Capítulo 1

2.8K 127 8
                                    

Narra Mónica:

Nada más acabar de leer el contrato, lo dejé sobre el escritorio y salí del pequeño estudio que tenía montado en una de las habitaciones de mi apartamento para ir en dirección al balcón, no sin antes recoger la copa de vino blanco que estaba bebiendo. Sin dudas, lo que me ofrecía el Estudio Jurídico Martín era mucho más de lo que podía pedir.

Vaya, nunca pensé decir eso.

Por años, fue la competencia directa del estudio al que le dediqué diez años de mi vida, siendo el principal caballito de batalla de la famosísima abogada Estella Escalante. Sin embargo, mi trabajo, compromiso y dedicación de todo ese tiempo poco valían si me ponían al lado de su niñato de veintiseis años recién salido de la universidad. En un principio, me creí capaz de soportar al chiquillo con su actitud de soy dueño de esto, lo único que hice fue ser "hijo de..." mientras iba de un lado a otro sirviendo café a los verdaderos adultos. Pero estaba equivocada, mi optimismo se fue por la borda cuando, cuatro noches atrás, debí quedarme hasta tarde en la oficina ayudándolo a redactar una demanda y al muy idiota se le ocurrió que era buena idea insinuarse dándome una nalgada. Las cámaras de seguridad fueron testigo de su accionar y también de mi puño cerrado estrellándose en su nariz. Lo recordaba todo perfectamente; él arrodillado en el suelo y con la cabeza tirada hacia atrás, luchando por controlar la sangre que brotaba a borbotones de sus fosas nasales. Si había algo que detestaba más que la altanería de los hijos de... y su estúpida actitud de creerse más que quienes tuvimos que esforzarnos el doble para hacernos camino porque no teníamos a mami o a papi para hacer nuestra vida más fácil, era que los tipos estuvieran convencidos de que tenían posibilidades conmigo. 

A partir de esa noche, los días posteriores fueron sólo de negociaciones directas con Estella, básicamente negociábamos sobre mi futuro y sobre cuál era la forma más discreta para desligarme del estudio sin levantar sospechas o tentar habladurías entre el resto de mis compañeros, pues no era ni medio de normal que tu mano derecha se vaya de un día para el otro. Me molestaba y me jodía todo ese movimiento y cambio repentino, pero algo era cierto: en cuanto el niño comenzó a "trabajar" en el estudio, mis ganas y mi motivación decayeron considerablemente. Y aquel acoso, fue sobrepasar un límite muy claro. No me quedaba ninguna duda al respecto; aunque lo haya sido durante una década, este estudio ya no era mi lugar. Por esa misma razón, decidí cortar por lo sano y marcharme, eso sí, si me tenía que ir, lo haría por la puerta grande. Ya no era una abogada recién recibida batallando por hacerse un espacio y una reputación. Aquella Mónica había quedado muy lejos. Hoy, era una de las mejores tanto cerrando acuerdos como ganando litigios, y Estella lo sabía. Por eso, en cuanto fui a su despacho al día siguiente con mi demanda ya lista para presentar, ella no tardó en querer sepultar todo bajo un acuerdo conmigo.

Vamos, que me hubiese entregado su caniche si se lo podía con tal de salvarle el trasero a su hijo.

Pero, en su lugar, me conformé con aceptar el trato que me ofrecía con el estudio de Francisco Martín, algo así como una "permuta" de empleados: pásame uno de los tuyos y yo te envío uno de los míos. No me hacía gracia pasar de un lado a otro como costal de papas, pero tenía que aceptar que tampoco estaba mal lo que me esperaba en el otro estudio: era igual o más reconocido que el de Estella, me duplicaban la paga y, lo que más me importaba, estaban interesados en ampliar asociados. Bueno, prácticamente buscaban solo un o una socia, pero mi objetivo estaba puesto allí y sabía que sólo tenía que trabajar con Martín un año para demostrarle que era la socia que necesitaba. Sonreí ante la idea antes de beber un poco de vino, ya había perdido demasiado tiempo intentando que Estella valore mi trabajo, esta vez no volvería a cometer el mismo error.

Volví a beber mientras miraba a los autos pasar por mi calle. Era domingo, pero aún no pasaban de las diez de la noche, de modo que la gente iba de un lado a otro, disfrutando el clima primaveral que regalaba Madrid.

Conflictos de oficinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora