Prólogo

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Elena observó a la chica que la miraba con fijeza. Veintisiete años, pelo castaño con reflejos rojizos, ojos verdes, atractiva y con estilo. Su postura erguida traslucía seguridad en sí misma y su sonrisa despreocupada reflejaba que tenía todo bajo control. Estaba sentada en un taburete, en la barra de aquel pub, con la naturalidad de alguien que está acostumbrado a sociabilizar con extraños por la noche, mientras disfrutaba de la música.

Una impostora.

«¿Es que nadie lo ve? Esa chica no es más que una cáscara vacía. ¿Nadie se da cuenta de su mirada perdida? ¿De sus manos temblorosas? ¿De su postura tensa? ¿De que su sonrisa no es sincera?», quiso gritar a las personas que tenía a su alrededor.

No, nadie se percataba de la verdad, porque Elena había tardado casi un año en poder proyectar la imagen que se reflejaba en el espejo en el que se estaba observando para que la gente dejase de mirarla con tristeza o compasión.

Alzó su vaso en un brindis silencioso con su propio reflejo y apuró el chupito de un trago.

-¿Puedo invitarte a una copa?

Se giró hacia aquella voz masculina. Veintimuchos y atractivo, podía servir para lo que estaba buscando esa noche. Sin embargo, al ver su pelo rubio y sus pícaros ojos azules el estómago se le revolvió.

-Voy servida, gracias -musitó y desvió la mirada.

-Venga, llevo un rato observándote. Estás sola -señaló el hombre.

-¿Y qué?

-Una chica no va a un pub sola si no está buscando compañía.

No se equivocaba. Elena estaba a la caza de un hombre. Pero no de ese.

-Pierdes el tiempo -gruñó sin mirarle.

-Venga, preciosa, dame una oportunidad -insistió él, con un mohín de pena tan exagerado que resultó cómico.

Ella lo miró por el rabillo del ojo. Realmente, parecía un chico encantador. Y era muy guapo. Tal vez...

Atisbó un perfume muy familiar y se quedó de piedra.

-¿Qué... colonia usas? -musitó con voz ahogada, aunque sabía de sobra la respuesta.

-Invictus, de Paco Rabanne -respondió él y se acercó más, malinterpretando su interés-. ¿Te gusta?

¿Gustarle? Hubo un tiempo en que ese olor era sinónimo de hogar, pero ahora le hizo sentir un vacío tan grande por dentro que estuvo a punto de gritar de desesperación. Contuvo el aire en los pulmones y cerró los ojos, como si de aquella forma pudiese crear un escudo invisible que la protegiese. El hombre debió de interpretarlo como que estaba inspirando con deseo, porque sintió cómo se aproximaba más a ella. Elena abrió los ojos de golpe.

-¿Quieres olerlo mejor? -preguntó él, mientras acercaba su cuello con una sonrisa tentadora bailando en sus labios.

Aquel familiar aroma inundó sus fosas nasales y trajo consigo una marea de recuerdos, impactándola de tal forma que, si no hubiese estado sentada, se habría tambaleado.

-¡No te acerques a mí! -exclamó, al tiempo que lo empujaba casi con violencia, haciéndole trastabillar hacia atrás.

-¡Ey! ¿Qué cojones te pasa? -inquirió él, enfadado y sorprendido por el rechazo-. Solo te quería invitar a una copa, estaba siendo amable.

-Y yo te he dicho que no me interesa -farfulló ella con el pulso acelerado mientras le miraba con el ceño fruncido, esperando que le quedase claro que no quería seguir con aquella discusión.

Puerta con puertaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora