Capítulo 27

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Narra Vanesa: 

Luego de verificar que el alambrado no estaba electrificado, Mónica tomó las muestras en menos de diez minutos mientras yo esperaba junto al coche cuidando que no se acercara nadie por los laterales. Aún no eran las siete de la tarde cuando ya estábamos dirigiéndonos a las últimas parcelas. 

- Y mira, nada de polvo...  -dijo victoriosa enseñándome sus manos, quité brevemente mi vista del camino para mirarla con una sonrisa en los labios- 

- Tuviste suerte -mascullé, picándola. Mónica rió- 

- La suerte es para los mediocres, cariño 

Dejé escapar una leve risa mientras pensaba en ello. Era una frase que había dicho al pasar, pero que a mi me había quedado dando vueltas en la cabeza, revolviendo viejas reflexiones. 

Era una frase que enaltecía, y con avalada razón, la capacidad de las personas para alcanzar sus objetivos a través de un único medio: el trabajo duro. Mi padre estaría completamente de acuerdo con aquel aforismo, toda su vida curro sin descanso para crear su propio camino, y dificilmente aceptaría atribuir el resultado a la suerte o al azar. "Si quieres algo, trabaja por ello" me lo había repetido infinidad de veces desde niña y yo lo había aceptado, en un primer momento porque cuando somos pequeños tendemos a tomar la palabra de nuestros padres como vocablo santo e inviolable. Pero luego, a medida que fui creciendo y forjando mis propias ideas, lo volví a aceptar aunque esta vez dándole mi propio sentido, lo cual me había habilitado a tener extensos y sendos debates con mi padre sentados en la terraza del hogar compartido de aquel entonces, disfrutando de la luna y las estrellas como únicas moderadoras de aquellas charlas triviales insignificantes para cualquiera, pero cruciales para la niña de quince años que era entonces. Sin embargo y a pesar de que con mi padre mantenía una confianza impoluta, nunca le había confesado que, tiempo más tarde, también había descubierto otra cara de la misma moneda. 

No podemos controlar todo. A veces la vida hace de las suyas para obligarnos a perder el control y recordarnos que somos humanos, y como tales, lejos estamos de ser perfectos. Esta era la otra cara de la moneda, la que no cedía ante el dominio humano y la que nos devolvía los pies a la tierra de un tirón. La insufrible, pero también la que le ponía todo el condimento a la vida, recordándonos que no somos más que un elemento finito de ésta. En esta cara, el azar y la suerte eran punteros mientras que la capacidad y el control, que por naturaleza ostenta el ser humano, casi rozaban lo peripatético. 

Francamente, disentía con Mónica y con mi padre; la vida era tanto trabajo como azar. Incluso, encontraba cierta arrogancia en el hecho de no reconocer que la ventura y las casualidades golpeaban las puertas aun del más capaz, lo cual me había empujado a una aguda conclusión: quién creía que la suerte era para mediocres, seguramente ignoraba que la vanidad era para idiotas. 

- No... -dije de repente- 

Pude ver de reojo que Mónica quitaba sus ojos del móvil para mirarme confundida. Aminoré la marcha del coche, deseando poder mirarla a los ojos. 

- No creo que la suerte sea para mediocres... -continúe y sentí sus ojos clavados en mi rostro, enrojeciéndome las mejillas. Carraspeé, intentando ocultar mis nervios- Si lo creyera, estaría admitiendo que el azar no existe y que todo lo que nos ocurre en la vida es por mérito propio, que sí, en gran parte es así. Pero, Mónica, yo no hice nada para traerte a mi vida y sin embargo, aquí estas. -suspiré, sintiendo que todo lo que había fraguado durante años, cobraba sentido- Siento que, si negara la suerte, de alguna manera te estaría negando a ti también. 

Dije aquellas últimas palabras en un susurro tenue, sintiéndome repentinamente tímida y terriblemente cursi. 

Esperé unos segundos sin quitar mis ojos de la ruta, pero su silencio me estaba aturdiendo. La miré de reojo intentando descifrar lo que ocurría, pero su vista estaba clavada al frente. Decidí frenar a un lado del camino, mi corazón latía tan furioso dentro de mi pecho que creí que iba a tener un ataque cardíaco. 

Conflictos de oficinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora