Capítulo 33

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Diego se deslizó fuera de la cama con cautela, intentando no despertar a la dulce gatita que ronroneaba en la placidez de su sueño.

Se merecía descansar un poco más. Esa noche se había mostrado especialmente insaciable con ella. Era curioso, pero una de las cosas que le había reprochado Nuria cuando se separaron fue la falta de pasión en su relación.

«Si me viese ahora», pensó con una sonrisa irónica mientras cubría con la colcha el dulce cuerpo de Elena.

Cogió su móvil, pero estaba sin batería, así que lo puso a cargar y salió de la habitación con sigilo. Iba justo de tiempo, solo tenía unas dos horas antes de que su familia llegase y todavía tenía que asear un poco la casa y comprar un par de aperitivos como acompañamiento de la barbacoa que tenía pensado hacer. Sin embargo, comenzó a preparar el desayuno como si tuviese todo el tiempo del mundo mientras silbaba una cancioncilla.

Estaba terminando de poner en un plato las tostadas cuando oyó que la puerta principal se abría y, acto seguido, la voz de Hugo se dejó oír.

—¿Diego? ¿Estás visible?

Él se miró a sí mismo. Aunque estaban a finales de octubre, el tiempo estaba siendo agradable y su casa no era especialmente fría, por lo que solo llevaba puestos los calzoncillos. La cuestión era, ¿desde cuándo a su hermano le importaba lo que llevara encima?

La respuesta llegó unos segundos después, cuando Hugo apareció en el vano de la puerta de la cocina con el clan Montoya al completo detrás de él.

—¿Adivinas quién ha decidido venir antes? —murmuró con una sonrisa de circunstancia.

—Pero... quedamos en que vendríais sobre las doce y... —farfulló Diego y miró su reloj, consternado—. Apenas son las diez.

—Nos hemos despertado pronto esta mañana y hemos pensado, ¿por qué no vamos antes y le echamos una mano con los preparativos? Pero no pongas esa cara de sorpresa, ¿es que no has visto el grupo de WhatsApp familiar? —inquirió Matilde, mientras se abría paso en la cocina precediendo a los otros—. Chicos, dejad las bolsas ahí. ¡Rápido que hay cosas de nevera! —ordenó con el deje autoritario de un general del ejército.

—Sí, bwana —musitó Álvaro, simulando un tono servil.

—A veces me siento como su Umpa Lumpa particular —masculló Marcos a su vez.

—Dejad de refunfuñar y haced caso a vuestra madre —terció Íñigo, siempre dispuesto a apoyar a su mujer.

Diego miró, azorado, cómo su familia colonizaba su cocina sin mediar palabra.

—Te he llamado varias veces en cuanto me he enterado, pero saltaba el contestador —susurró Hugo cuando se puso a su lado—. Me he escapado de la cama de la bella Marcela para venir a avisarte —añadió, como si hubiese hecho algo impensable—, pero justo han aparecido cuando estaba entrando en el patio.

—Mi móvil murió en algún momento de la noche —gruñó Diego, y se pasó la mano por el pelo, nervioso.

—¿Y nuestra vecina?

—En la habitación.

—Tal vez pueda salir por la terraza antes de que...

Un gritito procedente del dormitorio cortó sus palabras.

—¡Qué tarde es! ¿Por qué me has dejado dormir tanto? ¡Tu familia debe estar al caer! —Aquella desconocida voz femenina provocó un silencio abrupto entre los Montoya.

Antes de que Diego pudiera reaccionar la figura de Elena apareció en la cocina mientras se abotonaba una camisa sobre su cuerpo desnudo. Tenía la mirada atenta a lo que estaba haciendo y no se percató de que tenía público.

Puerta con puertaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora