Cuando Elena abrió los ojos aquella mañana, al sentir la rasposa caricia de la lengüecita de Yoda sobre su mejilla, que le daba su peculiar beso de buenos días, estuvo tentada de no salir de la cama.
Tenía que levantarse, ponerse a limpiar y hacer la compra, tal y como solía hacer los sábados, pero no le apetecía. No aquel día.
Trece de noviembre.
El día de su cumpleaños.
El día en que Sergio se había ido de su vida.
Hacía un año por aquellas fechas, le había resultado difícil hasta respirar. Todo era oscuro y lúgubre. Todo daba igual. Le era indiferente vivir o morir. Pasaba los días como un alma en pena y las noches llorando sin parar, compadeciéndose de sí misma por todo lo que había perdido.
Ahora, en cambio, todo parecía diferente. Sus días resultaban plenos y productivos y las noches ya no eran un triste recordatorio de que se había quedado sola en el mundo. Y es que ya no se sentía sola. Diego había entrado en su vida arrasando las sombras que la habitaban con la luminosidad de su sonrisa.
Él quería más.
Ella quería dárselo, pero al mismo tiempo tenía tanto miedo...
Había amado a Sergio y perderlo casi acaba con ella. Si dejaba que Diego entrase en su corazón y le sucedía algo... Solo de pensarlo sentía un dolor agudo en el pecho. No, no podría soportarlo.
Diego sabía que hoy era su cumpleaños y no le había dicho nada sobre hacer algo especial juntos aquel día. No es que ella quisiera, su ánimo no estaba para eso, pero él no lo sabía. Por eso, en su interior se sentía un poco molesta de que él no hubiese propuesto celebrarlo. Aunque, de todas formas, hubiese declinado cualquier invitación, claro.
«No te aclaras ni tu», bufó su vocecita interior.
En fin, que pensaba pasar el día sola y tranquila.
No esperaba compañía y por eso se quedó de piedra al escuchar que llamaban al timbre. Al abrir la puerta se encontró con la sonrisa de Carolina y la cara circunspecta de su padre, que habían decidido hacerle una visita sorpresa por su cumpleaños.
Tampoco esperaba reír, no aquel día, y acabó desternillándose de risa ante la sorpresiva payasada de Diego. Estaba claro que teniendo a ese hombre a su lado nunca iba a aburrirse.
Pero lo que menos imaginaba es que su padre estuviese enterado de su relación. ¿Cómo lo habría descubierto?
—Mi amigo, el sargento Velázquez, vive por la zona. No sé si te acuerdas de él.
Elena tenía el ligero recuerdo de un hombre calvo y de aspecto recio al que había visto cuando acompañaba a su padre en los actos del Día de las Fuerzas Armadas.
—Hablamos de vez en cuando y en su última conversación, hace unos días, me dijo que te había visto paseando feliz de la mano de un chico.
Ella lo miró con cautela. No sabía lo que vendría a continuación. Su padre era tan contenido en sus expresiones que era incapaz de leer su estado de ánimo. Lo normal es que un padre se sintiese contento de que su hija rehiciese su vida y fuese feliz, más aún, sabiendo por el dolor que había pasado, pero el coronel siempre se había dejado llevar mucho por las apariencias y aquella ocasión no iba a ser distinta.
—¿No te da vergüenza? —gruñó con una mirada despectiva—. Solo hace dos años desde que enviudaste. Eso no está bien.
¿Solo dos años? Para ella parecía una eternidad. El dolor durante el primer año había hecho que los días pareciesen infinitos, sumidos en una profunda soledad. En cambio, en esos últimos meses, desde que conociera a Diego, el tiempo había pasado volando, como si hubiese empezado una nueva vida después de un largo punto y aparte.
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Puerta con puerta
RomanceDiego es justo lo que Elena está buscando: un completo desconocido que está de paso en la ciudad, atractivo y agradable, con el que tener un encuentro sexual intranscendente. Sin embargo, un malentendido hace que todo acabe de la peor manera entre e...