Capítulo 39

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Narra Vanesa:

Llegamos al departamento de Mónica unos minutos antes de las ocho de la noche.
Con el apremio del tiempo, sacamos a Camarón y comenzamos a alistarnos rápidamente para ir a cenar. Teníamos una reserva, pero si seguíamos con este ritmo era muy probable que la perdiéramos.

Bueno, al ritmo de ella, querrás decir...

Verifiqué la hora en mi móvil, los minutos corrían y ya eran casi las nueve y media.
Miré en dirección al vestidor, dónde Mónica se encontraba. La habitación  se llenaba sólo con sus murmullos malhumorados, el sonido de las perchas corriéndose de un lado a otro y un leve ronquido que venía desde mis piernas.

- Sería de gran ayuda que me digas a dónde vamos... -dijo molesta, mientras se asomaba por la puerta con un vestido bajo sus brazos.

Sonreí, acariciando a Camarón detrás de sus orejas. Su descanso sobre mis piernas ya era una costumbre consolidada para los dos. Sin embargo, negué con la cabeza en dirección a Mónica, había luchado todo el trayecto desde la oficina para que le diera el nombre del restaurante, pero me había negado rotundamente. Como ahora. Había sido mi idea, y mi elección era una sorpresa. 

- Venga, Vane -insistió malhumorada- Que contigo puede ser un modesto negocio familiar o el mismísimo Santceloni
- Ese ha cerrado...
- ¡Vanesa!

Reí, poniendo mis manos inocentemente en alto. Miré el vestido que sostenía, ese estaba muy bien. Bueno, en realidad podría ponerse lo que quisiera que seguiría estando preciosa y estilizada como nadie.

- Moni, mírame -dije, abriendo mis brazos y dándole una pista con mi atuendo.

Sólo llevaba un pantalón negro elastizado y una blusa de tirantes del mismo color con detalles de encaje en el escote.
Mónica rodó los ojos, exasperada.  

- ¿Y los tacones? Los tacones me confunden -masculló, haciéndome reír otra vez.
- Moni, voy a todos lados con tacones. No te detengas en ellos. Ese vestido está bien

Ella bufó y fue hasta el espejo que estaba en una esquina de la habitación. Se midió el vestido con duda y cierta reticencia, pero aún así fue el elegido.

Gracias al cielo.

Dejé a Camarón sobre la cama y fui junto a ella para retocar mi maquillaje. A esta altura ya se me habían caído las pestañas.

Mónica se estaba dando los últimos toques con rímmel cuando el reflejo de su sonrisa se hizo del espejo, comprimiéndome el corazón. Estaba deslumbrante. Y sexy. Siempre estaba sexy.
Dejó el rímmel a un lado y lo tomé, haciendo intencionalmente que nuestras manos rozaran. Fingí concentrarme mientras comenzaba a aplicarlo, pero advertí por el reflejo que Mónica se acercaba peligrosamente a mi rostro. Tragué grueso, luchando por no quedar ciega en cuanto su cuerpo caliente se pegó al mío.

- Te he visto, Martin... -murmuró con sus labios pegados mi oído- No llevas sujetador.

Una sonrisa sugerente se formó en mis labios. Dejando el maquillaje a un lado, giré para enfrentarla y tomar sus manos. En cuanto presioné sus palmas sobre mis senos, sus ojos ardieron en respuesta, con sus pupilas expandiéndose velozmente a través de su iris.

- ¿No te gusta? -pregunté provocativamente, arqueando una ceja.

Ella me dedicó una mirada cargada de lujuria mientras las yemas de sus dedos jugaban con mis pezones. Lentamente, comenzó a trazar un sendero de besos húmedos que iba desde el inicio de mi mandíbula hasta mi barbilla. Inspiré profundamente, llenando mis pulmones con su olor y su perfume.

Conflictos de oficinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora