Comencemos

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Vanesa aparcó su Audi TT en la entrada de la que había sido su casa de la infancia y adolescencia. Aún tarareando I Put A Spell On You, apagó la música y bajó con una sonrisa en el rostro. Solía escuchar soul cuando iba de buen humor, y hoy era uno de esos días en que la sonrisa no escapaba de sus labios mientras Nina Simone sonaba de fondo.

Como solía suceder, su estado de felicidad y satisfacción estaba directamente ligado a su profesión. La abogacía le ofrecía muchos momentos de plenitud que tal vez en otros aspectos de su vida no encontraba, pero daba igual. Tenía un objetivo en mente que la mantenía enfocada y ocupada: ganar.
Negociar y ganar.
Litigar y ganar.
Era gratificante estar cada vez más cerca de la meta y ver como paralelamente su cuenta bancaria aumentaba. Sabía que el último caso que había ganado le iba a permitir cambiar su deportivo por el R8 que tanto quería a pesar de que no corría ni era una fanática empedernida de la velocidad. De hecho, podía parecer algo ostentoso e innecesario para alguien que sólo viajaba de su apartamento a la oficina y viceversa, pero era dinero que había sudado y sufrido en partes iguales tras noches en vela, y si con él quería comprarse una granja aunque no supiera nada de gallinas y caballos, lo haría sólo porque podía darse el lujo.

Ingresó a la casa y enseguida pudo divisar a María en medio de la gran sala. Estaba sentada en uno de los sillones con un libro en una mano y una copa de vino en la otra. Vanesa dejó las llaves del coche en la mesa recibidora, provocando con el sonido que la mujer se percatara de su presencia. Ambas se sonrieron y María dejó todo a un lado para acercarse y saludarla con un cálido abrazo. Era la segunda esposa de su padre. La primera había sido su madre hasta que un accidente de tránsito la alejó de su lado cuando Vanesa tenía apenas diez años. Dos años después, su padre conoció a quien hoy era su madrastra y logró reorganizar su vida, dándole a su hija no solo la estabilidad que necesitaban, sino también una figura materna. Sin embargo, no era esta la relación que las definía, sino que, para ambas mujeres, su relación era más como la de una sólida e inquebrantable amistad. María nunca había intentado ocupar un lugar que no le correspondía, sino que se había hecho el propio en la familia. Esto y la forma bonita y sincera en la que la mujer quería a su padre hicieron que Vanesa la aceptara y quisiera casi de inmediato.

Luego de que María le informara que su padre la esperaba en su despacho y le guiñara un ojo en complicidad, una Vanesa con una sonrisa que amenazaba con desbordar sus comisuras se encaminó en dirección al mismo. Estaba segura de que obtendría la enhorabuena por parte de su progenitor y, por fin, su tan currado ascenso a socia del Estudio Jurídico Martín.

Muchos colegas se preguntaban por qué, siendo la hija de uno de los abogados más respetados de España como lo era Francisco Martín, aún su nombre no figuraba en la entrada del edificio ubicado en el centro de Madrid. La respuesta era muy clara, sobre todo para su padre: si quieres algo, trabaja por ello.
Vanesa nunca, ni en la escuela de leyes, obtuvo alguna ventaja por ser "hija de...", como sí veía que pasaba con muchos de sus compañeros y compañeras.
Su padre había trabajado de sol a sol para crear el imperio que hoy tenía a su mando, trabaja por lo que quieres era su filosofía de vida y se lo hizo saber a Vanesa a muy temprana edad. El manejo de las palabras era algo importante para todo abogado, por supuesto, pero los hechos... Los hechos eran fundamentales, casi vitales. Por ello, Francisco, que era un empirista nato, no dudó en volver tangibles las enseñanzas que quería darle a su hija, de modo que, desde los catorce años, le hizo trabajar por todo aquello que quería y no estaba relacionado con las necesidades básicas que todo padre debe satisfacer. Vanesa había refunfuñado en un principio, como era de esperar de cualquier adolescente, pero al tiempo se había acostumbrado y hoy no concebía una educación que fuera diferente.
Ahora, hecha una mujer de treinta años con su vida y su carrera armada, solo anhelaba una cosa: ser socia de uno de los estudios jurídicos más grandes, ricos y respetados del país. Por ello se desvelaba y se desvivía. Sin embargo y como era de esperar, su padre no se lo estaba poniendo fácil. Llevaba meses partiéndose al medio para cerrar sus casos y demostrarle que era una de las mejores. Ya estaba algo cansada de esperar, pero con la reciente victoria jurídica que había logrado, un nuevo abanico de posibilidades y esperanza se abrió ante sus ojos, y que Francisco la llamara a su despacho solo podía significar una cosa...

Vanesa tocó la puerta y asomó tímidamente su cabeza, logrando ver a su padre concentrado en unos papeles.

- ¿Se puede? -preguntó sonriendo cuando Francisco se sobresaltó al escuchar su voz. Estaba claro que no se había percatado de los golpes en la puerta.

- Hija, pasa por favor.

Francisco se puso de pie con una sonrisa y se acercó para darle un abrazo.

- Te tengo una noticia que, creo, te pondrá feliz - dijo mientras apretaba cariñosamente sus hombros. La cara de Vanesa se iluminó. Por fin.

- Pues, tú dirás papá...

Francisco la miró a los ojos, ambos sonriendo. El corazón de Vanesa palpitaba acelerado. El estar en esa casa con su padre y con su sueño a punto de cumplirse la emocionaban al punto de sentirse nuevamente una niña. Una que luchaba por calmar el naciente zumbido de sus tímpanos y así poder escuchar las palabras que tanto tiempo había esperado.

- Mañana conocerás a la nueva abogada que formará parte de nuestro staff...

La sonrisa de Vanesa se desvaneció rápidamente, sin tener tiempo para evitarlo. Tenía que ser una broma...
Sabía que su cara era un libro abierto, más aún cuando la tomaban por sorpresa, pero Francisco no pareció darse cuenta de su evidente desilusión.

- Su nombre es Mónica Carrillo...

Conflictos de oficinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora