Capítulo 50

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Narra Vanesa:

- Natalie... -murmuré sin aliento, mi corazón latía con fuerza dentro de mi pecho. Sin mover el arma de lugar, ella me rodeó hasta quedar delante de mí.

Su imagen me impresionó. Saltaba a la vista que había perdido peso, las facciones de su rostro estaban aún más marcadas y sus ojos bordeados por un rojo violáceo que le daban un aspecto demacrado y sombrío. Su cabello, que una vez fue rubio, estaba ahora pintado de un negro azabache y cortado irregularmente por encima de los hombros. Tragué saliva, viendo como sus pupilas estudiaban mis ojos con intensidad. Estaba claro que nadie se había ocupado de ella al salir. El no estar medicada y la libertad con la que había actuado el último tiempo, atacándonos, sólo revolvía en mí algo que ya sabía; alguien debía detenerla.

- Nat... -susurré nuevamente, esforzándome por hacerlo en un tono suave y sereno. Pude notar la dilatación de sus pupilas ante aquel apelativo, su boca se entreabrió y respiró bruscamente, llevando la mano que sostenía mi cintura a mi rostro- Quita... quita el arma, Nat, para que podamos hablar...

Las palabras se acoplaron en mi garganta, saliendo atropelladamente y en un hilo de voz, sin embargo, ella apenas pareció escucharlas. Sus ojos se movían con rapidez sobre mi rostro a medida que su mano se deslizaba lentamente por mi mentón.

- Te extrañé... -dijo en un susurro ronco que me permitió sentir su respiración en mi piel- Oh, Vane, mi amor...

Mis labios y mi rostro por completo se contrajeron en clara repugnancia en cuanto sentí su boca sobre la mía. Un chillido se ahogó en mi garganta cuando quise separarme y ella sujetó mi nuca con demasiada fuerza, apretando el arma y recordándome mi estado de indefensión. Cerré los ojos mientras un sentimiento de impotencia y asco se apoderaba de mí.

No podía hacer nada.

Cuando se separó, una amplia y satisfecha sonrisa elevó sus comisuras, haciendo que aquel sentimiento mutara a una cruda e insoportable sensación de suciedad. Me sentía sucia y nauseabunda.

Miré brevemente sobre su hombro, sólo para sentir mi corazón contraerse bajo la piel. Mónica estaba observándonos con atención, luchando por quedarse en pie a pesar de los temblores que sacudían sus rodillas.

Tengo que sacarla de aquí.

- Nat, hablemos, podemos solucionar esto... -dije ansiosa. Su entrecejo se frunció y su cabeza se inclinó para mirarme de lado.

- Sólo hay una forma de solucionar esto, Vane... -murmuró renuente para luego guardar silencio. Un silencio que supe interpretar de inmediato.

Miré de reojo a Mónica y ella me negó con la cabeza, comprendiendo. Tragué duro y volví a clavar mi mirada en Natalie.

- Yo... me quedaré contigo, ¿vale?...

Sus ojos se expandieron con sorpresa, dejándome ver un repentino brillo sobre ellos. El arma por fin bajó de mi cabeza y yo suspiré con cierto alivio, estaba yendo por donde quería.

Tal vez... Tal vez esto no termine tan mal...

- ¿Hablas... en serio? -preguntó, entornando los ojos y acariciando mi cuello. Asentí lentamente, viendo por el rabillo del ojo que Mónica se inquietaba y sacudía la cabeza.

- Sólo una condición... -dije y Natalie presionó sus labios, esperando con cautela- Déjala ir.

- Oh, no. ¡No pienso moverme de aquí! -gritó Mónica.

Maldición.

Miré en su dirección, la firmeza con la que había salido su voz no parecía corresponderse con la imagen de mujer tambaleante que sorbía su nariz con el dorso de la mano una y otra vez, peleando con ella misma por contener, probablemente, la misma vorágine de emociones que yo sentía en mi interior.

Conflictos de oficinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora