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Minho entró en su habitación y cerró
dando un portazo. El recuerdo de Jisung
ofreciéndole su sangre no dejaba de
atormentarlo. Se imaginó aceptando su regalo, tomando su sangre… Sacudió la cabeza apartando la idea. Jamás lo convertiría, no iba a arrebatarle su humanidad, su bien más preciado.
Había olvidado por completo lo hermoso que era estar vivo, ser humano, y Jisung se lo había recordado. De alguna forma sentía que podía vivir a través de él.

Estaba demasiado tenso y su cuello se había convertido en un bloque rígido como el acero. Rotó los hombros tratando de aflojar la tirantez de sus músculos, pero el movimiento solo consiguió agarrotarlos aún más. Se desprendió de la ropa y entró en la ducha, apoyó la espalda contra la pared y cerró los ojos dejando que el agua caliente resbalara por su cara.

Se vistió con un pantalón negro y paseó
nervioso por la habitación. La ducha había aflojado la tensión de su cuerpo, pero su enfado seguía intacto. Se asomó a la ventana y vio a Jisung acercándose a la casa; caminaba despacio con los hombros encogidos. Apoyó las manos en el cristal y enmarcó con ellas su figura, deseando poder envolverlo de aquella forma en la realidad. Quería protegerlo de todo y de todos, incluido él mismo.

Se dejó caer en la cama y se cubrió la cara con las manos. El enojo le quemaba la piel, la frustración lo ahogaba y el miedo a estar cometiendo un error, del que ya era imposible arrepentirse, lo sumía en un estado de paranoia.

Y a todas esas emociones, ahora se sumaban los remordimientos.

Se arrodilló en el suelo, dejando que el
peso de su cuerpo descansara sobre los talones. Colocó las palmas de las manos sobre los muslos e inclinó la cabeza hasta que la barbilla tocó su pecho. Cerró los ojos y se concentró en vaciar su mente de cualquier estímulo. Hacía muchos años que había aprendido a meditar, y era lo más parecido a dormir que había experimentado nunca. Si lo hacía bien, conseguía abstraerse de todo lo que le rodeaba durante horas. Esa era su vía de escape, y cuando volvía a abrir los ojos tenía la vaga sensación de que todo iría mejor.

De repente abrió los ojos y miró el reloj
que había sobre su mesa. ¡Eran más de las doce! Empezó a sentirse realmente mal por haber dejado a Jisung solo durante tanto tiempo, también por la forma en la que lo había abandonado bajo aquel manzano. Salió al pasillo, descalzo, y se encaminó a la escalera mientras abrochaba un par de botones de su camisa. Jisung estaba en alguna de las salas de la planta baja, podía oler su perfume. Aguzó un poco el oído y su voz llegó hasta él, trazando una vibrante estela que siguió completamente hipnotizado.

—¿De verdad luchaste en esa guerra? —oyó preguntar a Jisung en tono incrédulo.

—Esa solo fue una de tantas —respondió Christopher tras una sonora carcajada—. Pero he de reconocer que fue una de las más divertidas. Me sentaba muy bien el uniforme.

—Me cuesta creer que tengas tantos años. Todo lo que has conocido es fascinante. ¿Volverías a algún momento en particular? ¿Cuál fue el mejor año para ti? —preguntó Jisung con avidez.

—Sin duda, los años que pasé en Francia en la corte de Maria Antonieta. Fue una época de excesos que no me importaría volver a repetir.

—¿Conociste a Maria Antonieta? —
preguntó él boquiabierto.

—Profundamente —contestó Christopher con un asomo de ironía. Jisung dejó escapar una risita azorada—. Levanta la barbilla y no dobles la muñeca.

—Pesa mucho —se quejó él.

—Eso es porque estiras demasiado el
brazo, dobla un poco el codo. Así, muy bien… —Se oyó el sonido del acero chocando contra acero. A continuación el estruendo del metal al desplomarse sobre el suelo y la risa de Jisung brotando con ganas de su garganta. —¿Has visto? Ya es tuyo, y ahora, el golpe de gracia —dijo Christopher con entusiasmo.

Donde el cielo cae... [MINSUNG] SKZ •ADAPTACIÓN•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora