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Minho deseó ser mortal y poder sumergirse en un sueño que le hiciera olvidar el dolor que sentía. No dejaba de oír la voz de Jisung diciéndole que lo amaba y, después, gritándole que se marchara con una agonía terrible dibujada en el rostro. Contempló su reflejo en el cristal de la ventanilla, y sus ojos, ahora oscuros y vacíos, le devolvieron la mirada con tristeza. Tenía la certeza de que jamás se recuperaría de ese golpe.

Había sido un estúpido permaneciendo en aquel maldito pueblo, consciente de lo que estaba arriesgando. Para colmo, había descubierto que, al menos, había otro vampiro como él, especial; odiaba aquella palabra con todas sus fuerzas.

El destello de unos faros en el retrovisor lo distrajeron de sus pensamientos. Observó con atención cómo las dos luces se aproximaban a gran velocidad hasta colocarse a escasos centímetros del parachoques trasero del Porsche. Una rápida maniobra y el coche se situó juntó a él, ocupando la mayor parte de la estrecha carretera. Todos sus sentidos se pusieron en alerta, y trató de mantenerse dentro del asfalto sin apartar los ojos del llamativo Aston Martin de cristales tintados. El nuevo vehículo aceleró a fondo con un sonoro chirriar de ruedas, se colocó delante y frenó de golpe, obligándolo a detenerse.
Minho bajó del coche sin ninguna cautela, en aquel momento no le importaba nada de lo que pudiera ocurrirle.

La puerta del Aston Martin se abrió y un hombre joven descendió de él con elegantes movimientos.

—¡Sorpresa! —gritó con una voz tan dulce a la vez que profunda y tintineante como miles de cristalitos chocando entre sí.

Los ojos de Minho se abrieron como platos, incapaz de dar crédito a lo que veía. La vida regresó en parte a su cuerpo.

—¡Felix! ¿Qué estás haciendo aquí?

Felix corrió hacia él con su larga melena pelirroja atada flotando sobre la espalda, y saltó a sus brazos con una gracia felina.

—¡Hola, hermanito! —dijo, rodeándole con sus brazos el cuello. Minho lo abrazó con fuerza y escondió su rostro en el hueco de su cuello.

—¿Qué ocurre? ¿Por qué estás aquí?

—Tenía un mal presentimiento —susurró junto a su oído—. Llevo días con una vocecita en mi cabeza que no deja de repetirme que me necesitas. —Lo empujó suavemente, tratando de aflojar el abrazo, lo justo para contemplar su rostro—. Y ya veo que estaba en lo cierto, pareces un fantasma. ¿Cuánto hace que no te alimentas? —preguntó. Él no contestó y se limitó a mirarlo con una gran sonrisa. Lo agarró de la mano y lo arrastró hacia la espesa maleza—. Vamos, por aquí debe de haber algo más que ardillas.

Horas después, una tenue luminosidad comenzaba a intuirse por el este. Durante la noche el cielo había vuelto a cubrirse de nubes, y ahora amenazaban con descargar una fina llovizna. Minho, tumbado boca arriba sobre la hierba, contemplaba cómo unos pajaritos saltaban de un lado a otro de un frondoso arbusto, picoteando con afán las flores amarillas que lo cubrían. Había recuperado las fuerzas después de alimentarse, y sus sentidos estaban atentos y despiertos a cuanto le rodeaba. Sintió una gota resbalar por la frente, y después otra en la mejilla. Bajó los ojos hacia sus pies y observó la espesa melena que Felix había dejado crecer desde la última vez que lo vio, descansando sobre su vientre, la nariz respingona que sobresalía de su hermoso perfil y los hoyuelos que formaban su eterna sonrisa.

—¿Cuándo piensas contármelo? —preguntó Felix de repente.

—No hay nada que contar —respondió.

—Nunca se te ha dado bien mentirme.

—Deberíamos marcharnos, pronto amanecerá.

Felix se incorporó un poco y apoyó el codo sobre la hierba. Miró con atención el rostro de su hermano; a pesar de la oscuridad, distinguía perfectamente cada línea y cada sombra. Arqueó las cejas.

Donde el cielo cae... [MINSUNG] SKZ •ADAPTACIÓN•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora