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Jisung sonrió, la hierba húmeda bajo sus pies descalzos le hacía cosquillas en los dedos. Caminó despacio, vagando por el jardín con los ojos cerrados. Olía a madera, a barro, y un aroma dulzón parecido al sirope que provenía de las hojas de los árboles. Ya no volvería a probar el sirope, le encantaba comerlo con los dedos hasta acabar tan pringoso que el tarro se le quedaba pegado a las manos; pero ahora al recordarlo, su estómago se agitaba con náuseas.

Se sentó sobre la hierba con las piernas
cruzadas y empezó a juguetear con el césped, deslizando las hojas por entre sus dedos abstraída por completo en sus pensamientos. Lo intentaba, pero no conseguía apartar de su cabeza aquellas ideas tristes. Intentaba no pensar en las horas que pasaba encerrado bajo aquella luz artificial con aquel sonido tan insoportable; nunca había sospechado que una bombilla pudiera emitir semejante zumbido.

Contempló el cielo. Pronto habría luna
llena, una esfera brillante en el firmamento, y eso sería lo más parecido al sol que vería nunca. En verdad los ángeles eran crueles, Minho se lo había dicho la noche que descubrió que él era en parte uno de ellos, aunque él pensó que lo decía por lo enfadado que estaba con su madre. Ahora sabía que estaba en lo cierto. Era cruel maldecir a alguien privándolo del sol, arrebatándole la luz que daba vida y la hacía crecer. Sumir a un ser en la oscuridad era el peor castigo posible y él no había hecho nada para merecerlo. Entonces, ¿por qué permitían que continuara así? Porque no les importaba.

Inspiró hondo, a pesar de no necesitar el aire, simular que respiraba lo tranquilizaba. Había visto a Minho hacerlo muchas veces cuando se ponía nervioso. Era curioso cómo el cuerpo se resistía a perder ciertos hábitos, esos movimientos mecánicos que se hacen sin pensar cuando estás vivo. Cuando Minho lo acariciaba, su respiración se disparaba hasta convertirse en un jadeo, como cuando estaba vivo. El cuerpo tenía sus propios recuerdos, quizá no podía diferenciar si de verdad estaba muerto.

Abrió los ojos de golpe.

—¿Piensas quedarte ahí toda la noche? —preguntó Jisung sin dejar de acariciar el césped.

Oyó que reía por lo bajo y una décima de segundo después, Minho se sentaba tras él rodeándolo con sus piernas y brazos.

—¿Qué haces aquí tan quieto?

—Escuchar, ahora puedo distinguir muchos sonidos. Puedo separarlos y saber qué o quién los hace, a qué distancia… Hasta la hierba me susurra.

—¿Y qué te cuenta? —preguntó él
estrechándolo entre sus brazos.

—Que me quieres.

—Entonces hazle caso, sabe lo que dice —dijo con una suave risa.

Permanecieron abrazados y en silencio un rato. Minho le apartó el pelo de la nuca y lo besó en el cuello, después tras la oreja.

—Sung —susurró junto a su oído. Él  ladeó la cabeza para mirarlo—. Hace semanas que nos prometimos y aún no has fijado la fecha para la boda.

—Bueno, es así como funciona. Primero te comprometes, más tarde se fija la fecha y después te casas.

—Yo no quiero esperar.

—¿A qué vienen esas prisas? —preguntó
sorprendido. Él apoyó la frente en su pelo y lo estrechó con más fuerza mientras suspiraba. Tuvo que forcejear un poco para que lo soltara. Se puso de rodillas y le tomó el rostro entre las manos obligándolo a mirarlo—. ¡Minho! ¿Qué te preocupa?

Él se entretuvo mirándolo antes de
contestar.

—Que te arrepientas, que no quieras seguir adelante con nuestro compromiso.

Donde el cielo cae... [MINSUNG] SKZ •ADAPTACIÓN•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora