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Minho volvió a frotarse el esternón. De
pronto tuvo la extraña sensación de que no podía respirar, algo absurdo después de llevar más de un siglo sin necesitar el aire.

—¿Estás bien? —le preguntó Changbin.

—Sí, debe de ser este maldito tatuaje,
cuando Gabriel anda cerca me arde.

—¿Está por aquí? —miró a través de la
ventanilla y recorrió con la mirada el
aparcamiento del instituto.

Minho cerró los ojos y escuchó.

—No le percibo —susurró desconcertado—. Da igual, tardaré un segundo. —cruzó una mirada significativa con Changbin y sonrió. En cuanto tuviera el cáliz en las manos, todo terminaría.

Se desmaterializó dentro del coche y volvió a tomar forma dentro de la sala de trofeos del instituto. Reconoció la vitrina de la fotografía y corrió hacia ella. Se quedó petrificado frente al cristal, con los puños apretados y temblorosos mientras la presión se acumulaba dentro de él haciendo estragos. No estaba, el cáliz no estaba
allí, una marca circular limpia de polvo era todo el rastro que quedaba del objeto.

Contempló su reflejo en el cristal y unos
fieros ojos plateados con motas azules le
devolvieron la mirada. No tenía ninguna duda de quién tenía el cáliz y cuál sería su siguiente paso, así que, ¿por qué no ponérselo fácil? Eun Woo no tendría que ir a buscarlo, porque sería él el que iría a su encuentro, con una daga en cada mano.

Se le doblaron las rodillas y tuvo que
apoyarse en el mueble con una mueca de dolor. Algo no iba bien y no tenía que ver con su enojo por haber perdido el cáliz. Tragó saliva y le supo amarga, a bilis. Volvió a masajearse el pecho, en círculos, tratando de aliviar aquella sensación de miedo. Se desmaterializó y apareció junto al coche, tuvo que apoyar las manos en el capó para no desplomarse.

Changbin se bajó del Porsche a toda prisa.

—¿Qué ha ocurrido, dónde está el cáliz? —preguntó.

—Eun Woo ha sido más hábil y rápido —respondió con otra mueca de dolor.

—¡Mierda! —masculló dando una patada a una lata en el suelo. Entonces se percató de lo mal que estaba Minho, tenía la palidez y el rictus de un enfermo—. Tranquilo, no dejaremos que se salga con la suya —dijo poniendo una mano en su hombro—. Ese hombre no sabe con quién se la está jugando.

—Lo sé, puede darse por muerto -suspiró de forma entrecortada—. No es eso lo que me tiene así. Algo no va bien, Bin.

—¿A qué te refieres?

—Es un presentimiento, estoy aterrado y
no sé por qué.

—¿Te había ocurrido antes?

—No —respondió con la mano en el pecho—. Tengo que hablar con Jisung.

Sacó el móvil de su bolsillo y marcó.
Esperó diez tonos y colgó. Volvió a marcar y una voz que no era la de él contestó al otro lado. —¿Emma? ¿Dónde está Jisung?

—No lo sé, lo dejé en el invernadero, pero hace un rato fui a buscarlo y ya no estaba allí. La verdad es que me ha extrañado bastante.

—¿Y no lo has buscado?

—Pensé que se habían escondido un rato -dijo con tono azorado—. Iré a buscarlo. ¿Crees que está bien?

—Sí, seguro que anda por ahí. En cuanto lo veas, dile que me llame —respondió con toda la calma que pudo. Colgó, fue hasta el maletero y tomó un par de dagas, se las guardó a espalda, bajo la camiseta. Miró a Changbin un instante—. No me gusta esta sensación.

Donde el cielo cae... [MINSUNG] SKZ •ADAPTACIÓN•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora