Minho abandonó los pasadizos, sumido en una vorágine de pensamientos que amenazaba con hacerle explotar la cabeza. Silas no tenía ni idea de por dónde empezar a buscar algo sobre esa profecía, pero había prometido averiguar todo lo que pudiera. Sin embargo, estaba convencido de que ese designio estaba escrito en alguna parte o en la cabeza de alguien. Y solo había una persona que seguro sabía algo al respecto: Marcelo. Él estaba trazando un descabellado plan con un único fin, en el que la sangre de Minho tenía el papel principal, y eso sonaba a profecía.
Cruzó de nuevo la plaza. El calor sofocante de principios de agosto parecía salir de las piedras como si el mismísimo sol estuviera bajo ellas. A pesar de que era de noche, la temperatura debía de rondar los treinta y cinco grados. Sin saber muy bien por qué, se dirigió a la entrada principal de la basílica. Con un leve gesto de sus dedos la puerta se abrió, lo suficiente como para que pudiera colarse a través de ella.
El interior estaba en silencio. Escuchó para asegurarse de que no había nadie y salió de las sombras que lo mantenían oculto. Avanzó por la nave principal con la vista fija en el altar mayor, se detuvo frente a él y lo observó durante un rato. Dio media vuelta y contempló las gigantescas columnas que sostenían la cúpula, las ostentosas paredes llenas de pinturas.
Con paso cansado se dirigió al primer banco y se sentó. Las pinturas le ponían el vello de punta, aquellos querubines de pequeñas alas y los ángeles de rostros fieros parecían fijar sus ojos en él. Empezó a preguntarse cuántas clases de ángeles habría y a cuál de ellas pertenecería su madre. Era incapaz de pensar en ella sin que los ojos se le llenaran de lágrimas. Hundió la cabeza entre las manos y se quedó allí, con los ojos cerrados, sintiendo el frío silencio de aquel lugar.
—No deberías estar aquí —dijo una voz a su lado.
Minho alzó la vista y miró al sacerdote sin inmutarse. Lo había oído acercarse desde el principio. Se puso en pie con intención de marcharse. —Pareces perdido, hijo mío —replicó el sacerdote mientras sujetaba a Minho por el brazo. El vampiro miró la mano que agarraba su codo. Inmediatamente el sacerdote lo soltó, y Minho continuó caminando hacia la salida. —Si no estás perdido, ¿qué buscas aquí a estas horas? —continuó el hombre.
—Yo no busco nada —respondió Minho
sin dejar de caminar.—Vienes a la casa de Dios a horas
intempestivas, amparado en la oscuridad. Y si tu alma está tan desolada como tu mirada, es posible que hayas acudido en busca de consuelo. Dios es misericordioso, habla con él, pide de corazón y te dará la paz que necesitas.Minho se detuvo y se giró con los labios
apretados por la rabia.—Dios hace mucho que se olvidó de mí.
Para él solo soy otra oveja negra en la familia.
—No importa qué hayas hecho. Dios quiere por igual a todos sus hijos y en su corazón misericordioso solo existe el perdón. Él nunca te abandonará. Sus ángeles cuidan de ti, de todos nosotros, velan por nuestras almas.
Minho rompió a reír de golpe. Aquello sí
que había tenido gracia.—Míreme bien. ¿Cree que de verdad cuido de alguien que no sea yo o de otra alma que no sea la mía? —dijo con desdén, mientras su piel refulgía con un halo blanco y el iris de sus ojos se transformaba en un lago de mercurio.
El sacerdote dio un paso atrás, ahogando una exclamación con las manos. Empezó a santiguarse sin apartar sus ojos abiertos como platos de la espalda de Minho, mientras este se alejaba. Se dejó caer en uno de los bancos y con los dedos entrelazados miró la cruz tras el altar; empezó a rezar. Una figura se sentó a su lado y colocó una mano sobre su hombro.
Ladeó la cabeza para contemplar al visitante y unos dedos se posaron en su frente con un tacto que se asemejaba al de una pluma suave.
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Donde el cielo cae... [MINSUNG] SKZ •ADAPTACIÓN•
FanficMinho es callado, distante, y su mirada esconde grandes secretos. Sus cambios de personalidad intimidan y su atractivo revela tantas luces como sombras. Quizá, por eso, Jisung no puede quitárselo de la cabeza. Pronto descubrirá que no es un chico n...