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Habían pasado otros tres días y el atardecer volvía a pintar el cielo de un rojo intenso. Solo quedaban cuatro noches más; contando la que se abría paso en ese momento, arrastrando tras ella un manto cuajado de estrellas. Durante la quinta mucha gente iba a morir. La tensión de su inminente llegada se palpaba en el ambiente con tanta intensidad que podía saborearse. Todo el mundo estaba nervioso y la sensación crecía minuto a minuto.

—Lo estás haciendo bien —dijo Christopher. Minho se levantó del escritorio de su estudio y se paseó por la habitación.

—¿Qué parte, la de mandar o la de atemorizar?

En apenas una semana, había tenido que tomar más decisiones que en toda su larga vida. Decisiones de las que dependía la supervivencia de los dos linajes y la de muchos humanos. Descubrió que tenía un don natural para dirigir; el de provocar miedo ya venía de serie desde el mismo momento que se convirtió en la clase de persona que ahora era. Su oscuridad nació aquella noche en la que tres renegados entraron en su casa y le arrebataron la inocencia a su espíritu. Después, su mujer le marchitó el corazón. El odio y la venganza lo convirtieron en un guerrero sin escrúpulos que no sentía nada. Sanguinario y cruel. Su nombre era leyenda entre los proscritos por ese motivo.

Después de ciento cincuenta años sin sentir nada, Jisung le había devuelto la vida a su corazón; y ahora era incapaz de saber qué hacer con todos aquellos sentimientos que lo abrumaban, que lo llenaban de paz y sufrimiento en igual medida.

—Ambas —respondió Christopher con una leve sonrisa. Se masajeó las mejillas con las palmas de las manos y se dejó caer en una silla—. ¿Vas a contarme qué te atormenta?

Minho lo miró de reojo.

—Estoy bien.

—Nunca has podido ocultarme tus emociones. Leo en tu rostro como lo haría en un libro. Algo te atormenta.

Minho suspiró y se encaminó a la puerta.

—Mi vida en sí es un tormento, siempre lo ha sido —dijo mientras giraba el pomo.

Abrió y se dio de bruces contra dos guerreros que hacían guardia en el pasillo. Inclinaron sus cabezas como muestra de respeto y él les devolvió el saludo. Si fuera humano, ya tendría calambres en el cuello por la cantidad de veces que repetía ese gesto a lo largo del día. Aquella casa era como una estación de metro en hora punta.

Sus botas sonaron con fuerza sobre el suelo de baldosas de la cocina. Salió afuera. Al instante, sus ojos dieron con ella. Se encontraba en medio del jardín. Había arrastrado hasta allí el sofá de la terraza y, enterrada en una pila de cojines, contemplaba el cielo plagado de estrellas. No habían cruzado más de tres palabras en los últimos días; y la última vez que habían logrado estar a solas, discutieron completamente alterados porque él se empeñó en convertir la casa en unos grilletes para él.

Se dejó caer a su lado. Tenía la sensación de que el cuerpo le pesaba una tonelada y que, si cerraba los ojos, podría sumirse en un sueño profundo. Miró a Jisung, de repente sin palabras. Había tantas cosas que quería decirle, que confesar, que no sabía por dónde empezar. Aunque se conformaba con olvidarse de todo durante un rato y abrazarlo muy fuerte. Se moría por hacerlo, pero solo se atrevió a colocarle un mechón de pelo tras la oreja. Él ni siquiera lo miró. ¿Cuándo se habían distanciado tanto?

Dando rienda suelta a su deseo de tocarlo, le acarició la mejilla y le observó detenidamente. Su cuerpo parecía exhalar oleadas de cansancio; y se le veía tan triste que el alma le sangraba solo con pensar que él tenía la culpa. Con un delgado pantaloncito y una camiseta sin mangas, su pálida delgadez era evidente. Estaba muy delgado y no lo había notado hasta ahora. Se la veía tan pequeño, tan vulnerable… Le acarició el cuello, rezando para que no lo rechazara. No lo hizo.

Donde el cielo cae... [MINSUNG] SKZ •ADAPTACIÓN•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora