Capítulo 41

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Narra Vanesa:

Miré a Mónica, ella aún estudiaba las fotografías con el espanto plasmado en su rostro.
Estas cosas solían impactarla más que a mí, pero, francamente, ahora mismo estaba asustada. El juego se les estaba yendo de las manos.
¿Desde cuándo nos seguían?
Nada más pensar en que esta misma mañana lo estaban haciendo me ponía enferma. Era inquietante y abrumador.

Resoplé y tomé las fotografías de la mano de Mónica para guardarlas de nuevo en el sobre. No estaba segura de cómo actuar o qué hacer, pero de nada nos serviría seguir mirándolas.

- Vane...
- No -dije rápidamente, mirándola seria. Sabía por dónde iría- No más policía, Moni

Mónica suspiró, derrotada.
Supongo que estaba tan perdida como yo con esto.
No había muchas salidas posibles; dejarlo estar, denunciarlo y cruzar los dedos para que encuentren algo, o enfrentar a Maldonado sin ningún tipo de prueba en su contra y atenernos a las consecuencias.

- El lunes solucionaremos esto -masculló Mónica con los dientes apretados, tomando una decisión.

Las puertas del ascensor se abrieron dándonos paso al estacionamiento. Estudié discretamente el lugar, no quería alarmar a Mónica más de la cuenta, pero era imposible fingir indiferencia cuando llevabas detrás a alguien pisándote los talones.

- ¿Por qué coño dejamos el coche tan lejos? -preguntó irritada a medida que avanzábamos por la fila de coches estacionados.

Había un silencio sepulcral que solo era atravesado por el sonido de nuestros tacones contra el pavimento. Mis oídos parecían zumbar y la sensación de no estar solas avanzaba sobre nosotras como bruma densa un día de tormenta.
Mónica resopló e instintivamente miró insegura sobre su hombro, cerciorándose de que no hubiera nadie detrás. Nuestras miradas se encontraron dejándome ver sus cejas levemente arqueadas y sus pupilas dilatadas por la preocupación. Suspiré y tomé su mano para dejarle un beso.

- Moni, tranquila -susurré, a pesar de estar tan inquieta como ella.
- Estoy bien -murmuró por lo bajo, pero sus ojos gritaban lo contrario.

Pasó su brazo por mi cintura y acercó nuestros cuerpos para continuar caminando.
Llegamos a su coche y nos montamos rápidamente en él. Por lo general, cada una manejaba el suyo, pero esta vez me dejó las llaves a mí y ella tomó el asiento de acompañante. La miré de reojo mientras salíamos del edificio, intentando conectar, pero su mirada estaba perdida en la ventanilla. El silencio sórdido zumbaba en nuestros oídos una vez más, pero no me atreví a encender la radio en todo el camino.
Lo dejé estar, a ella y al silencio.

Cuando llegamos al apartamento de Mónica, Camarón nos recibió detrás de la puerta moviendo su cola de un lado a otro esperando nuestras caricias, pero esta vez obtuvo unas sin demasiado entusiasmo. Miré a Mónica dejando un beso en su cabeza y continuando su camino en dirección a las escaleras.
Resoplé agotada y tomé a Camarón en brazos para caer junto a él en el sofá.
Ambas necesitábamos un momento.
Al rato, escuché el sonido de la ducha. Observé a Camarón acomodarse sobre mi abdomen para dormir mientras lo acariciaba detrás de las orejas. Francamente, estaba tentada a entrar a la ducha con Mónica, pero no estaba segura de que a ella le apeteciera lo mismo, de modo que decidí tomar una en el baño de abajo.

El agua caliente fue combatiendo poco a poco el frío que repentinamente sentía en el cuerpo mientras los recuerdos caían como cascada sobre mí; mi apartamento, una pesadilla, y una Mónica completamente distante conmigo en la ducha luego del atentado de Natalie, y el declive que vino para nosotras luego de ese domingo.
Suspiré, dejando que el agua cayera de lleno en mi rostro. No temía que sucediera lo mismo, sabía que me amaba y no sería capaz de alejarse. No, lo tenía claro.
Mi preocupación y mi pavor venían desde otro lugar... ¿Qué tal si, esta vez, la alejaban de mí?
Froté mis ojos bajo el agua, sintiendo repentinas palpitaciones. Me agobiaba la remota posibilidad de que le sucediera algo. Si Maldonado o quién sea que estuviera detrás de todo, enloquecía, estaríamos inmersas en una ruleta rusa. Podría ser yo, podría ser ella, cualquiera de las dos estábamos a su alcance. El mensaje había quedado claro: estamos a un palmo de ustedes.
Contuve la sensación de la bilis subiendo a mi garganta. Rogaba ser yo porque simplemente la idea de perderla, me resultaba dolorosa e inaguantable.
Inspiré hondo mientras algunas lágrimas se mezclaban con el agua que caía por mis mejillas.
La quería tanto que daba miedo.
Parecía irónico, pero era terriblemente lógico que el amor y el miedo se fundieran como el metal ante el fuego. Eran las dos caras de una misma moneda, y también tenía sentido que lo fueran. Sólo temes perder lo que amas. Y yo, luego de perder a mi madre y ya bien entrada una adolescencia en la que el amor y los vínculos ganaban terreno a mi alrededor, viví en una constante bifurcación en la que aquellas emociones jugaban y chocaban entre ellas. Amor y miedo. Me negaba a dejarme llevar por el primero. No quería ni necesitaba arriesgarme a pasar por el dolor de volver perder a una persona que amaba, tenía a mi padre y luego a Maria, y con ello bastaba.
Sorteé la mayor parte de mí vida de esa forma, esquivando relaciones y escapando cuando mi corazón parecía reaccionar.
Sólo me detuve con el tiempo...
Necesité del tiempo para detener el sentimiento de pena y miedo agónico que me azotaban cada vez que los recuerdos de la pérdida de mi madre se mezclaban con mis incipientes sentimientos hacia una persona. Y tiempo y sendos años de terapia para comprender que el temor era parte del juego y que querer hasta sentir pavor era uno de los riesgos que debíamos tomar al decidir amar.
Sin embargo, no fui capaz de ponerlo en práctica nunca. Continúe escapando de las relaciones, esta vez no por aquellos traumas, sino por el simple hecho de no sentir nada por nadie.
Mi corazón estaba tranquilo, y yo lo estaba con él. Fue así hasta el día que conocí a Mónica.
Por supuesto, ella llegó para cambiarlo todo y dar vuelta mi universo en un pispás. Con ella había aceptado las reglas del juego y me había lanzado a sentir como se sienten las llamas de un incendio que va avanzando y tomándote sin preguntar. No me había preocupado ni detenido a valorar posibles daños, simplemente me había arrojado de cabeza al agua, completamente abducida por ella. Pero ahora, la vida me recordaba que las consecuencias del sentir siempre estuvieron aquí, y abruptamente se estaban alzando amenazantes a mi alrededor, abrumándome.

Conflictos de oficinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora