Capítulo 40

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Narra Mónica:

- Hemos salido en el periódico -masculló alegre Vanesa.

Levanté la vista del móvil para posarla en ella. Me miraba sonriente del otro lado de la barra desayunadora mientras me enseñaba la página en cuestión. Había una foto nuestra del día que hicimos las declaraciones en la puerta de Tribunales, una de la compañía Gronve y otra de Liliana Maldonado y su séquito de testosterona siguiéndola por un estacionamiento, todo detrás de un gran titular que indicaba que el juicio iniciaría el próximo lunes.
Estaba a punto de hacer una acotación cuando las migajas que rodeaban la taza de café de Vanesa llamaron mi atención. Negué con la cabeza, mirándola seriamente.

- Vane, cariño, pero porque haces eso -regañé.

Sus ojos confundidos se clavaron en los míos  mientras su mano quedaba suspendida en el aire con un trozo de tostada a punto de ingresar a su boca. Siempre hacía lo mismo en cada desayuno; tomaba una tostada y la partía en pequeños trocitos para ir comiéndolos poco a poco, llenando el desayunador con pequeñas partículas de pan que luego olvidaba limpiar.

Sosteniéndole la mirada, señalé en dirección al motivo de mi reclamo. Ella sonrió ampliamente, comprendiendo de inmediato a qué me refería. Se encogió de hombros, llevándose finalmente a la boca lo que quedaba de su tostada.

- Lo hago desde niña -explicó, mirándome inocentemente. Rodé los ojos mientras dejaba un codo en la barra y apoyaba mi barbilla en la mano para observarla desde allí. Era una niña en el cuerpo de una mujer de treinta años.
- ¿Y no crees que es momento de madurar, Martin?

Había dicho aquello intentando sonar severa, pero fracasé torpemente cuando una sonrisa tiró de mis comisuras al verla ponerse de pie y venir en mi dirección.  
Sus brazos no tardaron en rodear mi cintura, acercando el calor de su cuerpo al mío.
Me dejó un casto beso en los labios para luego esconder su rostro en mi cuello.

- No te enfades, luego recojo todo -murmuró contra mi piel, con su aliento tibio haciéndome estremecer.
- Mentirosa. Siempre dices lo mismo, y siempre lo olvidas -repliqué, moviendo mi cabeza a un lado para darle mayor alcance a su boca.

Vanesa murmuró algo que no logré entender y pronto, el aliento tibio que había sentido un momento antes chocando contra mi piel, quedó en un segundo plano al sentir sus labios húmedos abriéndose sobre ella, rozándome suavemente con sus dientes y la punta de su lengua.
Mordí mi labio inferior, conteniendo un gemido, sus besos tenían un efecto directo en mi ingle. 

- Así no harás que me olvide... -advertí, sujetando su cabeza para que no se alejara.

Vanesa rió sin despegarse de mí y subió una mano hasta mis senos para masajearlos por encima de mi camisa.
Sabía lo que hacía, pero, como solía suceder, teníamos los minutos contados para llegar a la oficina.
Mi costumbre impoluta de llegar al menos diez minutos antes había quedado atrás desde que Vanesa y yo dormíamos en la misma cama. Los párpados pesando como el plomo y sus brazos tirándome hacia ella bajo las sábanas eran tentaciones por las que me dejaba llevar muchas veces, obligándome a acortar drasticamente el tiempo que destinaba para mi rutina matutina y, en consecuencia, a llegar todos los días sobre la hora al estudio.

- Vane... -susurré, pero ella seguía ensimismada en lo suyo- ¡Amor!

Vanesa gimió y apretó sus dientes en mi mandíbula.

- No hagas eso... -murmuró, dejando un beso apretado en mis labios.
- ¿Hacer qué?
- Llamarme así. No si no quieres que te lleve de regreso a la cama

Reí y tomé su rostro entre mis manos para darle un último beso.

- Bueno, es que eres mi amor -dije con naturalidad, bajando de la banqueta y oyéndola refunfuñar en respuesta- ¿Puedes recoger mi taza también? Debo subir a cambiarme las bragas por tu culpa.

Conflictos de oficinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora