Capítulo 34

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Narra Vanesa:

Lunes. Por fin.
Los últimos días fueron de un confinamiento casi pandémico, interrumpido sólo por breves paseos a Camarón y un viaje hasta el departamento de Mónica. Por lo demás, no salimos ni para ir al super. Nos habíamos atenido a la escasa mercadería de mi alacena y al delivery para sobrevivir, y también al café, claro. 
Nuestras horas de sueño se habían reducido a cuatro de un día para otro, necesitábamos de la cafeína como agua de mayo.
Y en este momento, probablemente estábamos terminando la segunda taza desde que habíamos despertado.

Miré el reloj de la sala, pasaban de las seis de la mañana. Una hora antes el dolor de espalda me había obligado a abrir los ojos. Estaba durmiendo en el sofá, donde también pasaba gran parte del día leyendo jurisprudencia y tecleando en mi portátil parte de los fundamentos de la demanda.
Mónica, sabiamente, había decidido no deshumanizarse y subir a la habitación para tener sus siestas breves en una cama como cualquier persona normal. Muchas veces me había insistido para que la siga, pero me había negado. No porque no quisiera dormir entre sus brazos, sino porque acostumbraba a machacarme hasta bordear los límites a la hora de preparar los casos, y Gronve no sería la excepción.

Sin embargo, esta madrugada Mónica había sido incapaz de llegar a la comodidad del colchón, había caído rendida sobre una pila de papeles en la mesa del comedor.  Nada más verla la desperté, recibiendo como respuesta una mueca de dolor en cuanto sus ojos se abrieron y se incorporó. Mi espalda no era la única que no daba tregua.

Siempre creí que había tres momentos claves y aptos para desvivirse dentro de un proceso judicial; la preparación, la prueba y los alegatos. En cuanto a la sentencia, la sensación era sobre todo de una franca resignación; o ganas o pierdes. No hay mucho más que puedas hacer para cambiar el resultado más que apelar e insistir en segunda instancia, pero en primera, el caso ya estaba perdido y fenecido.

Observé a Mónica mientras bebía su café de forma automatizada del otro lado de la barra. Sus ojeras estaban tan oscuras como las mías y su cabello peleaba contra mi flequillo para decidir cual de los dos estaba más desaliñado. Estábamos igual de agotadas las dos y ciertamente combinábamos con el estado del departamento. Dejando ir mis últimos rastros de cordura, comencé a reír, provocando la mirada desconcertada de Mónica.

- ¿Debo preocuparme? -dijo, arqueando una ceja. Negué con la cabeza, aún tentada.
- Perdona, perdona, pero es que tía, mira... - señalé a mi alrededor, había papeles sueltos, carpetas desarmadas y libros por donde se mire. Mónica repasó el lugar con la mirada y sonrió, divertida- Cuando lleguemos a los alegatos, tendremos que buscar a Camarón debajo de alguna enciclopedia. 

Mónica rió y comenzó a buscar al susodicho desde la banqueta en la que estaba sentada.

- Duerme arriba. -dije, convencida de que así era. Si yo le había quitado el sofá, parecía justo que se apropiara de mi cama.

Mónica suspiró, asintiendo, y bebió lo que quedaba de su café. 

- Deberíamos salir para el estudio en una hora, nos llevará tiempo mudar esta oficina improvisada. -masculló con la misma pereza que me provocaba a mí ir de un lugar a otro.

Era la primera vez que hacía esto en mi casa, por lo general el desborde de papeles lo tenía en la oficina, repartidos entre el sofá y mi escritorio. Sin embargo, también era la primera vez que preparaba un caso con otra colega y su perro. Mirando en retrospectiva, era un cambio lógico y que me agradaba. El desvelo era más llevadero cuando tenías a otra persona a tu lado pasándote un café cuando los párpados comenzaban a pesar.

- ¿Lista para los juegos del hambre? - preguntó divertida Mónica.
- Creí que habían comenzado el jueves. -mascullé con sorna y ella me miró confundida- No me tocas desde la noche del miércoles.

Conflictos de oficinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora