Narra Mónica:
Vanesa rompió el abrazo para darme un suave beso en cada mejilla, limpiando los restos de lágrimas. Luego, sus labios suaves se estamparon tiernamente en los míos.
- Te quiero... -susurró. Sonreí, abriendo los ojos para mirarla.
- Yo te quiero, Martin. Te guardaría en una cajita de cristal si tuviera la oportunidad.Y era cierto, la resguardaría tras cristales irrompibles con tal de que nada pudiera dañarla.
Vanesa rió, haciendo que su sonido se expandiera en todo el coche y en cada célula de mi cuerpo.
Mis ojos se despegaron de los suyos para ver sobre su hombro, sólo entonces me di cuenta que no estábamos frente al estudio.- Oye, pero, ¿dónde estamos? -pregunté entre risas y Vanesa sonrió ampliamente.
- Pensé que podríamos almorzar algo antes de regresar a la oficina. Y este... -señaló un sencillo local con un par de mesas fuera- es uno de mis lugares favoritos.Mi sonrisa no cabía en mi rostro, ni la emoción en mi cuerpo. Tal vez era una tontería, pero para mi que me enseñara sus lugares favoritos implicaba adentrarme un poco más en su vida, hacerme mi propio lugar.
La quería. Y de ella lo quería todo.
Quería su opinión sobre el Presidente, su punto sobre la Guerra Ucrania- Rusia, y también ir más allá, ¿Durkheim o Weber?, ¿Gramsci o Foucault? Quería oírla desarrollar sus convicciones jurídicas y que perdiéramos el hilo hablando por horas de Simone de Beauvoir y Judith Butler, pero también quería lo pequeño, lo cotidiano e insignificante para cualquiera que lo vea de afuera. Quería conocer todos y cada uno de sus lugares favoritos, cuál su mejor viaje y cuál el pendiente, la canción que la hacía llorar, su película favorita, el libro que la marcó de niña, el postre que no podía dejar de pedir, ¿le gustaba el chocolate? Este era un punto importante para mí, casi crucial.
Quería empaparme de ella, con ella.
Los dueños del sencillo restaurante eran un matrimonio de unos cincuenta años que irradiaban alegría y familiaridad. Aquella fue la sensación que tuve nada más atravesar la puerta de la mano de Vanesa.
El lugar jugaba con tonos cálidos en las paredes y el mobiliario, mientras sobre ellos los cuadros de colores y el verde de las plantas resaltaban, oxigenando la sala.
Las mesas estaban esparcidas con una generosa distancia entre ellas, poniendo de manifiesto que les importaba más que sus clientes se sintieran cómodos en lugar de abarrotar la mayor cantidad de personas posibles. Aquel detalle me gustó, no era habitual conseguir un lugar donde comer y charlar sin que el murmullo del gentío se colara en tu propia conversación.
Sentía que podríamos haber estado entrando a una casa de familia y no a un restaurante, y esta idea no tardó en confirmarse con la amabilidad con la que nos recibieron Gabriela y Juan.- ¿Qué te parece? -preguntó Vanesa una vez que el mozo se marchó con nuestro pedido. Su sonrisa era la de una niña ilusionada y yo no pude hacer más que sonreír enternecida.
- Me encanta, y ellos son adorables. -dije con sinceridad. Vanesa asintió, orgullosa de sí misma.Se puso de pie de repente y yo la miré con el ceño fruncido, sin entender.
- Necesito ir al baño, vuelvo enseguida ¿vale?
Asentí y ella me dio un beso húmedo en los labios antes de marcharse. Volteé en su dirección e inevitablemente mi mirada repasó su cuerpo mientras caminaba enfundada en mi ropa. Tenía que reconocerle una cosa a Johana: no se había equivocado al decir que ella la lucía más. No cabía ni media duda.
Miré a mi alrededor. El lugar estaba tranquilo, sólo había otras tres mesas ocupadas, dos con lo que parecían ser parejas y una con un grupo de cinco mujeres. Volví a mirar en dirección al baño y antes de ser capaz de impedirlo, mis piernas se estaban moviendo solas siguiendo la estela de perfume que había dejado Vanesa.
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Conflictos de oficina
FanficVanesa Martín y Mónica Carrillo son dos abogadas de renombre que van tras un mismo objetivo: el ascenso a socias de uno de los estudios jurídicos más importantes de toda España. Sin embargo, para ello tendrán que aprender a convivir dentro de una m...