—Buenos días —saludó Hugo, mientras entraba en la cocina con el pelo revuelto y vistiendo solo unos pantalones cortos.
—De buenos días, nada. Son casi las doce —gruñó Diego, al tiempo que le daba un sorbo a su café con leche. Él se había levantado tan solo media hora antes, pero su hermanito no tenía por qué saberlo.
—¿Lo he soñado o ayer se palpaba la tensión entre la vecina y tú?
—Me sorprende que te dieses cuenta de algo con el pedo que llevabas —masculló Diego, sintiendo que se le calentaba la sangre al pensar en Elena—. Eres un idiota. Si sabes que una segunda cerveza te tumba, para en la primera. ¡Que no tienes dieciséis años, joder!
—Vaya, sí que nos hemos despertado de mal humor —musitó Hugo, mientras abría la nevera y cogía el cartón de leche.
Tenía razón, se había levantado de un humor de perros. Le había sido imposible conciliar el sueño después de su encontronazo con Elena. Lo había dejado tenso y, para qué negarlo, también excitado. Tanto, que para poder dormir había tenido que masturbarse. Y lo peor es que había sido pensando en ella, cosa que ahora lo enfurecía todavía más.
La culpa era de ese maldito celibato que se había autoimpuesto. Tal vez era hora de dejarlo atrás. Seguía sin estar preparado para empezar una relación seria con nadie, pero un poco de diversión consensuada no estaría mal.
«El problema es que tú no eres así», le dijo una vocecita en su interior.
Esa era la verdad. Él no era como Hugo, que disfrutaba picando de flor en flor, despreocupado y sin ganas de compromiso. Diego siempre había sido de relaciones estables. De hecho, podía contar con los dedos de una mano las chicas con las que había salido y aún le sobraban tres dedos.
Su primer amor había sido Sofía, una chica divertida y alocada que había conocido en el instituto. Su relación no sobrevivió al último año de universidad. Mientras Diego maduraba como persona y se centraba en conseguir un buen trabajo para poder comprarse un piso e independizarse, Sofía desarrolló el síndrome de Peter Pan: quería viajar, vivir aventuras y conocer mundo. Al final se separaron de mutuo acuerdo, ya que eran conscientes de que querían cosas diferentes en la vida.
Solo unos meses después, con su título de Graduado en Informática bajo el brazo, conoció a Nuria. Trabajaba en la empresa que acababa de contratarle y no tardaron en congeniar. Era cariñosa, agradable y tranquila, cosa que agradecía después de estar con un torbellino como Sofía. La compañera perfecta para formar una familia. Después de más de cuatro años de noviazgo acordaron la fecha de la boda.
Era irónico que hubiesen estado inmersos en los preparativos de la boda casi dos años, pues el lugar en el que ella se quería casar tenía una interminable lista de espera, y que su matrimonio solo hubiese durado seis meses. Pero la vida estaba llena de ironía. ¿Por qué si no había acabado viviendo al lado de una mujer con la que esperaba no volver a cruzarse jamás?
Al pensar en Elena se acercó a la terraza movido por una morbosa curiosidad: quería vislumbrar al idiota de su marido. Y lo de «idiota» no era más que una burla hacia sí mismo, pues él también había estado en esa misma tesitura: casado con una zorra infiel.
«O, en este caso, una zorrilla», pensó de forma maliciosa.
Todavía con el tazón de café con leche en la mano se acercó al murete de separación que había entre las dos terrazas y oteó con disimulo, agradeciendo que no fuese demasiado alto.
Por mucho que le fastidiase, lo que vio le gustó mucho: una mesa rectangular de madera de teca que tenía un jarroncito de alegres margaritas en el centro y cuatro sillas a juego, con sendos cojines de un bonito estampado blanco y amarillo; un rinconcito con una hamaca blanca y una mesita baja, ideal como lugar de lectura o para echarse una siesta; y un montón de plantas que no supo identificar pero que creaban una atmósfera muy natural y acogedora. Una pérgola de madera con un toldo color crema protegía aquel idílico espacio del duro sol del mediodía que caía en aquellos momentos.
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Puerta con puerta
RomansaDiego es justo lo que Elena está buscando: un completo desconocido que está de paso en la ciudad, atractivo y agradable, con el que tener un encuentro sexual intranscendente. Sin embargo, un malentendido hace que todo acabe de la peor manera entre e...