Capítulo 39

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El taxi se detuvo en la rotonda de Port Saplaya y Elena se apeó de él, arrebujándose en su abrigo cuando la fría brisa marina la azotó sin piedad. Oteó a su alrededor mientras escuchaba cómo el vehículo se alejaba de allí. Las farolas emitían un tenue fulgor que no conseguía mantener a raya las sombras que se proyectaban hasta el horizonte. Sí, aquel lugar tenía un aspecto lúgubre y solitario, lejos del bullicio de actividad que lo hacía vibrar en verano, pero necesitaba pensar y tomar decisiones, y no se le ocurría un lugar mejor para hacerlo.

Anduvo por el paseo durante unos minutos y se adentró en la pequeña Venecia que a aquellas horas estaba desierta. Callejeó mientras el olor a salitre inundaba sus pulmones y el sonido de sus tacones rompía el silencio nocturno, rumbo a su destino final: su espigón.

Una vez allí, tuvo que encender la linterna de su móvil para poder guiarse en la oscuridad, pero eso no la detuvo. Incluso se atrevió a ir más allá del camino hormigonado. Se quitó los botines y avanzó por las piedras hasta llegar a su rincón especial, aquel en donde Sergio le había pedido en matrimonio años atrás y ella había aceptado compartir el resto de su vida. El lugar donde se sentía más cerca de él.

Se sentó allí, temblando de frío, y dejó que su mirada se perdiera en la negrura del horizonte.

—Te quiero, Sergio —susurró al viento—. Siempre te querré. Sé que juntos hubiésemos sido muy felices, pero... Te fuiste —La voz se le quebró y comenzó a dar vueltas a la alianza que llevaba en el dedo, sintiendo que la garganta se le cerraba por el dolor—. No esperaba volver a enamorarme nunca más, al menos no como lo había estado contigo. La mera idea de volver a sentir algo tan fuerte por otra persona era impensable, es más, me aterrorizaba. Me aterroriza. Solo esperaba encontrar un chico agradable que no me hiciera sentir tan sola. Pero entonces apareció él. —A sus labios acudió una sonrisa involuntaria al invocar su imagen en su mente—. ¡Dios, cómo lo detestaba al principio cuando me llamaba «zorrilla»! Se comportaba como un cretino, pero terminó siendo un cretino encantador. Se llama Diego —aclaró, hablando a la nada como si Sergio estuviese allí escuchando cada palabra con atención, como siempre había hecho—. Es... ¡Ufff! No sé por dónde empezar a describirlo. Es apasionado y terco, es divertido y muy cariñoso. Tiene un don especial para meterse en líos, sobre todo cuando trata de impresionarme. —Dejó escapar una risita al recordarlo vestido de payaso. Risa que se transformó en un sollozo quedo—. Es estupendo y me quiere. Me quiere mucho y yo... Lo siento tanto, Sergio, pero... lo amo. Lo amo tanto que no sé cómo he podido tardar tanto tiempo en reconocerlo —balbuceó, sintiendo que las lágrimas rodaban por sus mejillas sin control—. Te juré que nunca me quitaría este anillo y que me acompañaría siempre. Te di mi palabra aquí mismo, sobre estas piedras, y ahora he venido a decirte que tengo que romper esa promesa. Tengo que elegir, Sergio: aferrarme al pasado o vivir el presente. Y quiero elegir vivir, quiero elegir el presente. Y mi presente es Diego —afirmó y, al oírlo de sus propios labios, asumió por fin aquella realidad—. No sé si puedes llegar a comprenderlo y a perdonarme, espero que sí.

Se miró la mano, se miró el anillo y, conteniendo el aliento, se lo quitó con suavidad del dedo mientras un nuevo sollozo desgarraba su garganta. Lo sujetó con fuerza en su puño. Una parte de ella todavía era reacia a separarse de él, esa que continuaba atada a los innumerables recuerdos que había vivido junto a Sergio; pero la otra, la parte de ella que había florecido al conocer a Diego, se impuso en el pequeño duelo interno que sentía y la instó a tomar el paso definitivo.

Cerró los ojos, besó la alianza y la lanzó al mar.

Era el momento de cerrar un círculo.

Era hora de empezar una nueva vida junto al hombre que amaba.

Como si de una señal se tratase, un pequeño haz de luz se abrió paso en el horizonte, preludio del amanecer que estaba por llegar. Un amanecer cargado de promesas y de felicidad. De risas. Y de amor, de mucho amor encarnado en unos bonitos ojos color miel.

Puerta con puertaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora