos.

—Recuérdame por qué hago esto —dijo resignado.

—Porque me adoras y harías cualquier cosa por mí —contestó Jeongin con voz mimosa—. Y porque te mueres por estar con Minho.

Jisung soltó un bufido y le dedicó una mirada de reproche a su amigo.

La puerta se abrió y Sana apareció al otro lado, sonriente.

—Hola, cariño, me alegro de verte —saludó, dando un cálido abrazo a Jeongin—. Y tú debes de ser Jisung —continuó—. Te recuerdo, estuviste en la inauguración de la librería. —Jisung asintió esbozando una tímida sonrisa—. ¡Bienvenido! —Lo estrechó con cariño, presionando ligeramente su mejilla contra la de ella—. Vamos, entren. Esta noche cenaremos en el jardín.

Hyungsik y Hanbin conversaban en la cocina frente a una botella de vino tinto y ambos los saludaron con una gran sonrisa. —¿Por qué no van con los chicos? —sugirió Sana—. Están afuera, preparando la mesa. Estaré con ustedes en cuanto termine este puré de guisantes —dijo mientras trataba de remover, sin mucho éxito, una espesa pasta de color verde.

Minho llevaba toda la tarde encerrado en su habitación, ojeando unos documentos que su abogado había enviado desde Londres. Cuando terminó de firmar el último manuscrito, intentó leer un rato. Al cabo de unos minutos, tiró el libro al suelo, incapaz de concentrarse. Recorrió con los ojos la estancia, sin saber qué hacer. Algo en la cama llamó su atención, una pequeña caja de lápices y un bloc de dibujo asomaban bajo uno de los almohadones. Yeji debía de haberlos olvidado allí. Miró fijamente la caja durante un rato. Llevaba décadas sin dibujar y ni siquiera recordaba por qué había dejado de hacerlo. Tenía aquella afición desde niño y, con el tiempo, la había convertido en una forma de expresar sus emociones. Una realidad se abrió paso en su cerebro: dejó de pintar cuando dejó de sentir.

Tomó un lápiz y el bloc. Se recostó en el sofá y con pulso firme comenzó a trazar líneas con suavidad. Un rostro ovalado tomó forma en el lienzo. Al cabo de una hora, y tras retocar un par de sombras, el dibujo estaba terminado.

Arrancó con cuidado la hoja y la acercó a la lámpara que tenía sobre la mesa.
Jisung lo miraba desde el papel con ojos brillantes y sus labios carnosos ligeramente entreabiertos. Parecía tan real como una fotografía en blanco y negro.

Changbin entró en la habitación sin llamar a la puerta.

—¿No bajas?

—Dentro de un rato —contestó Minho.

El licántropo le echó un vistazo de soslayo al papel y sus labios se curvaron con una amplia sonrisa.

—Se te da muy bien —dijo con su habitual tono de indiferencia. Viniendo de Changbin, el comentario era todo un cumplido.

Donde el cielo cae... [MINSUNG] SKZ •ADAPTACIÓN•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora