Capítulo 37

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Narra Mónica:

Vanesa me miraba de reojo y resoplaba de vez en cuando mientras un taxi nos llevaba a su casa.

Aún era temprano en la madrugada, pero ella había pasado la última hora recordándome que podríamos haber acabado la noche de otra forma y no rodeadas de policías. Por mi parte, solo la miraba y asentía en silencio para luego devolver mi atención al grupo de la policía científica que buscaba huellas en su coche.
Claro que podríamos haber acabado de otra forma, pero no era mi culpa que nuestros planes se frustraran, sino de la persona que había decidido destrozar su coche. Después de algo así, era impensado para mí imaginarme cenando tranquilamente junto a los Martin. No cuando mis alarmas ya se habían encendido.

Para Vanesa, todo era una artimaña del equipo de Gronve, pero yo tenía mis reservas y dependiamos de las huellas que la policía lograra encontrar para saber si ella estaba en lo cierto o no. Honestamente, en el fondo lo deseaba. Deseaba que sea parte de un juego sucio porque, si por alguna razón lograban encontrar algo que señalara a Gronve, aquel ataque tendría sentido y al menos sabríamos de dónde viene y porqué. Aquella idea me tranquilizaba mucho más que descubrir que teníamos un nuevo enemigo invisible y sobre el cual no teníamos pista alguna.

- Podríamos estar haciendo el amor en este momento... -rezongó Vanesa, haciendo que el taxista clavara su mirada en nosotras a través del espejo retrovisor.
- ¡Vanesa!

La miré incrédula, sentía mi rostro caliente y probablemente mis mejillas no dejaban lugar a dudas.
Ella clavó sus ojos en mí mientras tomábamos su calle.

- Completas mi puzzle, Mónica, pero a veces eres demasiado cabezota... -soltó y yo la miré confundida. ¿De qué coño hablaba? ¿Qué puzzle? ¿Yo, cabezota? ¡Ja!

Quería preguntar, pero el taxi se detuvo frente a su edificio y ella prácticamente se arrojó a la acera.
Luego de pagar y de ver que el coche se perdía entre las calles, esperé paciente que Vanesa abriera la puerta de entrada. Mientras lo hacía, no pude evitar escudriñar su manzana con cuidado. Tal vez estaba paranoica debido al último acontecimiento, pero sentía un par de ojos sobre nosotras. Intenté estudiar el lugar con mayor detenimiento, pero no vi a nadie. La calle estaba desértica y, por alguna razón, aquello no me dejaba tranquila.

- Moni, ¿entras o qué? -preguntó Vanesa en un tono más conciliador y sólo entonces noté que estaba  sosteniéndome la puerta.

Asentí y no tardamos en subir a su departamento.
Nada más abrir la puerta, Camarón vino corriendo feliz hacia nosotras. Aquello me hizo sentir culpable, nunca lo dejaba solo tantas horas seguidas.
Vanesa lo recogió entre sus brazos y le dio un beso en la cabeza para luego acercarlo a mi.

- Saluda a mami... -dijo con una sonrisa, sorprendiéndome.

Bueno, supongo que ha dado por finalizado su enojo.

Deje caer mi cartera al suelo y le di un rápido beso a Camarón para luego poner mi atención en Vanesa. Tomé su rostro entre mis manos, haciendo que nuestras miradas se cruzaran, y besé suavemente sus labios.

- No quiero pelear... -susurré contra su boca y ella suspiró.
- Yo tampoco, Moni... -respondió, volviendo a unir nuestros labios.

Sonreí cuando sentí a Camarón moverse entre sus brazos y nos separamos.

- Iré a darle un paseo, debe estar harto de hacer sus necesidades en piedras sanitarias. -dijo mientras se acercaba a la puerta y le colocaba su correa.
- Vale, te acompaño... -dije acercándome rápidamente.

Era de madrugada y, aunque la idea de Vanesa paseando a Camarón por una calle desértica no me sentaba bien nunca, hoy no lo hacía en absoluto.

La brisa fresca nos abrió paso a una de las últimas noches primaverales que quedaban en el calendario. En esta época, solía salir junto a Camarón y disfrutar del calor que permanecía en las calles, aún cuando el sol ya se había escondido, y que delataba la inminencia del verano. Sin embargo, en este caso en particular, la idea de disfrutar resultaba lejana; me sentía intranquila e inquieta.
A pesar de ello, no mencioné a Vanesa mis sensaciones y dejé que ella y Camarón me condujeran a un pequeño parque que estaba dos calles más arriba.
Ignorando la hora, Vanesa lo liberó de su correa por un rato para luego sentir que me abrazaba desde atrás.

Conflictos de oficinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora