Nine

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Por la mañana, la fortaleza roja se tiño de negro tras la muerte de Hobert Hightower, el queridísimo hermano de la reina Alicent Hightower.

Todos le despidieron entre lágrimas y terrible dolor en sus miradas, todos menos Aemond y Aegon que uno al lado del otro miraban a un punto fijo sin expresión alguna en sus rostros.

Yo en cambio, mantenía la mirada en el suelo intentando no mostrar los nervios que me invadía por dentro.

En cuanto terminó la ceremonia, la reina se dirigió a sus aposentos incapaz de continuar mostrándose calmada.

-Gracias…

Miré a Aegon mientras movía los labios para que lograra captar lo que le acababa de decir. Él me dedicó una sonrisa entristecida y volvió a centrar su atención en la conversación que tenía con Otto.

Nunca había tenido con él la misma conexión que había encontrado con Aemond, ni siquiera me había parado a hablar con él por miedo a sus acciones.

Pero aún así, él había decidido defenderme, anteponerme a su tío. ¿Por qué motivo lo había hecho?

-¿Estás bien?- preguntó Aemond caminando hacia mi mientras me ofrecía una copa.

Me encogí de hombros sin saber qué responder.

-No he podido dormir…-confesé al fin- no dejaba de recordar mi antiguo hogar.

-Te estaba haciendo daño…-susurró sin mirarme directamente mientras observaba la sala repleta de gente- ¿Crees que me iba a quedar de brazos cruzados?

-No creí que serías capaz de tanto..

Esta vez para mí sorpresa esbozó una sonrisa.

-No subestimes hasta dónde llegaría por ti.

Le miré parpadeando dos veces seguidas cuando el corazón me dió un vuelco.

-No me mires así- volvió a sonreír - hay gente presente.

Aparté la mirada de la suya y sonreí sin poder evitarlo, incapaz de contener mi felicidad.

Caminé hacia la puerta dejándole atrás mientras apoyaba mi copa en la mesa.

No estaba nada de acuerdo en cómo habían sucedido las cosas, pero la muerte de Hobert me lograba tranquilizar. Al menos no iba a casarme y marcharme a Antigua con un completo desconocido.

Caminé por el pasillo escuchando los pasos de Aemond detrás de mí.

-¿No te enseñaron modales, Aemond?- bromeé girándome para mirarle-a las damas no se las persigue por los pasillos.

Su sonrisa se me contagió y agarrando mi vestido por los extremos y elevándolo levemente eché a correr soltando una carcajada. Sabiendo que todos se encontraban aún llorando a Hobert, me sentía con total libertad para corretear por la fortaleza roja, como cuando aún era una niña.

Aemond no tardó en agarrarme con fuerza de la cintura y abrir la puerta de su habitación para cerrarla con él pie, incapaz de apartar su mirada de la mía.

-Sigues siendo igual de lenta..-susurró pasando su mano por mi nuca para atraerme aún más hacia él.

Su aliento chocó contra mi rostro y los dos dirigimos la vista está vez hacia nuestros labios.

-He dejado que me alcanzaras..-dije tentada de dar el paso y unir mis labios a los suyos.

Pero lejos de eso, escapé de sus manos y corrí por la habitación desprendiéndome por un momento de todo lo que me preocupaba.

Aemond era muy ágil, más de lo que hubiera querido, y rápidamente volvió a capturarme, pero mientras me revolvía entre carcajadas acabamos cayendo encima de su cama.

Solo entonces cesaron mis risas, cuando él posó sus manos en la cama encerrandome bajo él acelerando así mis latidos.

Nuestras respiraciones agitadas volvieron a sacarnos una sonrisa, mientras él dejaba caer su peso encima de mí para lograr hundir su nariz en mi pelo al mismo tiempo que introducía sus dedos masajeando lentamente mi cabeza. Pero  se puso de pie rompiendo aquél momento en cuando se percató de lo que estaba haciendo.

-Lo siento..-susurró- no sé en qué estaba pensado.

-Solo nos divertíamos- dije quitándole importancia al hecho de que  estuviera tumbado encima de mí en su cama.

Agitó la cabeza como intentando deshacerse de algo, y alejó la mirada de la mía.

-No soy de piedra, Visenya.

Fruncí el ceño y abrí la boca sin emitir ningún sonido cuando comprendí lo que quería decir.

-Oh dios…-susurré- ¿Estás…estás bien?

-Tranquila- me dedicó una sonrisa- no es..

Se quedó en silencio y me señaló la puerta.

-Voy a salir para que me dé el aire.

Asentí viéndole marchar y agaché la cabeza esbozando una amplia sonrisa.

Jamás pensé que podía atraer a Aemond, jamás pensé que él me pudiera ver como algo más que una simple hermana.

Así que me levanté de la cama y corrí hacia la puerta, pero cuando la abrí Aemond ya no se encontraba allí.

Desilusionada salí al pasillo y caminé hacia mis aposentos hasta que escuché el sonido de las campanas anunciando la llegada de alguien al castillo.

Rápidamente corrí a asomarme a cualquier ventana  que me diera la vista suficiente como para poder ver quién o quiénes habían llegado. Pero por una solo pude lograr ver un inmenso dragón sobrevolando la fortaleza roja.

¿Nos venían a atacar?

-Querida- la mano de la reina sobre mi hombro me sobresaltó.

-Majestad- dije haciendo una rápida reverencia.

-Acompañame a tus aposentos.

Asentí siguiéndola, mientras por dentro me moría de ganas de saber a quién pertenecía ese dragón que había sobrevolando los cielos.

-Ha llegado visita- la reina entró en mis aposentos y cerró la puerta- no sabíamos con certeza si vendrían o no.

-¿Quiénes?

-Tus hermanos.

Abrí los ojos lo más que pude incapaz de decir algo más.

¿Mis..mis hermanos?

-Jacey Luke Velaryon estarán dejando ahora mismo a sus dragones en Pozo Dragón y vienen a darnos el pésame por la muerte de…-sé quedó en silencio incapaz de pronunciar el nombre de su hermano.

-¿Y Rhaenyra?- pregunté.

-Querida- la reina dió un paso hacia mí- debes saber que ni Luke ni Jace saben de tu existencia.

Mis ojos se inundaron de lágrimas al escucharla decir aquello. Me había pasado toda mi vida esperando a que mi familia llegara a por mi, a reclamarme y darme la familia que siempre deseé. ¿Ahora que me quedaba?

-Confío en tu discreción.

Asentí cuando una lágrima surcó mi mejilla.

-Buena chica…-susurró la reina apartandome un mechón de pelo del rostro- no me decepciones.




La semilla del dragón// Aemond Targaryen 💚Donde viven las historias. Descúbrelo ahora