Capítulo 8

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Narra Mónica:

Cuando llegué a casa luego de un excelente día laboral, me di cuenta que me había dejado en la oficina uno de los dos expedientes nuevos que tenía a mi cargo. Podía esperar al día siguiente, pero estaba tan motivada y con tanta energía que decidí buscarlo aunque fuera tarde a la noche. Ganarle la primera partida a Vanesa me había dado un subidón que hacía mucho tiempo no tenía.

Luego de unos minutos conduciendo, aparqué frente al edificio de los Martín. Ingresé con mi credencial y saludé al guardia que se sorprendió al verme. Seguí mi camino hasta los ascensores y en menos de cinco minutos ya estaba frente a la oficina, solo que no encontré todo a oscuras como esperaba, había una luz tenue viniendo desde dentro. Fruncí el ceño, extrañada. Pasaban de las once de la noche, pensaba que los únicos dentro del edificio en este momento éramos solo el guardia y yo. Tal vez Vanesa olvidó algo...

O tal vez está follando con la secretaria...

Con un movimiento de cabeza, rechacé la sensación amarga que me atravesó ante aquella idea y entré de puntitas de pie, intentando hacer el menor ruido posible, pero me detuve de golpe al ver a Vanesa a lo lejos. Sola. Estaba en el sofá, recostada en el apoyabrazos que daba a la puerta por lo que me estaba dando la espalda y aún no se había enterado que estaba allí.

Seguí caminando, lentamente, en su dirección, con los latidos de mi corazón acelerándose a medida que me iba acercando. Cuando estuve detrás de ella a una distancia que me dejaba verla con claridad, dejé pasear mis ojos por su cuerpo. Sus piernas, libres de tela gracias a la falda que llevaba, estaban flexionadas y elevadas haciendo de apoyo para la carpeta que en ese momento leía y marcaba con un lápiz negro. La chaqueta a juego que había llevado durante todo el día había abandonado sus hombros, quedándose sólo una básica de tirantes blanca que, desde mi altura, dejaba ver el inicio del abismo que se formaba entre sus pechos. Y como cereza del postre, iba descalza y se había hecho un rodete desprolijo que dejaba a la vista su cuello largo y terso.

Funcional, y más tentadora de lo que quisiera...

Pasé la lengua por mis labios, de repente me sentía sedienta. Sedienta de ella y de su piel. Y el hecho que estemos solas a esta hora de la noche, con aquella luz, no ayudaba nada.

Lánzate, lo vienes deseando desde que saliste corriendo del baño de aquel bar...

Tomé aire y dejé caer mis manos sobre sus hombros, decidida. Vanesa se sobresaltó y volteó hacia mí, asustada. En cuanto nuestros ojos se encontraron, se relajó.

- Joder Mónica, un día de estos vas a acabar conmigo – exclamó, suspirando. Bajó su mirada a mis manos, aún sobre ella- ¿Qué haces?

- ¿Sabes? No me disgusta la idea de acabar contigo – comencé a masajearla despacio y acerqué mi rostro a su oído hasta que mi boca quedó pegando a él- pero creo que, en este momento, lo que necesitas es relajarte, cariño.

Rocé mis labios con su lóbulo y la sentí contener la respiración. Mi corazón luchaba por salirse de mi pecho y el ritmo de mi respiración lo dejaba en evidencia. No entiendo cómo lo hacía, pero Vanesa despertaba todos mis sentidos, dejándolos revoltosos y dejándome a mí a la merced de sensaciones tan intensas que no recordaba haberlas experimentado antes. Muchas veces, incluso sin tocarla, podía sentir la tensión que nos envolvía. Como ahora, que el aire estaba denso, hacía calor y la gravedad parecía tirarnos la una a la otra.

Con la punta de la lengua, acaricié su lóbulo para luego comenzar a trazar con ella un recorrido que comenzó en su mandíbula, siguió a lo largo de su cuello y acabó entre éste y su clavícula. Me quedé en ese hueco unos segundos, sintiéndola estremecer. Tomé aire, respirando hondo, necesitaba guardarme su olor en lo más profundo de mí. Ella suspiró, dejando salir el aire contenido.

Conflictos de oficinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora