Capítulo 54

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Narra Mónica:

Ya a estas alturas sabía con certeza que no podía controlarlo todo. La ilusión óptica de la determinación y minuciosidad con la que había guiado toda mi vida adulta se hicieron añicos contra el suelo. No podía controlar mi entorno, ni a las personas que formaban parte de él. Parecía una ironía, pero ni siquiera tenía control sobre mí misma, y eso sólo lo descubrí con Vanesa.

Aquello que tanta firmeza me ofrecía al pisar, no era más que una mentira que había inventado con el pasar de los años, me había creído mi propia ficción, porque funcionaba y la Mónica de entonces disfrutaba de ella. Todo era a favor, hasta que... bueno, la vida hizo de las suyas, demostrándome todo lo contrario y gritándome con ello aún queda tanto por aprender.

Había una diferencia abismal entre la Mónica que era antes de conocer a Vanesa y la que vino después. Una diferencia marcada por lo que significó su llegada a mi vida, y lo que con ella se trajo, tan sin pretenderla ni esperarla, pero tan necesaria aún sin saberlo. 

Inconscientemente, Vanesa me había dado una de las lecciones más importantes de mi vida adulta; me había demostrado que, en realidad, no necesitaba tanta determinación ni orden, sino todo lo contrario. Lo que en realidad necesitaba era fluir más, dejarme llevar por lo que se me presentaba en el camino y controlar sólo aquello, no intentar hacerlo con desconocido que aún restaba llegar. Era su espontaneidad natural lo que realmente necesitaba, y sabía que era lo más importante, pero también lo más difícil para mí, pues que lo supiera, no significaba que saliera por arte de magia de mí. Me estaba costando horrores. Y lo hacía porque la vida me había puesto delante la peor prueba que podría haber elegido: dejar que sea Vanesa quién fluya, dejar que sea ella quién decida si seguir o no. 

Haberlo hecho con el trabajo, incluso haberme obligado a ceder en cosas del estudio para que ella tomara las decisiones y, con ellas, el control, ¿no? Era lo mismo... A menudo lo pensaba con cierto rencor.

¿Por qué ponernos en esta situación? Habría aprendido la lección de cualquier otra manera.

Pero no.

Bruto, drástico, mortal.

Así debía ser, al parecer.

Por supuesto que me estaba costando, tenía momentos en los que sólo quería escapar y hundirme en mi cama bajo mis propias lágrimas, pero, al parecer, el esfuerzo y el tormento que venía con todo esto, estaba dando sus frutos. 

Aún no podía cantar victoria, pues Vanesa seguía postrada en aquella cama, pero, al menos, ya estábamos atravesando el fin de las últimas horas críticas. 

Mi corazón se agitó con fuerza en mi pecho. Anhelaba escuchar las palabras que se habían vuelto objeto de mis plegarias desde que habíamos ingresado al hospital.

Fuera de peligro.

Eran sólo tres, pero significaban mucho, pues separaban la vida de la muerte, y mi posibilidad de seguir respirando y funcionando dentro de este mundo.

Me removí en el sofá para cambiar de posición, soportar la incomodidad del mismo por tanto tiempo había entumecido cada una de mis articulaciones, pero valía la pena cada calambre. Estábamos cada vez más cerca.

Me puse de pie y, empujada por mi necesidad de ella, me acerqué hasta quedar a su lado. La observé detenidamente, su respiración en calma y sus ojos cerrados cubiertos por sus pestañas tupidas me arrojaron a una de las tantas imágenes que tenía resguardada en mi mente con el mismo esmero y recelo con que se resguardaba un tesoro preciado. La noche en que la vi dormir sobre mi pecho sosegó los latidos de mi corazón y me obligó a sonreír con nostalgia, nos habíamos quedado dormidas en el sofá de la oficina luego de deleitarnos con nuestros cuerpos por una segunda vez. Había sido maravilloso, por supuesto, el sexo con ella lo era, pero lo que venía después... Mordí mi labio inferior, recordando. Ese momento de sosiego que llegaba después, el de simplemente sentir su piel desnuda y caliente contra la mía, no tenía comparación. Había pasado tiempo desde aquella vez, pero aún podía sentir la suavidad de su mejilla contra mi pecho y la plenitud invocándose de pleno en mi interior. Entonces, ya incluso lo sospechaba: tenía entre mis brazos a la mujer que me rompería por completo, pero también a la que buscaría entre mis ruinas y me uniría pegando nuevamente cada pedazo, haciendo con sus propias manos una versión mejorada de mí.

Conflictos de oficinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora