Capítulo 55

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Narra Mónica:

El fin de las horas críticas y toda esta pesadilla estuvo marcado por sus manos sobre las mías. El sol entraba cálido por las ventanas como en una tarde soleada de agosto y la inquietud de su boca en la mía hacía estragos en cada esquina de mi ser mientras mi piel se crispaba con su tacto.

Sonreí, tomando suavemente su mejilla e inspiré hondo, respirando en ella. La emoción de sentir nuevamente su calor me embargaba y subía ardiendo desde la punta de mis pies hasta mi pecho y allí quedaba, allí crecía.

Vanesa me sonrió, haciendo con sus piernas enredaderas en mis caderas, las mismas que se tejían en mi latiente corazón tras cada suspiro chocando contra mi rostro. Volví a perderme en ella con un beso lento, su suavidad rozó mis labios y luego mi lengua, dándome la bienvenida a un lugar que sabía no estaba dispuesta a abandonar. Se sentía bien, libre y desenfrenado, como si estuviera dejando correr una parte de mí por un prado verde de primavera invadido por el olor a jazmín y el roce de la hiedra. Una sensación de candente vigor fluía por mi cuerpo extasiado.

Oh, Vanesa...

Un profundo sentimiento de felicidad se coló entre el sonido de nuestros labios y nuestras respiraciones acompasadas.

Esto era lo que necesitaba.

Esto era lo único que quería.

Ella, una tarde de sol y piel.

Y la calma libertad de saberla conmigo.

Miré sus ojos, dejándome absorber por ellos como la primera vez. Su oscuridad inofensiva me atrapó en su serenidad tramposa y entonces, como una luz que reverbera en el final de un túnel y marea, en trance le entregué todo con un suspiro largo; mi tonta ilusión de control, mi alma entera y también mis venas corroídas por mi sangre ardiente. Era suya, sólo suya...

- Moni...

Desperté sobresaltada y algo ahogada por el barbijo que aún permanecía sobre el puente de mi nariz. Patricia, la enfermera de las mañanas, me miraba entornando sus ojos lastimosamente. Observé mi alrededor, dándome cuenta que todo seguía igual, Vanesa, la habitación, el monitor marcando el ritmo lento de su corazón.

Mierda...

Mi decepción y mi propia lástima se unieron a la de la enfermera. Había sido un sueño.

- Pasan de las seis, cariño... -murmuró ella, dándome una animada sonrisa. Fruncí el ceño, pero de inmediato comprendí. Las horas. Mis ojos se abrieron desorbitados al tiempo que su sonrisa se ampliaba en su rostro.

- ¿Ella...? -susurré con voz temblorosa, sin ser capaz de acabar. Patricia asintió, tranquila.

- Lo ha logrado. Ha pasado lo peor.

Las lágrimas picaron y saltaron de mis ojos. Estaba cansada, mi cuerpo apenas podía seguir resistiendo aquel incómodo sofá y las exiguas horas de sueño entrecortado, estaba harta, pero de pronto tan feliz. Lo salado de mi piel no era más que el rejunte de emociones, miedos y tensiones siendo finalmente arrancados de mi cuerpo.

Lo había logrado.

- ¿Qué sigue? -pregunté, pasando el dorso de mi mano por mis ojos.

- Para ti, un baño y horas decentes de sueño en una cama. Y para ella, sólo esperar que despierte.

- No puedo irme ahora. -murmuré, negando con la cabeza.

La idea de Vanesa despertando y encontrándose sola me agobiaba, estaría asustada, confundida, ella me necesitaba a su lado. Patricia suspiró resignada, pero se inclinó, dejando sus manos sobre sus rodillas para quedar a mi altura y hacer su último intento.

Conflictos de oficinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora