Capítulo 17

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Narra Mónica: 

Vanesa regresó del vestidor con el mismo pañuelo que había utilizado conmigo en sus manos. Se acercó mirándome cautelosa y con la duda clavada en sus ojos. Di un paso hasta ella y le quité el pañuelo, la miré a los ojos un momento y lentamente comencé a rodearla hasta quedar detrás, sin tocarla. Me tomé unos segundos para admirarla, sintiendo el aire cada vez más pesado. Estaba desnuda al igual que yo, y de su cabello aún mojado se desprendían gotas que recorrían la línea de su espalda hasta desaparecer en sus nalgas. Sentí el impulso de seguir aquel sendero humedo con mis dedos, pero me contuve. Respiré hondo y me contuve. Me límite a dejar mis manos sobre sus brazos y comenzar a subirlas hasta depositarlas en sus hombros, allí masajeé por unos segundos, relajándola, y luego acerqué mi boca a su oído.

- ¿Tengo permiso para jugar, entonces? –pregunté en un susurro ronco y besé el comienzo de su mandíbula. Vanesa suspiró, haciendo la cabeza a un lado para facilitarme la tarea-

- Dependerá del juego...

Reí suavemente ante su respuesta y volví a besarla, esta vez más abajo, en el cuello.

- ¿Acaso no eras una persona que toma riesgos, Martin?

Desde mi posición, pude notar como sus mejillas se movían, dejándome saber que estaba sonriendo. Sonreí también y mientras esperaba su respuesta, recogí su cabello y lo levanté para poder besar su nuca. Ella se retorció levemente.

- Sí, pero toda regla tiene excepciones, eso ya lo sabes abogada –dijo en un suspiro-

Oh no, dime que sí...

Llevé mis manos a su abdomen y la pegué a mi, sintiendo su trasero rozar con mi sexo que latía dichoso ante aquel contacto. Subí una mano a uno de sus pezones y dejé la otra sobre su monte de Venus para provocarla. Vanesa dejó escapar un gemido tenue y, como esperaba que hiciera, empujó la pelvis contra mi mano, pidiéndome más. Sabía bien en qué condiciones estaba y qué era lo que quería; la dulce e intensa liberación después de horas de tensión. Pero también sabía que el que la obtenga o no, dependía de mí. Yo decidía si lo obtendría, cuándo y cómo. Pellizqué despacio uno de sus pezones duros, haciéndola empujar una vez más contra mí. Tal vez no pueda controlar ni mi propio sistema límbico, pero sin dudas tenía el control de este momento. Y saberlo me ponía a mil.  

- Aún no respondes a mi pregunta –dije y apoyé los labios muy cerca de la comisura de su boca. Vanesa giró y sus ojos completamente negros se fijaron en los míos-

- Sí, lo tienes... -susurró despacio y con la respiración agitada-

Sonreí complacida y la besé. 

Mientras nuestras lenguas se probaban en un duelo carnal, fui llevándola hasta la cama. La ansiedad también crecía en mi interior, despertando todos mis sentidos y dejándolos a flor de piel. Me moría por besar y lamer cada rincón de su cuerpo, por tomarla y probarla, pero tenía que apelar a mi autocontrol y esperar. Jugar con los tiempos, excitarla tanto que acabase suplicando por mi, era lo mínimo. Hoy, mientras yo había pasado un día entre pinchazos en las sienes y celos que corroían mi cordura, ella se lo había pasado de puta madre jugando con la argentina en mi contra, provocándome y mostrándome una faceta de mi misma que desconocía. Claro que aquello no iba a quedar así. Todo mal tiene su castigo, y yo deseaba castigarla de la forma más dulce y exquisita en que se puede castigar a una persona. 

La empujé contra la cama y me senté a horcajadas sobre sus caderas. Desde abajo, Vanesa me miraba con la boca entreabierta, sus manos aferradas a las sabanas. Sonreí al verla así. 

No, cariño. Tengo otros planes para tus manos...

- Junta tus muñecas 

Vanesa abrió los ojos, confundida. 

Conflictos de oficinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora