Capítulo 16

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Al abrir mis ojos, lo primero que hago es posarlos en la ventana que tengo a un lado, noto que ya es de día. Los primeros rayos del sol comienzan a adentrarse por la habitación, iluminándola. El cielo está de un intenso color naranja. 

Cuando me espabilo un poco, me percato de que todavía tengo mi espalda apoyada en el respaldo de la cama, y que tengo cruzado los brazos, al igual que las piernas. Giro mi cabeza, y lo veo a mi lado. Sigue aquí. Está dormido, con su cuerpo doblado a un costado, apoyando su cabeza en la almohada que puse como divisoria. Tiene sus manos bajo su rostro, lo que le deja una expresión adorable e inocente en este. 

Alzo la mano, pero me detengo en seco cuando me doy cuenta de lo que estoy por hacer. 

No. No debo hacerlo. Baja la maldita mano, Astor. 

Es solo para tomar su temperatura. No es la gran cosa. 

Y ese simple argumento gana la contienda. 

Apoyo mi mano en su mejilla, para luego subirla a su frente. Y sonrío levemente cuando noto que su suave piel recupero la temperatura normal. Aparto la mano. 

No puedo dejar de pensar en la conversación que tuvimos anoche. La facilidad con la que me abrí a él, y lo bien que se sintió compartirlo con alguien. Nunca he tenido un confidente, o alguna persona a la quien poder contarle todo sin ninguna clase de tapujos. 

Pese a que he tenido una familia grande y dentro de todo unida, siempre me he sentido bastante solo. A eso sumado el plus que soy alguien con tendencia a la soledad. 

Creo que la primera persona con la que me he abierto un poco ha sido con Vitto. Con él me permití hablar algunos temas, porque sabía cómo era y que no le diría a nadie, ni haría ninguna clase de comentarios. Además de que es más sencillo hablar con una persona que también carga con su propio dolor, y que al igual que tú tiene en su espalda el peso de sus propios errores. 

Pero Vitto es de Anthony y Novak. Otra vez, nadie para mí. 

Quien iba a decir que de entre todas las personas del mundo, justo iba a elegir compartir con este niño uno de los recuerdos más felices, y a la vez dolorosos, que tengo. Y allí estaba yo, contándole todo sin poder mantener la boca cerrada, e incluso escuchando el suyo. 

Me decido a dejar de perder el tiempo, pensando tonterías y me levanto de la cama. Veo que a un costado, en el piso, se encuentra mi arma, la cual deje allí anoche ya que es con la que duermo siempre bajo la almohada. Me las apañe para quitarla antes de que la vea. Ya estaba bastante alterado, no quería perturbarlo más viendo eso. La agarro y la meto en uno de los cajones de mi mesa de noche. Y me dirijo al baño. 

Paso un rato bajo la regadera, dejando que me caiga el agua caliente. Apenas dormí unas horas, y aun así no me siento agotado. 

Supongo que ver dos de mis películas favoritas me ha ayudado a distender un poco. Como una especie de respiro a este mundo que me rodea, que por más que es dónde encuentro mi lugar, no deja de vez en cuando de sofocarme un poco. 

Una vez que salgo de la ducha, me freno en seco sorprendido, cuando al volver a la habitación él ya no está. Sin embargo, se me forma una sonrisa de lado al ver que antes de irse acomodo la cama. Suspiro. 

Maldito niño. 

Termino de vestirme y bajo hacia la cocina. Al entrar me detengo cuando veo que están todos allí. Excepto uno. 

¿Dónde diablos se metió ahora? ¿Qué le sucede a este niño raro que no está en ningún lado? 

- ¿Qué te sucede? - me pregunta Dexter, haciendo que pose mi atención en él. Me mira extrañado. 

- ¿Qué? Nada. - respondo. - ¿Por qué preguntas? - me acerco hasta la cafetera y agarro mi taza que está a un lado. Me sirvo. 

- Pues entraste con una cara de que perdiste algo, pero que aquí tampoco lo encontraste. 

- Tenía la ilusión de desayunar solo. - me apoyo en el borde de la encimera y le doy un sorbo a mi taza. 

- Además... - sigue. - No me gritaste al responder. Creo que es la primera vez que me hables en voz normal, tirando a suave. Y yo que en juraría que en otra vida fuiste un general alemán. 

Frunzo el ceño. - ¿Quieres que te grite? - inquiero con fastidio. - Porque tú deseo está cerca de hacerse realidad. 

- Déjalo en paz, Dexter. - lo regañan todos a coro, molestos. 

Este alza las manos. - ¿Qué? Solo era un observación. - dice. - No me digan que ustedes no lo notaron. 

- Cierra la boca. - vuelven a hablar juntos. 

- Parece que hoy los gruñones son ustedes. - habla entre dientes, y sigue comiendo su desayuno. 

No le doy importancia a ninguno, y continuo tomando de mi taza el café caliente que tanto me gusta. Estoy demasiado relajado como para ponerme a gritar tan temprano. 

De a uno van terminando sus desayunos y salen de la cocina para ir a la morada para empezar su trabajo. Por ultimo quedo yo, solo.  

Luego de un rato, voy camino también a la morada para comenzar mi mañana, cuando me cruzo con él bajando las escaleras. Y lo primero que veo es que lleva puestas esas zapatillas que usa siempre. 

Naranja. Naranja. Naranja. 

Comenzaba a resultarme raro no verlo con ellas puestas. 

Ambos nos detenemos en la punta de la escalera. Quedamos mirándonos en silencio. 

¿Por qué comienzo a sentir con él como que tengo tanto por contarle, pero que no sé por dónde empezar? Es como si tuviera que ponerme al día, luego de un largo rato sin vernos. 

- Hoy no tienes cara de zombie. - comento serio. Sonríe divertido. - Aunque ahora que entenderías la referencia, diría algo como "Hoy no tienes cara de Dobby". 

Lanza una profunda carcajada, que me hace sonreír sin poder contenerla. - Si buscas ofenderme, no lo has conseguido. - habla también sonriendo. 

- ¿Acaso hay algo que a ti te ofenda? - inquiero, pero no como reproche, sino con cierta satisfacción de que así sea. Me fastidia la gente susceptible. 

- Tendrás que esforzarte más para conseguir eso. 

Volvemos a compartir una mirada silenciosa. 

- Tengo que ir a trabajar, no hagas idioteces. - hablo firme. 

- Iré a andar en bicicleta. - dice. - Me llevo tú iPod. - alza la mano y veo que lo tiene en está. 

- Sube por un abrigo. - digo al ver que va de mangas cortas y de jean. 

- No hace frío, además hay sol. 

- Sube por un abrigo. - repito. 

- Pero...

- Que subas por un abrigo he dicho. - sentencio tajante, frunciendo el ceño. - A la cuarta va con una patada de cortesía incluida. 

Me apunta con el dedo. - El ceño. - lo miro firme. - Iré por un abrigo. - se da la vuelta y sube escaleras arriba, a paso rápido. Y mis ojos van directo a ese punto llamador. 

Mariposa. Allí en su nuca. 

- ¿Por qué contigo todo me cuesta el doble? - hablo con fastidio, pero en verdad algo de todo esto me divierte. 

- Anda, es aburrido si es sencillo. - menciona sin dejar de subir, dándome la espalda. Por suerte, ya que no vio la sonrisa que se me formo. 

Niego y voy camino a la morada. 

Maldito niño. 

Estoy Pensando en Ti (Mafia Marshall VI)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora