Capítulo 23

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Narra Vanesa:

Subí al ascensor llevando mi mal humor a cuestas.
Me había costado horrores dormir en la noche. Por momentos, despertaba sintiendo los dedos de Natalie en mi cuello; por otros, lo hacía con la imagen de Mónica alejándose. En cualquiera de los dos casos, el resultado era el mismo: desesperación y agonía.

Finalmente, a eso de las cuatro de la mañana, mi cuerpo se rindió por completo a los efectos del insomnio. Al menos de esa forma tendría algún control sobre mis pensamientos.

Fui capaz de darle una salida productiva al madrugón y preparé una audiencia del día siguiente. Si lo hacía bien y todo iba como lo planeado, lograríamos cerrar allí mismo un caso que venía dándome dolores de cabeza hace días.
Sin embargo, para hacerlo bien necesitaba otros papeles y carpetas que sólo estaban en un lugar: la oficina.

Sabía que debía tomarme el día para descansar, pero realmente no lo estaba logrando.
Si seguía en mi departamento me volvería loca.

Las puertas del ascensor se abrieron y  di un par de pasos hasta detenerme a unos metros de la puerta. Inevitablemente, giré a la derecha, hacia el escritorio de Natalie. Fui hasta él y pasé mi mano por el vidrio frío. Estaba vacío, sus cosas habían desaparecido y era obvio que aún nadie había ocupado su puesto. 
Un escalofrío recorrió mi espalda, haciéndome estremecer. Era raro, casi melancólico, y aún me costaba asimilar todo lo que había sucedido.

Tomé aire por un momento y luego me encaminé a la oficina, obligándome a dejar aquellas sensaciones atrás.
Una vez más, el trabajo estaba siendo mi vía de escape.

Sin embargo, al cruzar la puerta que daba al despacho, la vida me gritó en la cara lo equivocada que estaba.

No, hoy no hay escape.

Mónica levantó la vista de la carpeta que estaba leyendo y clavó sus ojos sorprendidos en los míos. 

- ¿Qué haces aquí? -pregunté tajante. Ella se encogió de hombros-
- Lo mismo podría preguntarte a ti.

La observé unos segundos, estaba estupenda. Llevaba una falda negra y una camisa blanca por dentro. Había decidido ocultar las marcas de su cuello debajo de un pañuelo de seda, similar al que había utilizado en ella, y al que ella había utilizado en mi.

Quité mis ojos de ella y comencé a caminar hacia mi escritorio mientras una familiar sensación de indignación crecía dentro de mi.
Deseaba ser capaz de fingir que no ocurría nada, pero era imposible. Simplemente no la entendía, de la noche a la mañana se había vuelto otra persona. Me esquivaba toda una mañana, pero luego me invitaba a cenar...

- Vanesa...

Cerré los ojos como si mi nombre saliendo de sus labios fuera un puñal clavándose en mi espalda.

- Vanesa, por favor. Hablemos

¡Hablar!
Podría haber comenzado ayer, explicándome qué demonios sucedía y porqué de pronto me apartaba como si fuera la nada misma.

Conteniendo las ganas de gritar, giré hacia ella.  Estaba detrás de mi y sus ojos brillaron aliviados al encontrarse con los míos.

- Vale, te escucho -dije y recargué mi peso en el borde del escritorio en un intento de ocultar el temblor de mis piernas-

Mónica dio un paso hacia mí sin dejar de tocarse las manos nerviosa. Caí en la cuenta de que nunca antes la había visto así.
Bueno... Nunca la había visto nerviosa, lo cual me daba un indicio de lo próximo que saldría de su boca.

Para entonces mi enojo ya flaqueaba, pero acabó por disiparse al recordarla llorando en mis brazos mientras la consolaba luego de la pesadilla. Sabía que detrás de su máscara de mujer dura y minuciosa, había oculta una niña que sentía y temía, pero que se negaba a dejarse cuidar.

Conflictos de oficinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora