—Tengo curiosidad por conocer a tu vecino —comentó Lucía, mientras la camarera depositaba en su mesa cuatro botellines de cerveza y un cuenco con frutos secos—. Lleváis liados casi dos meses y todavía no le he visto ni la cara. Podías habértelo traído.
—Tenía planes, ha salido a cenar con su hermano y unos compañeros de trabajo.
—¿Y no te ha pedido que vayas con él?
—No tenemos ese tipo de relación —musitó Elena, concentrada en buscar una almendra en el cuenco para luego metérsela en la boca—. Además, yo había quedado con vosotros, ¿recuerdas?
Lucía la miró de soslayo y emitió un bufido. No se lo había tragado. La conocía bien. Además, teniendo en cuenta que aquella quedada había sido organizada el día anterior, era normal que sospechase.
Lo cierto es que Diego sí le había comentado si quería acompañarlo, pero ella había declinado la invitación alegando que ya había hecho planes. Unos planes que había hecho en el último momento para que no se enterase de que había mentido.
Era algo tonto, sí, pero sentía la necesidad de poner cierta distancia entre ellos de vez en cuando. Era la única forma de mantener controlados sus sentimientos. Y es que estaba decidida a no sentir nada por él más allá de la atracción sexual que los unía. Enamorarse, desde luego, no estaba en sus planes. Además, en vista de que las expectativas de Diego no iban más allá del plano físico, parecía algo razonable.
—Y dime, ¿qué tipo de relación tenéis vosotros dos? —continuó indagando Lucía, mientras se llevaba el botellín a la boca—. ¿Solo sexo? ¿Follamigos?
—Preferimos no definirlo. Tan solo vivimos el día a día —respondió Elena, mientras continuaba con su búsqueda de almendras en el cuenco y le daba a Lucía los kikos, pues sabía que era lo que más le gustaba a su amiga.
—Buena teoría si los dos estáis dispuestos a ponerla en práctica —señaló Lucía, mientras miraba a su alrededor—. ¿Dónde están esos dos? Se les va a calentar la cerveza. ¡Míralos! A la menor oportunidad se enroscan como dos adolescentes —masculló, mientras cabeceaba hacia el fondo del local donde estaban los dardos y el billar.
Elena observó a la pareja con una sonrisa condescendiente. Habían empezado a jugar una partida de dardos, pero estos habían acabado olvidados y, en su lugar, se estaban comiendo a besos.
—Están enamorados.
—Lo que están es en celo —gruñó su amiga.
Elena dejó escapar una risita. No podía estar más contesta al ver lo felices que eran juntos Ana y Jacobo. Siguiendo su propuesta, Ana se decidió a conocerlo y el resultado no podía haber sido mejor. Los dos habían congeniado en todos los sentidos y, por lo que se veía, la química fluía entre ellos sin problema.
Para dar a Diego una buena excusa para no salir con él había propuesto a sus amigas salir a cenar y a tomar algo. En principio había pensado en una quedada solo de chicas, pero cuando Ana les preguntó si podía ir acompañada de Jacobo les supo mal negarse. Después de todo, él les caía muy bien. Era un chico encantador.
—¡Chicos, las cervezas se calientan a la misma velocidad que vosotros! —exclamó Lucía a voz en grito.
La pareja se separó a regañadientes y regresaron a la mesa con expresión avergonzada.
—Lo siento —farfulló Jacobo, un poco ruborizado.
—Últimamente estás muy gruñona —observó Ana, al tiempo que hacía una mueca—. No me extrañan las arrugas que te están saliendo en el entrecejo.
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Puerta con puerta
RomanceDiego es justo lo que Elena está buscando: un completo desconocido que está de paso en la ciudad, atractivo y agradable, con el que tener un encuentro sexual intranscendente. Sin embargo, un malentendido hace que todo acabe de la peor manera entre e...